La libertad se suele valorar más y valorar mejor, cuando se pierde, que cuando se tiene. Y acaso por ello la libertad se puede perder con relativa facilidad, y no me refiero tanto al caso de personas específicas, sino a sociedades enteras, a naciones que llegan a ser oprimidas y hasta esclavizadas por quienes detentan el poder.
Eso está pasando en Venezuela. En realidad viene pasando a lo largo del siglo XXI, en un proceso paulatino de pérdida de libertades políticas, económicas, sociales, que afectan tanto la esfera de la vida colectiva, como el ámbito de la vida personal y familiar. El proyecto de dominación que sojuzga a la nación venezolana, no se desplegó de la noche a la mañana. Su eficacia ha consistido en su gradualidad. Poco a poco, con períodos de mayor o menor intensidad, pero siempre en la dirección de controlar hegemónicamente todas las actividades y todos los sectores del país.
Ha sido un proyecto habilidoso concebido más en La Habana que en Caracas, e impuesto bloque a bloque, hasta levantar la muralla de la hegemonía roja. No es un “modelo” calcado del antiguo comunismo, aunque tiene muchos de sus elementos, ni tampoco es una mera reproducción de las dictaduras convencionales de América Latina. Es lo que he llamado una “neodictadura”, o una dictadura disfrazada de democracia.
Tanto así, que reconocidos demócratas de otros países han sido persuasivos defensores de la hegemonía venezolana, ocasionándole un gran daño a las aspiraciones democráticas del pueblo, que esperemos sean reparables. Pero además el Régimen que impera está imbricado con la delincuencia organizada, y es difícil o imposible detectar las fronteras respectivas. Todo ello hace especialmente siniestra y barbárica a la hegemonía roja. Y quien a estas alturas no se da cuenta de ello, es porque no quiere, y probablemente porque forma parte de la referida imbricación.
Con todos los errores reales o imaginarios que se le quieran achacar a la democracia de la República Civil, en Venezuela se daba la libertad como un derecho adquirido. Todos nos equivocamos, bien porque la libertad no se defiende sola sino hay que defenderla con la responsabilidad dirigencial, o bien porque nos la fueron quitando por pedacitos, y muchos no se percataron ni de la amenazas ni de sus ejecutorias, hasta que ya era tarde.
Sí, la Venezuela de estos años se ha ido trasmutando en una cárcel nacional. Sus 30 millones de habitantes padecen algún tipo de prisión, o en todo caso de “libertad condicional”, o sea una caricatura de libertad. Ojalá no fuera así, pero así es y así será hasta que nos superemos a la hegemonía que nos encarcela.