70 días de rebelión popular han logrado que el único poder real que sostiene a Nicolás Maduro sea la Fuerza Armada, la cual ya empieza a mostar signos de resquebrajamiento cuyo pináculo es el regaño que le dio el ministro de la Defensa a la Guardia Nacional en un auditorio repleto con los jefes del Ejército y los capellanes militares. La unidad madurista ya no es monolítica. A Maduro lo abandonó el pueblo, el chavismo, la comunidad internacional, la Asamblea Nacional, la Fiscal General y hasta el Papa.
Al momento de escribir este informe, la rebelión popular ya contaba con 67 mártires producto de la represión que cuenta con la aquiescencia de Maduro. A diferencia de otros momentos de manifestaciones, la lucha actual ya no es políticia sino existencial. Testimonios como el del joven Neomar Lander, quien estaba consciente de que podía dejar su vida protestando pero prefería hacerlo antes de vivir bajo el yugo dictatorial, dan cuenta de que esta rebelión no podrá ser detenida a punta de balas o de diálogos insustanciales.
Chavismo vs las ideas locas
La determinación del pueblo ha despertado la consciencia del chavismo originario, ese con el que se puede estar en contra política y moralmente pero al cual no se le puede negar que creyó en un proyecto nacionalista que buscaba reivindicar a los más necesitados. Erraron en el tratamiento, que más bien profundizó la enfermedad, pero acertaron en el diagnóstico. En algún momento de los últimos años de vida de Hugo Chávez, mientras este era consumido por un cáncer que azuzaban en La Habana, el chavismo fue perdiendo fuerza y mutando en algo que podemos llamar castro-madurismo, un monstruo de mil cabezas, cada una con un interés distinto.
Ese revoltillo de intereses que es el castro-madurismo patinó desde el comienzo. No supieron atajar el colapso del sistema chavista, el cual requiere precios del petróleo por encima de los cien dólares para mantener el chantaje social, por estar pendientes de la sucesión. Desde aproximadamente el 2011, cuando ya se sabía que Chávez no tenía posibilidad alguna de salvación, los venezolanos sufrimos las consecuencias de la lucha por el poder entre los factores representados por Diosdado Cabello y Maduro, a los cuales hay que sumar otros tantos que cogieron cuerpo tras el fallecimiento del caudillo.
Inmersos en esa lucha por el poder, que jamás los ha dejado gobernar, fueron dando tumbos hasta el 6 de diciembre del 2015, cuando Vladimir Padrino López tuvo que llegar a un enfrentamiento físico con Cabello Rondón para que no se robaran las elecciones. Perdieron la Asamblea Nacional, uno de los puntales básicos del chavismo cuya cabeza fue por tantos años el propio Cabello. En vez de administrar la derrota como se hace en la política, que no es más que el arte de llegar a acuerdos, decidieron radicalizar el proceso, subterfugio lingüístico para decir que entrarían en una autocracia sin maquillaje alguno. Nada más morir Chávez, a Cabello se le escapó una reveladora perla: «Yo les digo señores, ustedes tenían que haber rezado mucho para que Chávez siguiera vivo, porque era el muro de contención de muchas ideas locas que a veces se nos ocurren a nosotros». Eso fue en 2013. En 2017 ya sabemos cuáles eran esas ideas locas. Quizás sin darse cuenta, Cabello, a quien Chávez tanto repudió, aceptó que su Comandante no estaría de acuerdo con ellos.
Ese movimiento de las ideas locas se dedicó no solo a masacrar a la oposición sino al chavismo originario. La operación, sin embargo, encontró una roca en Luisa Ortega. La Fiscal General resiste desde los albores del castro-madurismo los embates de Cilia Flores, quien intentó nombrar en su lugar a su comadre Miriam Morandy. Hoy, es la co-presidente quien ha dado la orden a otra de sus fichas, el presidente del TSJ Maikel Moreno, de destituir a la titular del Ministerio Público.
Ortega, ya figura de la resistencia popular a la coronación del proyecto autocrático, no está sola. Detrás de ella hay poderosos intereses cívico-militares que resisten desde dentro del monstruo de las ideas locas. Ella es solo la cara de un movimiento que ha dado nuevos bríos a la calle y que ha obrado el milagro de unir al chavismo originario con la oposición representada en la Mesa de la Unidad Democrática.
Demasiados frentes abiertos
Mientras Maduro-Flores, Cabello, El Aissami y otros pocos no duermen pensando en cómo van a reprimir a los cientos de miles de manifestantes que toman las calles de Venezuela casi a diario, de día y de noche, también deben pensar cómo atajar ese chavismo que opera desde el poder para destronarlos. A eso, debe agregársele el derrumbe total del apoyo de una comunidad internacional que coloca el tema de Venezuela a la par del de Siria. En ese sentido, esta semana se le cayó al régimen el último escudo: el Papa manifestó a los bravos obispos venezolanos su apoyo a cualquiera de las posiciones que tomaran.
Súmenle a eso que no hay comida, medicinas, seguridad, viviendas, servicios públicos eficientes ni dinero en las arcas de la república. Lo que sí hay son muchas deudas millonarias que pagar. Con ese cuadro, ¿quién lleva las de perder, estimado lector?