Tras los inaceptables insultos racistas que el futbolista brasileño Vinicius recibió, España ha sido apuntada en el exterior como «un país de racistas». Expertos consultados por DW tratan de aclarar esta dura afirmación.
Publicado en dw.com
Los insultos racistas proferidos en contra del delantero brasileño del Real Madrid, Vinicius Junior, durante un partido de su equipo frente al Valencia, el domingo pasado, han generado una condena e indignación que ha escalado a nivel nacional e internacional.
Algunos plantearon que estas actitudes racistas no ocurrían en el pasado, algo que no es cierto, como así lo evidenciaron otros futbolistas y exfutbolistas. Otros intentaron matizar la situación, alegando que Vinicius fue tratado por los hinchas valencianos de «tonto» y no de «mono».
No obstante, nada justifica lo ocurrido ni cambiará el tema central de la discusión; ante los ojos del mundo, y citando las palabras del futbolista brasileño afectado, España ha sido apuntada como «un país de racistas».
Se trata de una afirmación muy controvertida. Por eso mismo, expertos entrevistados por DW explican qué tan cierto es que este país europeo tiene dificultades para frenar el racismo, más allá de lo que sucede en los estadios de fútbol, que muchas veces suele interpretarse como un reflejo de la sociedad.
España no es un país racista, pero hay racismo
«No se puede afirmar que España es un país racista», dice a DW David Moscoso, catedrático de Sociología del Deporte de la Universidad de Córdoba. «Lo que sí es cierto», agrega, «es que los grupos de extrema derecha están sembrando una ideología del odio hacia las personas extranjeras de color de piel o etnias diferentes».
Según el especialista, esta conducta «se traslada al terreno de juego, porque el deporte es un espacio más de la expresión de los valores y los comportamientos de nuestra sociedad». Y en el caso del fútbol, particularmente los estadios de fútbol, se han convertido en «un espacio en el que parece ser más fácil que se produzcan comportamientos racistas y xenófobos».
En conversación con DW, Sebastian Rinken, sociólogo del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) de España, concuerda en que «no se justificaría caracterizar a España como un país racista». Pero matiza: «Es innegable que hay racistas, y en este sentido, España tiene un problema con el racismo, porque no ha conseguido evitar que una parte de la población siga nutriendo estas actitudes».
¿Se puede medir qué tan racista es un país?
El discurso de odio, la xenofobia y el racismo son situaciones difíciles de cuantificar. Pocas personas se identifican a sí mismas como racistas y lo dicen abiertamente. Asimismo, las víctimas no suelen denunciar estas malas experiencias a las autoridades.
«El racismo es una actitud muy difícil de medir. Principalmente, porque mucha gente, casi la totalidad de la población, asume que no está bien. Ha asimilado el rechazo institucional hacia las actitudes racistas, entonces no se expresa con demasiada libertad», explica el investigador de IESA.
Rechazo al inmigrante
Sin embargo, una encuesta realizada por el IESA en otoño de 2020 sobre antipatía hacia los inmigrantes y otros grupos de la sociedad reveló que «mínimo un 20 por ciento de la población española nutre antipatía hace los inmigrantes. Y podría haber más. No es un valor bajo, es una quinta parte de la población, pero no es la mayoría», añade Rinken.
Eso sí, aclara, la antipatía hacia los inmigrantes «no tiene por qué tener en sí una motivación racista. Puede ser una antipatía que proviene de otro lado, pero eso no lo sabemos, y es difícil de medir».
Una postura «muy laxa de las autoridades»
Moscoso sostiene que en España las actitudes racistas y discursos de odio «prácticamente no tienen sanciones». Vinicius ha manifestado que los insultos racistas hacia él en España no son nuevos. De hecho, el Real Madrid ha denunciado «hasta en diez ocasiones los insultos racistas contra el jugador. Sin embargo, no ha pasado nada y la justicia no se ha pronunciado al respecto. Esto ayuda a que se multipliquen estas conductas», subraya.
El problema podría estar en que «existe una postura muy laxa de las autoridades políticas y deportivas con respecto a la sanción de este tipo de comportamientos», agrega el sociólogo deportivo, que hace una comparación con Francia, donde “la condena puede alcanzar el año de cárcel y los 45.000 euros de multa para aquellas personas que pronuncien injurias de tipo racial».
Por su parte, Rinke no cree que la penalización sea la solución al problema. El investigador alemán estima que «la clave para realmente avanzar en el tema es que las instituciones y los líderes políticos, de forma inequívoca, defiendan en términos positivos la diversidad». Y concluye: «Las señales que emiten las instituciones tienen un impacto».