La historia de Venezuela parece estar repitiéndose entre los paralelismos de 1952 y 1958, mientras el exilio de su presidente electo, Edmundo González Urrutia, marca una nueva página en la lucha por la democracia.
Hay un venezolano más en España. Uno más entre los casi ocho millones que viven fuera de su país, formando parte de la mayor diáspora del mundo, superando incluso a países en guerra como Ucrania o desolados como Siria.
En Venezuela no ha habido una guerra, pero parece que sí: mientras dos mil personas han sido detenidas por protestar contra el régimen tras las elecciones del 28 de julio, el presidente electo ese día, Edmundo González Urrutia, fue desterrado.
No hay nada de alegre en el exilio. Los griegos -pregúntenle a Sócrates- preferían beber cicuta antes que ser arrancados de su tierra.
Entre gallos y medianoche, en la hora de las brujas, con nocturnidad y alevosía, el madurismo anunció que había otorgado un salvoconducto a González Urrutia para que abordara un avión de la fuerza aérea española. ¿Su crimen? Haberle dado una contundente derrota electoral a Nicolás Maduro. Un triunfo que, con actas en mano, la oposición demostró apenas 24 horas después de los comicios.
El régimen insiste en que los resultados reales son los suyos, leídos de un papelucho no oficial por el presidente del Consejo Nacional Electoral hace más de un mes, sin haber mostrado hasta ahora pruebas de ese supuesto triunfo de Maduro.
Saquen ustedes sus propias conclusiones.
Entonces, cabe la pregunta del millón: ¿qué viene ahora? Mientras más segura y enérgica sea la voz de quien intente responder esa pregunta, más desconfíe. Nadie lo sabe. Lo único claro es que cualquier solución pasa por los militares, como hemos mencionado antes en esta misma tribuna.
En nuestra anterior columna, nos referimos al ejemplo de 1957, cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez perpetró un gigantesco fraude electoral para luego huir, el 23 de enero de 1958, rumbo a un exilio dorado en Madrid. Allí, por cierto —y disculpen la digresión—, construyó la famosa casa en La Moraleja, que luego terminaría en manos de David Beckham.
1958 todavía es posible, pero 1952 también lo es. Ese año se celebraron elecciones presidenciales en Venezuela, y el candidato opositor Jóvito Villalba ganó por amplia mayoría. Sin embargo, Pérez Jiménez asumió el control total del régimen, que hasta entonces había sido compartido. Villalba fue desterrado. El dictador gobernó en solitario durante cinco años más.
Maduro está intentando el camino de 1952: se declaró ganador, forzó al exilio al presidente electo y asumió el control total del régimen.
Eso no significa que 1958 no sea una opción.
Aunque González Urrutia haya sido desterrado, en Venezuela aún está la verdadera líder de la oposición, María Corina Machado. Sin embargo, para que ella logre que el 10 de enero de 2025 haya un cambio constitucional de gobierno en Venezuela, necesitará de un factor determinante, tanto en 1958 como en el resto de la historia venezolana: los militares. Hasta ahora, estos se han mantenido bajo el control de Maduro, pero en diciembre de 1957 también parecían inquebrantables en torno a Pérez Jiménez, y después uno de sus propios generales, Wolfgang Larrazábal, asumió el poder para convocar elecciones libres a los pocos meses.