Por ROBERTO MANSILLA BLANCO/Corresponsal en Europa
¿Podrá EEUU liderar al mundo libre ante el ascenso de los «neo-autoritarismos»?
En su siempre esperado análisis sobre las tendencias mundiales, la prestigiosa publicación británica The Economist coloca como prioridad para 2022 el siguiente axioma: «Democracia contra autocracia».
Dos eventos relucen en este análisis en The Economist: el XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) previsto para mediados del próximo año; y las elecciones legislativas «mid-term» de noviembre de 2022 en EEUU, donde no sólo se renovará la totalidad del Congreso y un tercio del Senado, sino que servirá de termómetro para la carrera a la Casa Blanca en 2024.
El avance de lo que se conoce como «regímenes autocratizados» es cada vez más evidente a nivel global, y la pandemia del coronavirus ha acelerado esta tendencia. En un informe recientemente publicado por el instituto «Varities of Democracy» se revela cómo el avance de la tendencia «autocratizadora» está modelando a grandes rasgos el mundo de hoy, contrarrestando así a la democracia liberal y representativa, santo y seña de la identidad y cultural política occidentales.
Según este estudio, «casi el 35% de la población mundial, esto es más de 2.6 miles de millones de personas, viven en regímenes autocratizados». Así, «por primera vez desde 2001, las autocracias son hoy mayoría: gobiernan en 92 países», revela este documento. Cabe señalar cuál es la conceptualización de los denominados regímenes «autocratizados»: aquellos que, con tendencias autoritarias y personalistas, llegan al poder por medios democráticos para, paulatinamente, desmantelar la institucionalidad democrática y los equilibrios de poderes.
En este sentido, el concepto se asimila con el de «regímenes iliberales», la «posdemocracia» de corte «ceresoliano» y los «autoritarismos competitivos» ya observados en sistemas como lo fue el de Fujimori en Perú y el de Chávez en Venezuela, tal y como han estudiado destacados politólogos incluyendo a Fareed Zakaria, Marina Ottaway y más recientemente Anne Applebaum.
La «Cumbre de la Democracia» de Biden
Este contexto de auge de las «autocracias» está planeando en Washington no sólo como un desafío político al modelo liberal y representativo occidental, sino también en términos geopolíticos a la propia hegemonía estadounidense, hoy severamente cuestionada a nivel global.
Este 9 y 10 de diciembre, la administración de Joe Biden celebra la denominada «Cumbre de la Democracia», donde 110 países han sido invitados, incluyendo al líder opositor venezolano Juan Guaidó, para resumir los retos que la democracia liberal y representativa está confrontando a nivel mundial ante el avance de los «regímenes autocratizados».
Y en el eje de estos regímenes «autocráticos» se encuentran precisamente los dos rivales globales de Washington: China y Rusia, los cuales no han sido invitados a la cumbre, como tampoco otros regímenes autoritarios como el de Maduro en Venezuela ni sus aliados de Cuba y Nicaragua, los de Egipto, Filipinas e Irán, también aliados del eje sino-ruso. China ha criticado la naturaleza de esta cumbre, en particular ante la exclusión de Beijing y Moscú así como por parte de los países invitados por Biden, en especial Taiwán.
Del mismo modo, tampoco han sido invitados el húngaro Viktor Orban, cuyo acercamiento al eje sino-ruso trazado y su deriva autocrática está provocando serios problemas en el seno de la Unión Europea, al mismo nivel que Polonia, tampoco invitada a la cumbre de Washington por sus cuestionamientos a los valores europeístas.
En este cumbre virtual, los planes de Biden de liderar la actual reproducción del «mundo libre» contra las «autocracias» en este especie de «neoguerra fría» con China y Rusia, le ha llevado a invitar a Taiwán, que mantiene el pulso soberanista con Beijing, además de otros aliados cuyas credenciales democráticas no son tan elocuentes, como son los casos del presidente indio Narendra Modi y del brasileño Jair Bolsonaro. No ha sido invitado el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, país estratégico para Occidente como socio de la OTAN, pero cuya deriva autocrática le ha llevado en los últimos años a compartir similitudes con el eje euroasiático ruso-chino e, incluso, trazando su propio eje «panturco».
Biden, que necesita un «golpe de efecto» geopolítico a nivel global tras la humillante retirada de Afganistán con el retorno Talibán al poder en agosto pasado, sabe perfectamente que la hegemonía del siglo XXI se juega en este espacio «democracia vs autocracia», tal y como lo define The Economist. O lo que es lo mismo, el pulso entre EEUU y China, con Rusia como aliado de Beijing en un eje euroasiático que busca igualmente su propia definición geopolítica «antioccidental».
La visión de la «democracia» para China y Rusia
En este sentido, los días previos a la Cumbre de la Democracia en Washington han sido prolíficos en cuanto a las reacciones de China y Rusia a las expectativas de Biden de reconducir el camino de EEUU a nivel global como «defensor de la democracia y la libertad», una especie de rémora de la perspectiva lanzada por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en la década de 1930 contra los totalitarismos «nazi-fascista» y comunista soviético.
El pasado 4 de diciembre, China publicó lo que denominó como su ‘Libro Blanco de la Democracia’ que, visto en perspectiva, supone una clara respuesta de Beijing a la cumbre de Biden. Lo que se denomina como la «democracia popular» china se traduce así en clara sintonía con el concepto de «democracia soberana» que desde mediados del 2000 ha impuesto Vladimir Putin en Rusia.
Este nuevo concepto de democracia «euroasiática» se traza en que «un país democrático debe ser reconocido por la comunidad internacional, no decidido arbitrariamente por unos pocos jueces autoproclamados», en clara alusión a la persistente política estadounidense de erigirse como defensora de la democracia liberal y representativa. «No existe un modelo fijo de democracia; se manifiesta de muchas formas», argumenta el Libro Blanco de la Democracia china y avisa que «cualquier criterio único de evaluación de la miríada de sistemas políticos en el mundo es, en sí mismo, algo antidemocrático».
No hay que olvidar que, en noviembre pasado, el PCCh realizó una histórica reunión para «redefinir» su nuevo rumbo en tiempos de Xi Jinping al mando. Es lo que se denominó como el «tercer relato histórico» del PCCh, emulando al realizado por Mao Tse Tung en 1945, su sucesor Deng Xiaoping en 1981 y ahora Xi en 2021. Occidente observa cómo Xi está moldeando una «nueva China», reforzando aún más el autoritario poder del PCCh, pero ahora resucitando el «culto a la personalidad» propio de los sistemas totalitarios, manteniendo la simbiosis de poder fuerte y centralizado en torno al PCCh, pero con economía capitalista y de mercado «bajo características chinas».
Mientras China advertía al mundo sobre su propio concepto de democracia, Biden se reunía este 7 de diciembre en una cumbre virtual con Putin para advertir sobre la posibilidad de mayores sanciones a Moscú ante la escalada de tensión en Ucrania. Este conflicto ruso-ucraíno-bielorruso, heredero de los conflictos postsoviéticos contextualizados ahora con una fecha simbólica ya que este mes de diciembre se cumplen tres décadas de la desintegración de la URSS, define igualmente el pulso geopolítico entre Occidente y Rusia.
Mientras avanzan movimientos de tropas en las fronteras rusa, polaca, ucraniana y bielorrusa, y utilizando la disuasión como persuasiva arma diplomática, Putin aceptó la realización de un Grupo de Trabajo con Washington sobre Ucrania, pero advirtiendo al mismo tiempo de que si bien «no podría evitar un eventual ingreso ucraniano en la OTAN», no aceptaría el «avance militar de EEUU y sus aliados de la OTAN hacia las fronteras rusas», aduciendo así a lo que ocurrió en 2004 con el ingreso de las repúblicas bálticas en la Alianza Atlántica y la Unión Europea.
Con este contexto, Washington confirma que el pulso global que se librará en las próximas décadas se definifirá en dos vertientes: la geopolítica entre EEUU como líder del mundo occidental contra un eje ruso-chino euroasiático en ascenso. Y la política, que se decanta en la confrontación entre la democracia liberal y representativa occidental y la visión democrática «autocratizada» del eje Beijing-Moscú que comienza a ganar adeptos a nivel global, y aún más ante la polarización en las democracias occidentales y los efectos socioeconómicos del mundo de la «post-pandemia».
El plan de Biden
Y para contrarrestar este eje euroasiático, Biden adelanta algunas iniciativas como su anuncio de boicotear la participación de EEUU y de sus aliados en los Juegos Olímpicos Invierno a celebrarse a comienzos de 2022 en Beijing, una especie de reproducción del boicot estadounidense a los Juegos Olímpicos de Verano de Moscú en 1980 en plena «guerra fría» y en protesta por la invasión soviética de Afganistán.
Del mismo modo, Biden lanzó en julio pasado el plan «Reconstruir Mejor el Mundo» (Build Back Better, B3W), cuya plasmación busca hacer frente a la influencia china en los países en desarrollo (América Latina, África, sureste asiático) y frenar así el flamante proyecto global de Beijing contenido en la Nueva Ruta de la Seda.
El B3W tiene varias vertientes de contención a China en los planos económico, militar, tecnológico (5G) y diplomático. Pero su esencia también conecta con la polarización «democracia-autocracia» que rige estos tiempos, ya que el B3W «está impulsado por los valores de las ‘principales democracias’, con el objetivo de reducir las necesidades de más de 40 billones de dólares en infraestructuras de los países en desarrollo, una brecha que se ha ensanchado por la pandemia de la Covid-19».
Esta contención a China ya fue trazada igualmente en septiembre pasado por parte de Biden a través del pacto AUKUS con Gran Bretaña y Australia, que denota un reforzamiento del «eje anglosajón» democrático liberal a nivel global.
En perspectiva, Biden diseña su plan de erigir de nuevo a EEUU como el líder del «mundo libre» ante la «neoguerra fría» instalada contra el eje euroasiático «autocrático» sino-ruso, cuya dinámica moldeará la política global del siglo XXI. Pero Biden también lo hace en clave interna ante la aparente «resurrección» pública de un Donald Trump que marca sus cartas de cara a las presidenciales 2024, y que pueden vislumbrarse en un posible triunfo republicano en el «mid-term» de noviembre de 2022, controlando el poder parlamentario.
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