Las simultáneas crisis que Washington maneja en Venezuela y Corea del Norte, con la opción militar como alternativa posible, ilustran la determinación de la administración Trump de asestar sendos ejes de presión y de persuasión no sólo hacia Kim Jong-un y Nicolás Maduro, sino especialmente hacia China y Rusia, principales valedores geopolíticos de ambos regímenes.
La administración de Donald Trump ya advirtió la semana pasada sobre la posibilidad de ejercer sendas intervenciones militares en Venezuela y Corea del Norte. Washington observa en ambos países elementos de riesgo geopolítico para sus intereses, razón por la que balancea sus opciones con mayor firmeza.
No obstante, en ambos casos, el cómo y el cuándo de la eventual intervención estadounidense plantean escenarios imprevisibles, no estrictamente determinados sobre lo que harán Pyongyang y Caracas. De forma preliminar, y si bien son casos diametralmente distintos, la atención está enfocada en la capacidad de reacción de los regímenes de Kim Jong-un y Nicolás Maduro.
Al ampliar la lista de sancionados del gobierno venezolano, Washington ya incluyó a Maduro en la “lista negra” (especie de reedición del “eje del mal” de George W. Bush), en la cual equipara al presidente venezolano con su similar norcoreano, así como con el sirio Bashar al Asad y el presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe.
Más allá de la retórica incendiaria y del ruido constante provocado por la escalada de tensión, el interés geopolítico principal de Trump en las crisis norcoreana y venezolana se enfoca más bien hacia China y Rusia. Por tanto, más que el sentido literal de una incierta intervención militar, lo que busca Washington es asestar con firmeza las herramientas de disuasión y de persuasión hacia Beijing y Moscú.
La opción “panameña” para Venezuela
De allí la súbita retórica oficial de canalizar ambas crisis, la norcoreana y la venezolana, hacia una eventual intervención militar. La opción militar estilo Panamá 1989, que acabó con el régimen de Manuel Antonio Noriega, es más perceptible en el caso venezolano.
Aquí debe tomarse en cuenta que el caso venezolano incluye un cóctel muy similar al presentado en Panamá hace 28 años: autoritarismo y represión, acusaciones de narcotráfico y actividades criminales e influencia cubana.
En este sentido, Washington busca recrear el clima diplomático hemisférico proclive a que una acción unilateral en Venezuela tenga mayor legitimidad, ante la posibilidad de presentarse una crisis humanitaria. Para ello, países como Brasil, Argentina, Perú, Colombia y México juegan un papel esencial. La cumbre de cancilleres celebrada la semana pasada en Lima avanzó en estas expectativas de aislamiento regional del gobierno de Maduro.
En el caso de Corea del Norte, y particularmente tras las amenazas de Kim Jong-un de eventualmente atacar con misiles la isla estadounidense de Guam en el Océano Pacífico, el plan militar de Washington pareciera más bien decantarse en ataques preventivos contra las instalaciones militares norcoreanas.
Sobre una eventual opción militar en el caso venezolano, esta perspectiva parece cobrar forma en la Casa Blanca. Así lo afirmaron en los últimos días el propio Trump, el secretario de Estado Rex Tillerson y principalmente el director de la CIA, Mike Pompeo. También el senador cubano-estadonidense Marco Rubio, quien declaró tras una audiencia en el Congreso que todas las opciones, incluida la militar, están sobre la mesa del Despacho Oval del presidente Trump.
Todo ello intuye que el tema Venezuela está en la agenda de prioridades estratégicas de la administración Trump, prácticamente al lado de la crisis con Corea del Norte.
Durante una entrevista en la cadena FOX el pasado domingo 12, Pompeo intuyó la posibilidad de una opción militar en Venezuela al considerar que “allí están los cubanos, rusos, iraníes y el Hizbuláh”. Pompeo aseguró que esta situación representa “una amenaza para EEUU” y que Washington lo está “tomando muy seriamente”.
La referencia de Pompeo a Rusia, Irán y Cuba establece el evidente eje de presión que Washington quiere activar en el hemisferio occidental para establecer su nuevo cordón sanitario.
Con el caso cubano en stand by, dependiente de los manejos políticos en el Congreso estadounidense y de lo que suceda con la sucesión castrista a partir de 2018, Trump parece persuadir a Rusia de alejar sus intereses de Venezuela, del mismo modo que Washington parece convencido a reducir la presión y su eventual influencia dentro de la esfera de intereses del Kremlin establecidos en Ucrania, Siria y el espacio euroasiático.
Sobre Irán, la Doctrina Trump parece resucitar los postulados estratégicos de Bush tras el breve interregno conciliador de la presidencia Obama. El Departamento de Estado y el Pentágono están convencidos de la necesidad de cortar cuanto antes la línea de transmisión existente entre Caracas y Teherán y la eventual presencia iraní en Venezuela.
Las perspectivas de que la crisis venezolana eventualmente se diluya en una especie de reproducción del conflicto sirio en la región latinoamericana es una opción que Washington parece manejar con mayor seriedad.
En ambos casos, el venezolano y el sirio, la presencia iraní y del Hizbuláh parece evidente, aunque con mayor nitidez en el conflicto sirio. Irán, Rusia y el movimiento islamista libanés Hizbuláh son los principales bastiones de apoyo exterior para el régimen de al Asad.
Pero estos resortes de influencia también llegan colateralmente a Caracas. La inclusión del vicepresidente venezolano Tareck El Aissami en la “lista negra” de Trump es un elemento clave que aparentemente activa el poder de influencia del lobby antiiraní en la Casa Blanca.
Con todo, la dinámica de discusión en Washington sobre el caso Venezuela también genera controversias y posiciones a veces contradictorias. Los partidarios de la línea dura contra Maduro ganan posiciones, pero los denominados “apaciguadores”, en especial el subsecretario de Estado, Thomas Shannon, están a la espera.
Shannon parece oponerse a las acciones unilaterales de fuerza contra Maduro. Estaría de acuerdo con las sanciones y mayor presión pero utilizando canales diplomáticos. Se ve más persuadido a mantener vigente la Doctrina Obama de apaciguamiento hacia Venezuela, apostando por opciones ya incluso desestimadas por el propio Maduro, como la reproducción de la improductiva misión Zapatero.
Esta línea de actuación prefiere observar en qué medida los eventuales contactos entre el gobierno de Maduro y la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) podrían dar curso a una salida política no violenta.
La aceptación de la MUD (con la excepción de algunos partidos) de acudir a las elecciones regionales, el adelanto de las mismas al próximo mes de octubre y el fait accompli de una ilegal Asamblea Constituyente con suprapoderes constitucionales en funciones hasta 2019, son factores que Shannon y algunos de sus adeptos parecen observar como representativos para evitar una posible intervención militar en Venezuela. Intervención que, por cierto, la propia MUD ya ha rechazado, en respuesta a las declaraciones de Trump.
El delicado equilibrio coreano
Otro caso es Corea del Norte. Washington sabe que los pasos necesarios para una acción unilateral son más delicados en el caso norcoreano. China es la principal válvula de escape hacia el exterior para el aislado y hermético régimen de Pyongyang, con lo cual cualquier acción unilateral por parte de la administración Trump tendrá repercusiones directas para Beijing.
Esta perspectiva es igualmente perceptible para Rusia, que forma parte del Grupo de los Seis para la resolución de la crisis coreana, junto a EEUU, China, Japón y las dos Coreas. Moscú sabe que su capacidad de acción directa y unilateral en la crisis coreana es mucho menor en comparación con Washingotn y Beijing. Depende de la concreción de intereses con China y EEUU, razón por la que normalmente termina aceptando los postulados estratégicos de su aliado chino.
El interés de Beijing es despejar cualquier amenaza potencial en su hinterland geopolítico establecido desde el sureste asiático hasta Asia Oriental. Eso incluye neutralizar cualquier iniciativa militar por parte de EEUU, en especial a la hora de defender sus intereses regionales vía Corea del Sur y Japón, principales objetivos de un eventual ataque militar norcoreano.
China busca así establecer un cordón sanitario de seguridad que obligue a Washington a retomar las negociaciones diplomáticas estancadas desde 2009. Pero el panorama norcoreano es una especie de callejón sin salida. Las sanciones internacionales vía ONU y AIEA no han sido suficientes y parecen ahora agotadas.
El objetivo de Beijing es recuperar la negociación diplomática para reducir la escalada de tensión y persuadir a la comunidad internacional de comprender el fait accompli establecido en mantener en pie al régimen norcoreano.
El interés de Beijing puede resultar irónico: paradójicamente, mantener en pie al régimen norcoreano supondría un elemento de estabilidad regional, principalmente en la tensa península coreana. Una eventual implosión del régimen de Kim Jong-un podría asestar una crisis humanitaria de proporciones imprevisibles en la región.
Del mismo modo, está por ver si la actual crisis entre Corea del Norte y EEUU no supone una cortina de humo o más bien una estrategia de distracción, principalmente para Pyongyang. Tomando en cuenta el tradicional hermetismo del régimen norcoreano, no sería descartable la posibilidad de que, en medio de esta crisis, se esté llevando a cabo una purga interna dentro de las estructuras políticas y estatales norcoreanas, impulsadas por el estamento militar.
Tampoco debe descartarse que, con el paso del tiempo y una vez la actual tensión se enfríe, se evidencie que el programa nuclear norcoreano no era tan peligroso ni constituía una amenaza tan apremiante. Sobran los ejemplos en este sentido, desde el Irak de Saddam Hussein hasta la Libia de Muammar al Gadafi.
La crisis norcoreana es un pulso de equilibrio estratégico que se juega directamente entre China y EEUU, con Rusia y Japón a la expectativa. La opción militar sería mucho más arriesgada en términos humanitarios, con capacidad para incendiar el contorno de Asia Oriental e incluso más allá. Pero con Trump, todo es posible.