En su última obra, Allons nous renoncer à la liberté?, publicada en Francia por la editorial Belfond, el filósofo y psicoanalista Carlo Strenger sostiene que la libertad no es algo definitivamente adquirido como se cree en Occidente. La libertad sería un asunto de conquista y de preservación y pierde su contenido cuando toma la forma del consumo y del solo goce. Ello nos conduce a un “fundamentalismo de marcado” que no toma en cuenta la cuestión fundamental que nos lleva a la pregunta fundamental: ¿puede el “orden liberal” darnos el sentido de la vida?
En el momento en que las religiones, desde el Islam hasta las innumerables iglesias protestantes americanas, evocan la muerte e invocan el más allá, la libertad se arrincona en el individualismo, en la nada.
“La actitud actual, que considera el placer y el consumo como lo primordial, es el legado de un período histórico que surge al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo occidental se benefició de un crecimiento económico, de progreso tecnológico que duró varios decenios, inédito en la historia de la humanidad. Durante ese período, que se extendió sobre tres generaciones, los individuos consideraron el orden liberal como algo permanente y la felicidad como un derecho, que cuando se les negaba, lo reivindicaban como un derecho”. Y cuando ese modelo de vida se volvía imposible, el individuo recurre a los fármacos y a la medicina buscando cura o la atenuación de sus sufrimientos. La mentalidad del consumidor y la falta de responsabilidad ciudadana se fundamentan en el mito cuya formulación en esos términos proviene de la idea de Jean Jacques Rousseau de que “el hombre nace libre, sin embargo está sometido a los hierros”.
Hacerle tomar conciencia a los individuos de la importancia del proyecto de libertad ha sido el fundamento del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, el fundamento de la educación liberal, una educación que permitiera la formación de un individuo libre, tal y como fue enseñada, en particular en las grandes universidades americanas y europeas. Pero, desde los años ´60, esta concepción, debido a diferentes razones, ha sido sometida a críticas, y ha sido considerada por la izquierda post moderna como un vestigio del racismo y del imperialismo occidental, en la medida en que esa noción tiene sus fuentes en la cultura de Occidente. Además, muchos estudiantes esperan que las universidades les transmitan un saber que les permitirá más tarde poder adquirir un empleo lucrativo, lo que impide dejarle tiempo a la adquisición de una cultura humanista. El resultado, según el autor, ha sido desastroso, pues las universidades, cada día se deshacen de la misión que consiste en transmitir a los estudiantes la conciencia de la responsabilidad hacia un orden liberal y la comprensión de la aventura que representa su elaboración.
El autor insiste en que no debemos sacrificar el ideal de una educación liberal y en su lugar adoptar las normas del mercado. Evaluar la escuela y la formación educativa exclusivamente con el objetivo de las oportunidades que brindan las carreras determinadas por las leyes de la economía, significa incurrir en un error que niega al individuo.
Strenger insiste en el hecho de que somos libres de ser lo que queramos. Que el individuo debe privar sobre el colectivo. Pero ello significa que somos también responsables de nuestro bienestar espiritual y existencial. Que estamos obligados a asumir nosotros mismos la responsabilidad existencial de nuestra vida. Es cierto que la economía social del mercado ha aportado a los individuos ventajas considerables, en particular, en la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Pero como los Estados y las religiones ya no pueden dar respuesta a las interrogantes esenciales del sentido de la vida, los Occidentales que ya no profesan ninguna de las religiones instituidas, se encuentran solos enfrentados a esas interrogantes a las cuales en el pasado daban respuesta las religiones. Es el pacto faustiano del Occidente moderno: la ausencia de protección existencial como precio de la libertad. En el mundo occidental, ya no estamos integrados en comunidades que definen de una vez por toda nuestra identidad y estructuran nuestra vida cotidiana mediante ritos.
La educación liberal, para el autor, no es un lujo, sino por el contrario, es la condición gracias a la cual nuestra libertad podrá sobrepasar los obstáculos que nos plantea nuestra época. Si no, el liberalismo será reemplazado por formas de autoritarismo, entre las cuales, el populismo o el islamismo representan un peligro afincado en una realidad demográfica.
Como hemos visto, Carlo Strenger arremete contra lo políticamente correcto y reivindica una visión liberal y humanista de la vida. Es una postura que debemos apreciar en una época en que en Europa, el pensamiento de una izquierda obsoleta sobrepasada por la realidad actual, ante la pérdida del mundo obrero, busca hacerse de una clientela en las comunidades del islamismo radical, y por otro lado, la derecha se sumerge en un nacionalismo racial que nos retrocede a épocas recientes que costaron tantos millones de muertes en la Europa de la Ilustración.