¿Macron y su entusiasmo domarán al arisco Donald Trump?

Coincidiendo con la fecha del día Nacional de Francia, se conmemoran en París los 100 años de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, oportunidad que aprovechó el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, para invitar como huésped de  honor a Donald Trump. Se trataría para Macron de apuntalar una renovada cercanía entre ambos gobiernos, en un momento en que la tradicional alianza «privilegiada» entre Inglaterra y Norteamérica padece de las incertidumbres del Brexit y no hay mucha afinidad personal entre Trump y Ángela Merkel.

Cada 14 de julio Francia conmemora su fiesta nacional; la toma de la Bastilla cuan-do en 1789, el pueblo parisino se ampara de dicha fortaleza, símbolo de la represión y del poder monárquico. Desde entonces ese gesto se convierte en símbolo fundacional del comienzo del proceso revolucionario francés y el comienzo de la era republicana, pues marca el fin del Antiguo Régimen. Proceso que convierte a la burguesía en la nueva elite que derroca a la antigua, la monarquía, y ocupa su lugar.

Si el sentimiento que reviste el acto entre los franceses no estuviera marcado por un sentimiento de ambivalencia culpable, el verdadero símbolo de la revolución debería ser la decapitación del rey Luis XVI el 21 de enero de 1793, pues es con su condena a muerte, pese a los subsiguientes intentos de restauración, que  realmente deja de existir la monarquía.

Además de los bailes populares en todos los barrios y comarcas de Francia, el acontecimiento tiene una connotación eminentemente militar. En la mañana de cada 14 de julio desfilan batallones de todas las armas del ejército francés por los Campos Elíseos. El momento culminante es el saludo ante la tribuna de honor en donde el Presidente de la república, sus ministros, cuerpo diplomático e invitados  especiales, se congregan para ver pasar el desfile. El momento más lucido es cuando los caza bombarderos sobrevuelan la avenida cubriendo el cielo con el humo tricolor de la bandera de Francia, seguido del lanzamiento de paracaidistas, cuya proeza es caer frente a la tribuna y cuadrarse ante presidente de la República.

 La celebración de este año 2017 viene cargada de memoria histórica. Se conmemora la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial.

En efecto, hace un siglo, el 13 de junio de 1917, el general americano John Pershing, desembarcaba en Boulogne-sur-Mer al mando de un cuerpo expedicionario norteamericano que había acudido a prestarle apoyo al ejército francés que entonces luchaba contra Alemania. Este año desfilará por los campos Elíseos uno, o tal vez varios batallones del ejército norteamericano. En momentos como este, el antiamericanismo francés se pone entre paréntesis y cede el lugar a los lazos históricos.

 Es también un acontecimiento diplomático porque el presidente Emmanuel Macron aprovechó la convocación de la Historia y la convirtió en oportunidad diplomática.

En lugar del Secretario de la Defensa americano, James Mattis, que debía asistir en representación de su país, es el presidente de EE.UU., Donald Trump, en persona, quien estará en la tribuna junto a su par francés.   El presidente francés prosigue así su ofensiva diplomática inaugurada desde los primeros días de su toma de posesión como presidente de la República.

Macron toma la iniciativa del relativo vacío que ha dejado Inglaterra,  la aliada privilegiada de EE.UU y su puntal en el seno de la Unión Europea, después de haber optado por el Brexit. Y también tras las tensas relaciones de Donald Trump con la canciller del país más poderoso de Europa, Angela Merkel.

Escenario que Emmanuel Macron aprovecha con astucia para situar de nuevo a Francia como la mejor aliada de EE.UU., intentando establecer un diálogo constructivo con el imprevisible presidente norteamericano. De hecho, Macron, quien hasta ahora ha evitado chocar con Trump pese a los desacuerdos reales que existen entre ambos presidentes, en particular en materia de clima, -que el francés no ha disimulado-, aparece como el más indicado para convertirse en el interlocutor privilegiado del americano.

Apoyarse en la historia constituye un elemento de peso ante la opinión pública de ambos países. Es conocida la fobia de la derecha americana hacia Francia y el antiamericanismo francés, exacerbado por la personalidad de Trump.

Por otro lado, el gesto de ser el invitado de honor en París en el momento en que Donald Trump es de nuevo objeto en Washington de un nuevo escándalo relacionado con las controvertidas relaciones de su entorno con la Rusia de Putin durante su campaña electoral, es para el americano un regalo caído del cielo que contrasta con la frialdad con la que lo trata la canciller alemana y la imposibilidad de ir a Londres en donde será recibido como persona non grata por haber ofendido al alcalde de la capital, el musulmán Sadik Khan.

No sólo se trata de fasto, de memoria histórica, y de posicionamiento diplomático de Francia. Lo real es que Francia es el principal país involucrado, junto a EE.UU., en la coalición que lucha contra el grupo denominado Estado Islámico.

La invitación a París le favorece a Donald Trump  para atenuar su mala imagen que cundió en Europa por sus declaraciones agresivas hacia sus aliados de la OTAN, su voluntad de aislamiento y desinterés en las alianzas históricas que existen entre EE.UU. y Europa.

El objetivo de Emmanuel Macron está claro. La tal vez momentánea ausencia de Gran Bretaña, enfrascada en las modalidades de salirse de Europa, le brinda una gran oportunidad para reanudar unas relaciones con EE.UU., que durante la etapa de Barack Obama se habían enfriado.

En cuanto al conflicto sirio, Emmanuel Macron declaró ante Vladimir Putin que de utilizar de nuevo Bashar el-Asad armas químicas, Francia intervendría  militarmente. Barack Obama, pese a haber fijado ese elemento como la línea roja a no cruzar, optó por no intervenir. Esta vez, en caso de que la situación se presente de nuevo, no cabe duda de que Francia contará con el apoyo de EE.UU.

El otro acontecimiento que se agrega a la conmemoración del 14 de julio, es el aniversario del atentado que sufrió la población de Niza el año pasado, precisamente cuando la población había acudido masivamente al célebre Paseo de los Ingleses, con 30.000 personas reunidas como lo hace cada año, a celebrar el 14 de julio, acompañadas de sus hijos para ver los fuegos artificiales que suelen ser la atracción de la noche. Un camión conducido por un islamista arremetió contra la muchedumbre  causando 86 muertos, entre los cuales  13 niños y adolescentes, y más de 202 heridos.

Como se puede ver, este 14 de julio estará marcado por la memoria de masacres; la de la Primera Guerra Mundial, una de las peores carnicerías de la historia – (hubo un día en que se contaron 20.000 muertos) y la de Niza, que no se excluye sea la última.

Esperemos que las buenas disposiciones de Emmanuel Macron y su entusiasmo logren domar un poco al arisco Donald Trump.