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«Oppenheimer» enfrenta a Christopher Nolan con el «padre» de la bomba atómica

Por Brian Lowry – Publicado en cnnespanol.cnn.com

«Oppenheimer» trata de igualar la naturaleza mitológica de su tema central —un «Prometeo americano» castigado por llevar a la humanidad las semillas de su potencial destrucción— con una película de igual peso, escala y, sobre todo, duración. La épica película del guionista y director Christopher Nolan consta esencialmente de tres capítulos, en los que la parte central sostiene el principio y el final, que son más débiles y resultan interminables.

En cierto modo, esta biografía de Robert Oppenheimer, quien llegó a ser conocido como «el padre de la bomba atómica», sirve como una especie de corolario de una trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial de Nolan, formada también por «Dunkirk» y su confusa «Tenet». Sin embargo, «Dunkirk» poseía una economía nítida, mientras que «Oppenheimer» se expande con un elenco gigante y una estructura de ida y vuelta que toma algún tiempo para adaptarse y que probablemente llevará a muchos espectadores a Google para profundizar en sus detalles.

Eso no es necesariamente malo, y la reflexión sobre la última guerra en Europa con una potencia nuclear alimenta una inquietante sensación de «el pasado es un prólogo» al ver la película, que se vuelve más aleccionadora por la ingenua esperanza de su protagonista en que la disuasión nuclear hará que la guerra sea «impensable».

Aún así, Nolan hace muchos malabares, de una manera que va en detrimento de la película. La excelente parte intermedia, en la que Oppenheimer (Cillian Murphy) guía a científicos y militares en una carrera desesperada para atrapar a los nazis, resulta fascinante. Allí vemos cómo se le dice, con razón, que se ha convertido tanto en político y vendedor como en físico.

Por el contrario, la película decae un poco tanto en sus años de preguerra como en los arrepentimientos posteriores a Hiroshima. Un montaje acertado podría haber reducido la duración de tres horas sin sacrificar (o incluso aumentando) su impacto. Y aunque la presentación artística de lo devastadora que fue la bomba es poderosa, «Oppenheimer» sorprendentemente nos evita las espeluznantes secuelas de las ciudades japonesas atacadas. (Nolan ha explicado que eso se debe a que la película se desarrolla desde el punto de vista de su homónimo).

El dispositivo clave filtra esta historia arrolladora a través de una audiencia de la era de la Guerra Fría destinada a determinar si a Oppenheimer se le debe negar su autorización de seguridad, en represalia por su franqueza sobre la política nuclear. Sus perseguidores ejercen presión basándose en sus asociaciones de antes de la guerra con los comunistas, entre ellas su relación con la atractiva y problemática psiquiatra Jean Tatlock (Florence Pugh).

Murphy, uno de los favoritos de Nolan que ya ha participado en varias de sus películas, ofrece una interpretación de primera. Oppenheimer se vio atormentado por la moralidad de lo que había generado, y su desordenada vida personal y sus asuntos coexistieron con su hermosa mente, una dualidad que el actor transmite de una manera que eclipsa a los grandes nombres en papeles secundarios.

De ellos, Matt Damon destaca como el general Leslie Groves Jr., encargado de supervisar el Proyecto Manhattan; Emily Blunt como la esposa de Oppenheimer, Kitty; y Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, uno de los fundadores de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU., que observa con agudeza con respecto a Oppenheimer: «El genio no es garantía de sabiduría».

En cuanto a las pequeñas incorporaciones, destacan Kenneth Branagh, Rami Malek y otro antiguo alumno de la trilogía de Batman de Nolan, Gary Oldman, en un cameo como Harry Truman que, junto con «La hora más oscura», le sitúa a una interpretación de Stalin de conseguir el triplete de líderes aliados.

Con un reparto de lujo, alternando el color y el blanco y negro, un espectáculo apto para el cine de gran formato y la contundente banda sonora de Ludwig Göransson, «Oppenheimer» busca abrumar al público, un enfoque que funciona hasta cierto punto. También hay un punto de audacia en estrenar una película tan seria en pleno verano, una época tradicionalmente asociada a películas ligeras y secuelas, por mucho que varias de ellas se hayan estrellado en los cines.

Aún así, la anticipación que rodea a la película (desde los devotos de Nolan hasta la arbitraria broma doble de «Barbenheimer» convertida en gancho de marketing) se siente desproporcionada con respecto a los méritos de lo que es, finalmente, una buena película, pero no un evento cinematográfico.

Incluso antes de que empezara la pandemia de covid-19, Nolan defendía la experiencia teatral, una campaña que se prolongó durante sus esfuerzos por conseguir el estreno de «Tenet». Ese proceso llevó a «Oppenheimer» a un nuevo estudio, Universal, tras una larga afiliación a Warner Bros. (como CNN, una unidad de Warner Bros. Discovery).

Merece la pena ver «Oppenheimer», ahora o más adelante. Pero si no se la ve en una sala de cine, no será el fin del mundo.