Para llegar a Colombia, el huracán Irma obligó al avión que llevaba al Papa Francisco a sobrevolar a Venezuela. Después, en Colombia, el pontífice, luego de la misa prevista para este jueves, reservó un espacio para los obispos venezolanos que lo acompañan en su itinerario colombiano y no fue para hablar solamente de los asunto de la fe, sino de lo que la Iglesia exige para el bien de todos los venezolanos.
El Papa Francisco es un pontífice nacido en Argentina y que conoce muy bien la situación y los retos del catolicismo en Iberoamérica. Ha tenido que lidiar con los dictadores de derecha en el cono Sur, especialmente en su país, Argentina, de la misma manera como a Juan Pablo II le tocó hacerlo con los burócratas de la nomenclatura comunista en Europa del Este. La visita apostólica a Colombia -según el Anuario Pontificio que hace público el Vaticano séptimo país del mundo con mayor número de católicos, por detrás de Francia y por delante de España- ya es su quinto viaje al continente tras haber estado anteriormente en Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Cuba, Estados Unidos (que alberga a más de 30 millones hispanos) y México.
Como jesuita, el papa Bergoglio es austero, enérgico y absolutamente disciplinado. Como sacerdote y guía espiritual de millones de cristianos es amplio, comprensivo y bondadoso.
Esta semana, el Papa llega a su continente. Se nota cómodo. Puede hablar en español y el país que lo recibe cuenta con una Iglesia que mantiene una ascendencia religiosa e institucional considerable.
Colombia, en el preciso instante en que el Papa pone sus pies allí, es un país que avanza hacia un proceso de paz aún no concluido pero cuya dinámica la Santa Sede ha animado. Se espera que este viaje sirva de fuelle para consolidarlo. No pocos problemas enfrenta el presidente Juan Manuel Santos, entre ellos la polarización de un país que desea fervientemente la paz, pero no ha superado la dicotomía entre quienes apoyan las condiciones en que se ha plantado y quienes las adversan, liderados, estos últimos, nada más y nada menos que por el ex presidente Álvaro Uribe, cuya influencia política sigue siendo notable en la sociedad colombiana. No obstante, esta visita del Papa a Colombia constituye, sin dudas, una posibilidad de reconciliar a las partes pero también un espaldarazo al presidente Santos, quien paulatinamente se ha convertido en pieza clave en una Colombia que, hoy por hoy, representa un cruce de caminos inevitable para la gestión de los conflictos que surcan en continente.
A grandes titulares en la prensa nacional e internacional se especuló con la posibilidad de que el Papa excluyera un encuentro privado con los obispos venezolanos. Quizás la innecesaria aclaratoria de que su viaje sería «apostólico, no político», pudo haber puesto a volar las imaginaciones. Todo viaje de un Papa es apostólico. Otra cosa es pretender reducir la visita a su dimensión política, concretamente al proceso de paz que ocupa al vecino país. Más allá del proceso de paz, hace falta un gran movimiento de regeneración espiritual y de reconciliación para toda la sociedad colombiana y eso es lo que el Papa va a estimular, e igual a la Iglesia para que se convierta en la «levadura» que levante ánimos y corazones para coronar los esfuerzos.
Una cosa es hablar de un sesgo partidista, lo cual está fuera de toda posibilidad y otra valorar debidamente que la pastoral es política. Lo ha sido desde tiempos del rey David. Como bien acotó un comentarista europeo, «como pastor el rey David es político, y como político es pastor». En uno de sus viajes a México, las palabras del Papa Juan Pablo II fueron claras: «Cuando se pone en juego la dignidad de los seres humanos, eso es un asunto de la Iglesia». Ya lo precedía Pío XII con su definición de la política: «Es la forma más excelsa de ejercer la Caridad». Si bien -en este caso se trata del Papa, pero vale para todos los pastores en sus particulares circunstancias- el Papa no puede adentrarse en el juego de poder entre las partes, sí tiene el deber de orientar, exhortar y hasta espolear para superar situaciones que coloquen en riesgo las libertades y los derechos inalienables de los pueblos.
Las especulaciones, bien intencionadas o no, han sido derrotadas y el pontífice, luego de la misa prevista para este jueves, reservó un espacio para los obispos venezolanos que lo acompañan en su itinerario colombiano. Se anunció en el momento en que se tenía que anunciar. Podría salir de allí una palabra del Santo Padre para Venezuela. En cualquier caso, lo interesante es lo que seguramente van a callar en aras de mejores resultados. Porque la diplomacia vaticana, complicado a entender para algunos después de dos mil años en un mundo donde el micrófono vale más que la palabra, es silenciosa. Tal vez allí resida su eficacia.
Los prelados venezolanos que viajaron a Colombia son los dos cardenales, Urosa y Porras, y los obispos Azuaje, Moronta y González de Zárate. Mons. José Luis Azuaje, primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal venezolana, forma parte del grupo en representación del presidente de los obispos, Mons. Diego Padrón, actualmente convaleciente de una infección pulmonar que lo atacó cuando se disponía a regresar a Venezuela -vía Bogotá- después de participar en actividades académicas y eclesiales en Estados Unidos. Actualmente, por disposición médica permanece, ya de alta, en una parroquia latina hasta su total recuperación. Se mantiene en constante comunicación con Venezuela y sigue milimétricamente todo lo que ocurre. Se prevé su regreso al país en una o dos semanas.
El Cardenal Urosa, en declaraciones a la prensa internacional desde Bogotá, recordó: «El presidente Maduro ha dicho que aprecia mucho al Papa. Pero lo importante es que ponga en práctica los acuerdos a los que se llegó en la mesa de diálogo el año pasado el 30 y 31 de octubre. El Papa le solicitó al presidente de Venezuela contener la violencia, no instalar la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y que respetara la Asamblea Nacional, pero Maduro ignoró esos acuerdos». Una cosa es segura: ese compromiso debe ser honrado y eso no cambiará en las exigencias de la agenda vaticana.