DDHH

Julio Castellanos: Jumanji

Según el autor, hay que insistir en defender que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es un papel desgastado, es la herramienta que tienen en sus manos los pueblos para luchar contra los enemigos de la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Por Julio Castellanos

Se suele creer, erradamente, que los derechos humanos son una materia exclusivamente relativa a la conflictiva relación entre los cuerpos de seguridad del Estado y el ciudadano, tal miopía, sorprendentemente, se encuentra en funcionarios de alto nivel que uno aspiraría fuesen, al menos, capaces de haber leído algo más denso que su horóscopo. Aún más sorprendente, pasa en gente que tiene títulos universitarios, de tercer y cuarto nivel, que te insisten, con imperturbable convencimiento, que el «Estado debe dedicarse exclusivamente a proveer seguridad ciudadana y seguridad jurídica, el individuo es quien debe tener responsabilidad de su vida». Eso es la ley de la selva, solo que vendida en un bonito empaque, con buena publicidad y vendedores con agradable sonrisa.

Las sociedades contemporáneas, industriales, complejas, dinámicas y  conflictivas no pueden gobernarse, como hace 200 años, con un monarca rodeado de su gendarmería, sin más deber que imponer un orden que se correspondiera con su voluntad. Se critica la educación pública más que para reformarla para eliminarla, lo propio con la salud pública, creyendo que el dilema de recurrir bien a la clínica privada o bien al brujo es mejor circunstancia, se intenta convencer a los asalariados que deben «emprender y reinventarse» como si no fuese su derecho la organización sindical, el diálogo tripartito, la contratación colectiva y un salario justo que pueden alcanzar usando, entre otras herramientas, el derecho constitucional a la huelga.

Pues bien, hay que insistir en defender que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a la cual la humanidad llegó a consecuencia de luchar encarnizadamente contra el fascismo y el indecible sufrimiento que implicaron dos guerras mundiales, no es un papel desgastado, es la herramienta que tienen en sus manos los pueblos para luchar contra los enemigos de la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad.

La Venezuela que aspira a restituir la democracia pide tener más derechos, no menos. A quienes les aterra el regreso del vaso de leche escolar, a quienes les perturba que se hable de alcanzar la paridad de género, a quienes les genera urticaria que se hable concretamente de inversión pública para reconstruir el sistema eléctrico nacional – porque no hay desarrollo sin energía- , a quienes tienen la retrógrada idea de convertir a Venezuela en el reflejo viviente de sus dogmas asociados al fundamentalismo de mercado o al «modelo chino», les debe caer la locha de que no hay cheques en blanco, que deben debatir en la arena de las ideas con quiénes defendemos que los derechos humanos son interdependientes e indivisibles, no puede haber democracia sin derecho al agua, sin derechos laborales, sin salud ni educación públicas, sin prestaciones sociales y sin atención prioritaria a las víctimas diferenciadas de la crisis humanitaria compleja.

Ciertamente, en ello podemos coincidir, el país ha vivido dos décadas de autoritarismo militar que condujo al estatismo y a la quiebra económica, hoy los hacedores de semejante desastre se desdicen y, como Freddy Bernal, ahora son promotores del «Estado Mínimo» para recibir el aplauso de pie de la burguesía criolla dedicada a la captación de rentas y a los estrafalarios beneficios de la economía de puertos. Los resultados son obvios: 7 millones de compatriotas migrantes, otros 7 millones de venezolanos en riesgo alimentario y la intensificación de la desigualdad social. Ahora bien, los problemas públicos, si deseamos resolverlos, se deben enfrentar con debate público, con meditación, con soporte en datos, con transparencia y sin abandonar, como eje transversal, la vigencia de los derechos humanos contenidos en los tratados internacionales suscritos y ratificados por la República y nuestra mismísima Constitución porque si desean hacer realidad sus más inconfesables deseos tendrían que reformar la Constitución que los venezolanos se dieron a sí mismos a través del voto. No se pongan a inventar que no son chinos.

Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.