Ultraje

Julio Castellanos: La Policía de la Moral

Según el autor, tras el arresto de los 33 ciudadanos en Valencia, parece que estamos en presencia del surgimiento de facto de una «Policía de la Moral» criolla.

Por Julio Castellanos

En Irán, un pobre país martirizado por una teocracia islámica que genera desprecio y vergüenza internacional, existe una «Policía de la Moral» cuya función es penar, por medio de arrestos, insultos y golpizas a las mujeres que no usan el velo ordenado por Dios (en realidad, por sus muy terrenales y autodesignados voceros). Si una mujer es acusada de infidelidad, es apedreada en la calle hasta la muerte, si un hombre es acusado de homosexualidad es sentenciado a la horca. Es, para decirlo claramente, el paraíso de los machistas y homofóbicos.

En Venezuela parece que estamos en presencia del surgimiento de facto de una «Policía de la Moral» criolla. Tras el arresto arbitrario de los 33 ciudadanos en una reunión privada en Valencia, Carabobo, acusados de forma irracional de «ultraje al pudor», «agavillamiento» y «contaminación sónica», se ha sentado el temible precedente bajo el cual nadie tiene vida privada, ahora, a cualquiera, se le puede allanar en un recinto privado, sin orden judicial, solo por la presunción de los cuerpos policiales que gastan infinitas horas – hombre adivinando los pensamientos impuros de los ciudadanos. Hoy son los 33 ciudadanos expuestos al escarnio público con fotos hasta de sus cédulas en los medios de comunicación por obra de los mismos cuerpos policiales, mañana, puede que cualquiera sea sometido bien a la extorsión, bien a la cárcel, por salir de un hotel con una pareja que no sea con quién tiene matrimonio civil.

Las víctimas no son sólo los miembros de la comunidad LGBTIQ+ que son, en medio de una sociedad machista y homofóbica, mucho más vulnerables. Todos los venezolanos somos potenciales víctimas de cuerpos policiales que, ahora, están facultados a evaluar si tenemos o no tenemos «pudor», si estamos o no ejerciendo correctamente nuestra masculinidad o nuestra feminidad, si somos o no fieles esposos o esposas, si tenemos o no sexo con condones, si tenemos o no intimidad y con quién en un lugar privado.

Es difícil imaginar que en las escuelas de formación de los policías existe alguna materia o curso sobre los derechos humanos reconocidos por nuestra Constitución y por los tratados internacionales suscritos por la república, por los errores ortográficos que se ven en las actas policiales es hasta difícil imaginar que los efectivos tengan siquiera bachillerato, pero lo que sí parece obvio es que lo sucedido hasta ahora demuestra que los policías tenían órdenes, porque responden a una cadena de mando, y que desde un punto alto en la jerarquía, alguien se autodesignó protector del «diseño original de la familia», se impuso como divisa que «hombre es hombre y mujer es mujer» y, sobre todo, que esa «abominación condenada por dios» (ser parte de la comunidad LGBTIQ+) se cura con detenciones arbitrarias y medidas ejemplarizantes.

Estos eventos revelan que los derechos humanos deben ser centrales en el debate público, no se pueden normalizar los discursos de odio porque, eventualmente, se convierten en actos de odio (cometidos por particulares o por los cuerpos represivos del Estado). No se puede seguir siendo ambivalentes, no basta con no ser racista, hay que ser antirracista, no basta con no ser machista, hay que defender a la mujer, no basta con no ser homofóbico, hay que defender la libertad y la dignidad de todas las personas. Si toleramos la intolerancia dejaremos que los intolerantes secuestren el poder y nos encadenen a todos para siempre.

Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.