Por Comisario General Atahualpa Montes
*** El autor destaca en su columna de esta semana la amistad qué lo unió con el jefe policial Alberto Villavicencio y las experiencias que vivieron en la Digepol.
Alberto Villavicencio, «el viejo Villa», era todo un personaje extraído de una época distinta a cualquier otra que nosotros podamos haber vivido.
Flaco y desgarbado era lo menos parecido a un jefe policial y quizás eso lo ayudó a ser un efectivo cazador de delincuentes políticos, siguiendo sobretodo su instinto natural de montañés coriano pues había nacido en 1916 en Churuguara, ese pedazo de la geografía nacional paridor de hombres bragados, aunque algunos como Douglas Bravo escogieran caminos torcidos para demostrar su valor.
Alberto y yo fuimos muy amigos a pesar de que me llevaba poco más de 20 años de edad y si se quiere yo era más bien contemporáneo con sus hijos mayores.
Compartimos momentos que hermanan a los hombres y de él recogí experiencias que a lo largo de mi carrera policial enriquecieron no tanto mis conocimientos como el desarrollo de mi instinto natural para el conocimiento de la gente y del entorno extraño para mí en el que se desarrollaba la guerra de entonces.
Estuvimos juntos luchando contra los guerrilleros comunistas asentados en la sierra falconiana y fue Villavicencio el primer policía que interrogó a Fabricio Ojeda cuando este se entregó sin condiciones, hambriento y decepcionado, a un grupo de campesinos colaboradores de la Digepol que comandaba «el viejo».
A Villavicencio, campesino en sus orígenes, le debe la democracia la captura de unos cuantos jefes, jefecitos y combatientes guerrilleros de los años sesenta.
Era un hombre valiente y miembro indeclinable del partido Acción Democrática, y como tal combatió a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez sufriendo cárcel y torturas bárbaras que sin embargo no pudieron quebrar su indomable amor por la democracia y la libertad, que recuperó el 23 de Enero de 1958.
Mi amigo Alberto Villavicencio Pulgar, mi viejo amigo de tantas luchas y aventuras peligrosas, murió a la edad de 80 años en 1996, rodeado por su familia en Guanare, ciudad portugueseña en donde había vivido durante mucho tiempo y en donde aún están sus hijos que me honran también con su amistad.
Alberto fue un héroe anónimo porque siempre evitaba los medios de comunicación y prefirió siempre mantener un bajo perfil.
Solía decirme cuando yo aparecía en la prensa o la televisión, que la discreción debía ser el arma principal de un policía. «El viejo» Villa no estudió ninguna de las técnicas policiales que yo estudié pero, en aquella guerra en la que nos tocó combatir durante años, nos dio clases a mí y a muchos más, de cómo sobrevivir y ganar cuando las batallas no se dan en las calles sino en el monte.
Le dedico este sencillo homenaje a ese amigo que jamás me falló.
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Foto destacada: Guerrilleros venezolanos en los años 60. Entre ellos, Fabricio Ojeda.