Protestas tocan también 200 ciudades en Rusia

Las protestas convocadas en 200 ciudades rusas el pasado lunes 12, coincidiendo con el Día Nacional de Rusia, impulsadas por el líder opositor Alexei Navalni (de 41 años) abre un inesperado clima de tensión social para el presidente Vladimir Putin, justo cuando Rusia está por organizar importantes eventos deportivos, sin pasar de vista el contexto electoral 2018.

Por ROBERTO MANSILLA BLANCO

Corresponsal en España

Estas protestas fueron convocadas por Navalni para denunciar la corrupción existente en el sistema político ruso, así como el creciente autoritarismo de Putin. No obstante, el epicentro de las protestas se concentra en el primer ministro y ex presidente Dmtri Medvedevel a quien Navalni acusa de enriquecimiento ilícito a través de unos proyectos benéficos.

Estas protestas ya tuvieron antecedentes en las manifestaciones del pasado 26 de marzo, igualmente convocadas por Navalni. Si bien existen discrepancias sobre el número exacto de asistentes, se focalizan en millares de personas en ciudades tan distantes como Moscú, San Petersburgo, Vladivostok, Novosibirsk, Kaliningrado, Ekaterimburgo, Rostov del Don y Tula, entre otras.

Estas manifestaciones no fueron autorizadas por el gobierno ruso por coincidir con la festividad nacional, razón por la que la inmediata represión se hizo presente de forma muy efectiva. En Moscú, el Kremlin ordenó el inmediato despliegue de las OMON, las fuerzas de elite del ministerio del Interior, subordinadas a la Guardia Nacional. Su actuación fue tan eficaz como represiva: se estima en centenares e incluso millares de manifestantes detenidos. El propio Navalni fue apresado apenas regresó a su domicilio.

Las protestas contra la corrupción y el autoritarismo de Putin coinciden días antes de la inauguración de la Copa FIFA Confederaciones, que dará comienzo el próximo sábado 17. El mismo es un test organizativo importante para Rusia, sede del Mundial FIFA 2018.

Por ello, estas manifestaciones previas a este evento recuerdan las realizadas en 2013 en Brasil, entonces sede de la Copa FIFA Confederaciones y del Mundial 2014. En ese escenario, las protestas contra la corrupción y el gasto superfluo, convocadas por el movimiento social Passe Livre, se enfocaron contra la presidenta Dilma Rousseff. Su efecto abrió el camino de la tensión y la polarización social y política que definió la posterior destitución presidencial de Rousseff en 2016.

En el caso ruso, difícilmente se puede equiparar si las protestas de Navalni tendrán un efecto político decisivo de cara al contexto electoral presidencial 2018, donde Putin se juega la reelección. En principio, con una oposición atenazada y desorganizada, los efectos de estas protestas no parecen amenazar el efectivo y autoritario sistema de poder instaurado por Putin desde 2000. Pero las mismas pueden suponer una advertencia.

La sociedad rusa está sintiendo los embates económicos de las sanciones occidentales que comenzaron en 2014 con la crisis ucraniana. Los bajos precios del petróleo y del gas natural también contribuyen a la recesión. En este sentido, la corrupción y el autoritarismo del establishment “putiniano” también recrean un creciente descontento ciudadano, aunque aún políticamente embrionario.

En este contexto aparece Navalni, actualmente quizás el líder opositor más visible a Putin. Ello explica su reciente inhabilitación para ejercer cargos públicos, lo cual le elimina como candidato para las elecciones de 2018. Unos comicios donde la tímida oposición rusa parece encogerse con apenas unos candidatos “domesticados” por el Kremlin.

Si bien las protestas contra Putin no parecen acosarle políticamente, toda vez el presidente ruso sigue siendo altamente popular, las mismas pueden suponer un efecto retroactivo en una sociedad que parece comenzar a cuestionar la efectividad de su política exterior.

En este sentido, crecen las suspicacias en la sociedad rusa sobre cómo afecta la tensión con Occidente y sus efectos en las sanciones económicas contra Rusia. Del mismo modo, crecen las denuncias y las preocupaciones por la aparente reactivación de un “Estado policial”, a través de hostigamientos y constante vigilancia a sectores disidentes.

El contexto exterior es igualmente significativo toda vez que en Washington, Donald Trump y su entorno se sienten cada vez más acosados por los efectos de la “trama rusa”. Del mismo modo, los recientes resultados electorales en Europa (Holanda y Francia) tampoco parecen haber beneficiado por completo los intereses del Kremlin.

También hay un efecto tenue y colateral con lo que sucede en Venezuela, sumida en la crisis política tras más de dos meses de protestas. Aunque manifieste su apoyo a Nicolás Maduro, el gobierno de Putin ha mantenido una notoria distancia con Caracas ante la brutal represión de los organismos de seguridad.

Justo cuando toma distancia con Maduro, a Putin le explotan las protestas en casa. Si bien sus efectos no son comparables con lo que sucede en Venezuela, el remedio de Putin es el mismo que el de Maduro, aunque quizás con un grado de sutileza: inmediata y efectiva represión. Y Navalni, hoy el líder opositor más popular a Putin, parece tener cierto paralelismo con la figura de Leopoldo López en Venezuela.