Por Elizabeth Burgos
La izquierda radical europea ya no considera que ser tachada de populista es un insulto. Es más, reivindica el apelativo. Esta nueva fase de las corrientes europeas revolucionarias radicales de origen marxista, en particular en Francia y en España, se han desarrollado
bajo la influencia latino-americana, en particular, la influencia del chavismo, y a su vez, se han acercado al peronismo.
Las expectativas de triunfo que suscitó la influencia de Hugo Chávez financiando campañas electorales coronadas de triunfo: Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina, apuntalando a su vez, regímenes afines en
el continente y financiando el surgimiento de organizaciones afines en Europa, creó suficiente entusiasmo como para que surgieran Podemos en
España y la Francia Insumisa,(LFI) en Francia. En Inglaterra, el chavismo logró influenciar una corriente en el seno del Labor Party cuyo líder es el actual jefe del partido, Jeremy Corbin, con sus 550.000 miembros y de celebrarse elecciones anticipadas, podría llegar
a ser el Primer Ministro británico.
El chavismo suscitó una racha de entusiasmo y pese a las derrotas electorales que redujeron notablemente su influencia continental, hasta el punto de que el grupo ALBA, formado por los países identificados con el régimen cubano, despareció, sin embargo todavía
sigue siendo una “fuente de inspiración” para la Francia Insumisa (LFI) y su líder máximo, Jean-Luc Melenchon. En EE.UU. es el demócrata Bernie Sanders quien también se inspira del chavismo.
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La inspiración, no sólo persiste, sino que se ha dado una legitimidad teórica.
El teórico de esa izquierda radical populista, es el filosofo
argentino Ernesto Laclau y su esposa, la filosofa belga, Chantal Mouffe. En su obra conjunta, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia política democrática radical (1985), expresan su objetivo de sobrepasar los presupuestos del marxismo inspirándose en el surgimiento de los llamados “movimientos sociales”, que habían sido ignorados por los partidos tradicionales, (movimientos feministas, grupos minoritarios étnicos, sexuales, nacionalistas regionales, antinucleares). Luego Laclau, en 2005, publica La razón populista, en
el que aboga abiertamente por el surgimiento de un neopopulismo.
La pareja había adquirido celebridad entre los sectores más radicales de las corrientes intelectuales de izquierda, que tras la caída del muro y la reconversión de los partidos comunistas a la democracia, habían caído en la orfandad. La pareja se desprende del “esencialismo
de la lucha de clases”, dogma del marxismo clásico, que dictaba la lucha de clase contra clase, y opta por pueblo contra las elites.
La experiencia chavista fue la demostración práctica de su teoría. Ello contribuyó a popularizarla. El grupo de jóvenes universitarios españoles, comprobaron in situ, mediante su estrecha colaboración con Hugo Chávez, la posibilidad de poner en práctica las ideas de Laclau.
Gracias a la ayuda financiera de Chávez, surgió Podemos, organización que pone en practica el neo-populismo de Laclau e instaura el rechazo del viejo dogma de “clase contra clase”, optando por el “pueblo contra la casta”. El canal de TV financiado por Irán, fue el
instrumento definitivo del éxito de Podemos.
Pero no solo Laclau y Mouffe han inspirado a la izquierda radical, también el partido de extrema derecha de Marine Le Pen y su teórico, Alain de Benoist, han confesado haberse inspirado de la obra de Ernesto Laclau.
Tras el fallecimiento de Laclau en 2014, su viuda, Chantal Mouffe, ha tomado la bandera del populismo. En su última obra, publicada recientemente en París, Por un populismo de izquierda (Ed. Albin Michel), plantea que “el conflicto y la voluntad hegemónica son el
centro de la acción política” ; “es de la activación del antagonismo entre el pueblo y las elites, de la instauración de una frontera estricta entre esos dos polos, que surgirá una sociedad más igualitaria y libre”. (Esa noción de hegemonía, extraída de manera
arbitraria y simplificada al punto de caricaturizarla, de la obra del marxista italiano Antonio Gramsci, inspiró a los intelectuales venezolanos que en un principio se sumaron al movimiento chavista y que hoy han pasado a la oposición, por considerar que Maduro traicionó
la pureza primigenia del chavismo).
Para Mouffe, como lo expresa en una entrevista cordada al semanario Le Point, el populismo es una “estrategia discursiva para construir la frontera política entre el “pueblo” y la “oligarquía”, “la única forma capaz de recuperar y profundizar la democracia en el momento en que el modelo hegemónico neoliberal está en crisis”. Para ella, existen dos formas de concebir la naturaleza de lo político. Mediante la versión asociativa, que soslaya los antagonismos, y opta por la libertad y la acción en común, lo que supone que no existen los antagonismos y que un acuerdo racional siempre es posible. Es la vía
de los liberales, de los centristas y parte de la izquierda. En cambio, para ella, el centro de lo político es el conflicto, y se sustenta en el concepto de “antagonismo” y el de “hegemonía”. La política siempre es “partisana”. Se necesita construir una “frontera entre dos identidades colectivas que se enfrentan”. Esas identidades
no caen del cielo, es necesario construirlas en función de una “voluntad de hegemonía”. Para que exista un “nosotros” y es necesario determinar un “ellos”. El marxismo construye la frontera entre proletariado y burguesía. El populismo, entre el pueblo y la
oligarquía.
El pueblo “no existe en sí”. “No es ni un referente empírico ni una categoría sociológica. Es una construcción política resultado de la creación de una cadena de equivalencias entre las demandas
democráticas de la clase obrera, pero también las de las feministas, de los LGBT, de los inmigrantes, desempleados, de los defensores del medio ambiente, de las luchas anti racistas”. El populismo de izquierda construye un “nosotros” transversal que debe articular una serie de demandas con vistas a “radicalizar la democracia”.
Sin embargo, admite que no existe democracia sin representación por lo que no concuerda con los movimientos que reclaman una democracia directa, pese a que la democracia actual “no es realmente
representativa”. El voto no es “un verdadero voto, los ciudadanos al votar, consideran que su voto no cuenta”. Es necesario mostrar las “divisiones de la sociedad y la política debe ofrecer proyectos alternativos”. Y como en el populismo a toda manifestación popular se le debe utilizar, considera que “la soberanía popular se debe
recuperar y enriquecer las diferentes formas de democracia”. Se opone a la tendencia de la izquierda, formada en la idea del internacionalismo, que rechaza el nacionalismo, o sentimiento nacional. Ella en cambio, considera que el nacionalismo posee una dimensión afectiva, libidinal muy fuerte en las identidades nacionales y que en lugar de negarlo, lo deben “movilizar como un patriotismo de izquierda”.
Para ella no existen las identidades, solo existen las
“identificaciones”. En este punto, concuerda con la tendencia norteamericana de declinar todas las características de la persona. Una puede reivindicarse como mujer, blanca, francesa, pero también homosexual, trabajadora, ciudadana.
Existe un tema que comienza a dividir a la izquierda populista: es el tema de los refugiados. Tema que se ha convertido en el vivero electoral del populismo de derecha. El populismo de izquierda fustiga al gobierno por no acoger a todos los refugiados que llegan en barcos
de fortuna por el Mediterráneo, pero las encuestas demuestran que muchos electores de izquierda votan por la derecha populista debido a su política sobre los refugiados. La gente se siente temerosa por el espacio que comienza a ocupar el Islam, la mayoría de los refugiados son de obediencia musulmana y las consecuencias que esta presencia están haciéndose sentir en la sociedad: el porte del velo, la exigencia de prohibir el consumo de carne de cerdo en las cantinas
escolares, la exigencia de médicos mujeres para las musulmanas, la exigencia de días de apertura de las piscinas solo para mujeres y, por supuesto, los sangrientos atentados que han causado varios
centenares de muertos.
Jean-Luc Melenchon se ha percatado de ello y si nos fiamos a declaraciones recientes, parecería que comienza a dar un giro en ese sentido; sus recientes declaraciones así lo demuestran y su negativa de firmar una petición dirigida al presidente Macron incitándolo a
acoger a todos los inmigrantes que se presenten, es una demostración práctica de su viraje, pese a que su pretexto parano firmar fue que: “se trata de una operación mundana”. Frente a ese giro, Chantal
Mouffe, consciente de que el populismo requiere el afecto como agente de movilización, y “lo que impulsa a la gente a actuar son los afectos”, considera mortal haberle abandonado a la derecha ese elemento. Se deben movilizar los afectos en una “dirección
democrática”, apunta la filosofa.
En Italia ya la alianza del populismo de izquierda con el de la derecha ya se ha dado. En Alemania, el partido Die Link, también está retrocediendo con respecto a ese tema.
En todo caso, en lo que respecta a la división entre pueblo y casta, según los parámetros de Podemos y de la LFI, no queda muy claro cómo se define esa pertenencia “identitaria”, pues está de moda el término. Se supone que la casta, o la oligarquía, es un sector que no ostenta
los privilegios del pueblo. En Venezuela, la casta chavista hubo de llegar al poder para gozar de los privilegios que le son inherentes. En España, Pablo Iglesias se saltó el trecho y adquirió una mansión con piscina de un coste de 600.000€ En Francia, Mélenchon siempre ha
vivido de los cargos que ha detentado durante su larga vida política, devengando sueldos costeados por los impuestos de los ciudadanos.
Al igual que para la boliburguesía, la casta son los considerados “ellos”, los enemigos, siguiendo la influencia de la noción del amigo/enemigo de Carl Schmitt, el teórico de los lineamientos jurídicos bajo Hitler, una de las fuentes de inspiración de Chantal
Mouffe y del neopopulismo. El pueblo/la casta, o el pueblo/la oligarquía = amigo/enemigo.