“Los pañales y los politicos deben cambiarse a menudo… y por los mismos motivos”
George Bernard Shaw
Por Hamid Ramos
La primera vez que el doctor Rafael Caldera habitó La Casona, mandó a llamar al célebre artista Tito Salas, para encargarle la elaboración de una pintura que retratara a los fundadores de la patria que presidieron Venezuela en el siglo XIX. Salas, ya octogenario, dudó pero aceptó la tarea y dedicó más de un año a la realización de este maravilloso cuadro, que fue develado en el Salón de Consejo de Ministros de la residencia presidencial.
Cuando el artista culminó su pieza maestra, le pidió al presidente Caldera que le pusiera el nombre a la obra. Tomándolo desprevenido, pero fiel a su espíritu jurista el presidente soltó: «Los causahabientes».
Con el mismo rigor histórico que Salas dibujó a Simón Bolivar en el centro de los constructores de nuestra soberanía, nosotros debemos identificar sin matices a los verdaderos culpables, que a veces por ineptitud y otras por maldad, lanzaron la patria a un despeñadero.
Los herederos del ejército libertador dejaron perder el Esequibo sin disparar una bala, pero no tienen recato en ordenar reprimir a cualquier ciudadano que se atreva a manifestar su inconformidad. A los paladines del socialismo del siglo XXI no les avergüenza exhibirse en lujosos vehículos, ataviados de escoltas, listos para apartar a empujones a cualquier inoportuno transeúnte que se cruce en sus caminos. Los nuevos jerarcas ya no se exprimen los sesos tratando de comprender a Karl Marx sino ideando métodos que les permita ocultar sus mal habidas fortunas.
Cuando la corbeta Caldas de la armada colombiana navegó sin autorización en aguas territoriales de Venezuela, el presidente Jaime Lusinchi no vaciló en defender nuestra soberanía, enviando a Los Monjes 8 buques de guerra que obligaron a los colombianos a replegarse. Las brechas son hondas cuando comparamos la dirección patriótica de un país a cuando son unos incapaces quienes rigen la cosa pública.
Lamentablemente, este gobierno naufragó en una vorágine de corrupción de la que ya no puede salir, hecho que hace inviable cualquier proyecto politico a gran escala que genere bienestar a los venezolanos. Mientras estos profesionales del fraude y el saqueo gobiernen el país no habrá soberanía, tampoco institucionalidad y mucho menos transparencia en la administración de recursos.
Todas las mediciones serias demuestran que una formidable mayoría de venezolanos se opone a Maduro y su pandilla; pero eso no se traduce en un respaldo automático a cualquiera que se auto denomine opositor. Si algo hemos aprendido en estos años es que los opositores de juicios blandos, de negocios ocultos y de inconsistencia discursiva no crecen, pues la credibilidad no se compra en redes sociales sino en acciones reales, en solvencia moral y en testimonio de vida.
Con franqueza: La responsabilidad de la debacle venezolana recae principalmente sobre un grupo de improvisados que en mala hora se hicieron del poder, aun así la oposición no ha alcanzado constituir una alternativa unitaria que logre articular los deseos de cambio de la población con un plan de país que agrupe a organizaciones ciudadanas de distintas corrientes interesadas en tributar esfuerzos para la reconstrucción.
En el Chile que quería salir del general Pinochet se edificóuna coalición de partidos en la que, entre sus líderes, había enconados adversarios, aun así se reunieron genuinamente en un esfuerzo conjunto con un propósito común. Lo mismo ocurrió con el Pacto de Puntofijo aunque había profundas diferencias entre sus principales actores, casos similares vivieron los paraguayos con Stroessner y los panameños luego de Manuel Antonio Noriega.
El país espera que el llamado a la conciencia que ciudadanos honorables realizan constantemente toque la fibra de los dirigentes de las oposiciones de Venezuela en aras de sumar esfuerzos por un objetivo común. Para ello es necesario deponer egos, archivar facturas y no volver a desperdiciar ni un ápice de energía en debilitar al compañero de lucha.
Ojalá prevalezcan ciudadanos de bien con vocación al servicio publico y no aquellos profesionales de la oposición con sospechosos estilos de vida.
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