– Propia de ignorantes irresponsables la decisión de suspender la importación de alimentos para entregar ese dinero a la producción nacional, como si reactivar el campo al nivel necesario fuera cosa de unos meses. Para impedir que en cosa de un año tengamos alimentos cero, hay que aceptar la ayuda humanitaria al tiempo que con participación transnacional y agricultores experimentados se instrumenta un vasto plan de producción agrícola.
Atendiendo, quizás, a una exhortación de las Naciones Unidas, el régimen ha anunciado que dejará de importar algunos rubros de la alimentación básica, para entregar ese dinero a los productores nacionales. Es la tardía y típicamente alocada aceptación de una verdad elemental, la de que toda nación debe producir los rubros fundamentales de su dieta. En los productores agrícolas el anuncio pudo mover una tímida sonrisa, así como una exclamación de disgusto en los traficantes que asociados con los altos políticos del régimen han estafado a la nación con importaciones sobrefacturadas que les dejan jugoso saldo de dólares en el exterior. Es obvio que esta fabulosa posibilidad de lucro fue uno de los más importantes móviles de la despiadada destrucción de la producción agrícola perpetrada por la banda históricamente criminal que ha manejado lo que el generalato cómplice llama «soberanía alimentaria».
Lamentablemente, la medida no alivia la urgencia a la cual ha llegado el proceso degenerativo que empezó con un ministro de Agricultura -ya escapó, podrido de dólares-, que pistola al cinto y respaldado por efectivo de nuestro glorioso ejército desalojaba a los propietarios de fincas productivas que en unos meses se volvieron rastrojo. A estos salvajes que nos gobiernan, su panorámica ignorancia les impide saber que las tierras abandonadas no pueden reactivarse arrojando los dólares en el surco. Ponerlas a punto para la siembra, la cual además debe realizarse en fechas precisas, requiere tiempo. Para la próxima cosecha, en las tierras que quedan activas -un tercio de lo que había cuando los venezolanos tuvieron la brillante idea de elegir presidente a un ignorante universal-, los obstinados productores a quienes podemos llamar sobrevivientes sembraron solamente para tener semilla en el caso de que las cosas cambien para el año siguiente. No tienen recursos para más. Ahora no pueden movilizarse como si bastara pasar un interruptor. Las disposiciones para sembrar no son cosa automática, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera hay mecanismos para entregar, si existe, ese dinero, buena parte del cual jamás llegará a sus manos, pues su destino natural está en los bancos de Andorra -así está estructurada la administración del Estado revolucionario.
En el específico tema alimentario la ayuda humanitaria es ineludible, humillación que habremos de añadir a las que permanentemente nos tienen sometidos los secuestradores. Un año más de madurismo y ni con sacos de dólares podrá comprarse comida en Venezuela, porque físicamente no existirá. No es exagerado suponer que perros, gatos y ratas irán a la olla familiar. El país se paralizará por falta de cauchos, baterías y repuestos. Y olvídense de medicinas. Seremos Haití.
En Fuerte Tiuna hay conocimiento de esto, pero no responsabilidad para actuar. No se pretende que depongan a Maduro y tengan bolas para enfrentarse a la armada paralela. Sería pedir que se eliminara la viga maestra de la carpa bajo la cual se protege el padrinismo. Hablo de una gestión terminante de los socios uniformados ante los socios civiles que de su protección dependen, para que se impida el apocalipsis en puertas. Si quieren salvar el pellejo, ya que la patria no les importa, tienen que aceptar la ayuda humanitaria, preparar con organismos y empresas internacionales un plan agrícola que requerirá recursos financieros y técnicos extranjeros, y montar unas elecciones serias que les permitan un aterrizaje suave en las playas de Varadero.
Por cierto, esto no es lo que quieren los grandes intereses globales, que para intervenir esperan la extenuación total de Venezuela como Míster Dánger esperó a que un Lorenzo Barquero improductivo y endeudado fuera incapaz de defender a Marisela. Gallegos lo relató hace casi un siglo, en tiempos cuando en Venezuela aún quedaban hombres.