Los que siempre hemos señalado a La Habana como el centro de poder desde donde deciden el destino de los venezolanos, no debemos olvidar que es en Moscú donde deciden el destino de los cubanos. El proyecto global de los rusos nunca se acabó sino que sufrió una pequeña pausa hasta que lo retomó Vladimir Putin, quien, con laboriosidad y experticia aprendidas en sus años como agente profesional de la KGB, conformó un plan estable que ha logrado desarrollar gracias a su total control sobre la sociedad que gobierna. No es que el totalitarismo sea la única manera de desarrollar un proyecto de país, pero ciertamente es una manera efectiva si se superan todos los obstáculos que se presentan en el camino mientras se mete en cintura a los rebeldes. Lo lograron Rusia y Cuba, pero no corrió la misma suerte, por suerte, Venezuela.
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Aunque en muchos sentidos nos hemos convertido en territorio colonial cubano y, por lo tanto, ruso, el proyecto no ha logrado calar en su totalidad en Venezuela por una serie de variantes geopolíticas y culturales. El autoritarismo soviético -ese disfraz conocido como Revolución Socialista- o se implanta totalmente en los primeros años o no camina. Nuestros agentes soviéticos, que algunos están conscientes de serlo y otros no, llevan 18 años en el cuento. Por supuesto que son rivales de temer, que si no ya no estarían en el poder, pero ciertamente las bases de la sociedad venezolana han logrado resistir a ese embate anti-occidental promovido desde Moscú. Ese ataque a la democracia como la concebimos en nuestro lado del mundo siempre ha tenido como uno de sus objetivos principales a Latinoamérica, medrando en la innegable desigualdad que existe en la región desde que llegaron los primeros colonizadores europeos.
Putin va en serio
En estos informes hemos señalado en varias ocasiones que Putin ejecuta su política exterior con el objetivo principal de erosionar la estabilidad occidental, la doctrina desarrollada por Washington para controlar sus distintas posiciones a nivel mundial. Los imperios necesitan orden y tranquilidad, lo cual consiguen a través de la paz concebida como la unión entre Derechos Humanos -garantizarle a los ciudadanos que serán respetados para que no agiten el tablero político- y el respeto a las instituciones -el marco jurídico en el cual se garantiza la prosperidad de los negocios-.
Ese patrón de conducta ruso lo mantuvo Fidel Castro en el receso en el cual Moscú desapareció efectivamente del mapa de los grandes poderes mundiales. Así, desde La Habana colocaron a agitadores profesionales al frente de los gobiernos de Venezuela, Brasil, Argentina, Nicaragua, Ecuador y Bolivia. Al tomar el poder Putin, contaba con ese avanzado punto de partida en su política exterior. Rápidamente retomó la influencia rusa sobre los cubanos y, con eso, sobre el resto de países bajo la égida del Foro de Sao Paulo. Ciertamente, ese mamotreto comunista fundado en territorio brasileño ha perdido importantes posiciones, contando actualmente solo con Maduro y Morales, cuya continuidad en el poder no está garantizada. Pero Vladimir siempre se mueve un paso más adelante.
En el caso de Venezuela, se ha asegurado un lugar a la cabeza de la mesa en la cual degustarán los grandes poderes del mundo el manjar petrolero criollo. Jugadas como conseguir la hipoteca del 49,9% de Citgo, el gran activo de PDVSA, le han ayudado a conseguir ese puesto privilegiado que le permitirá, como en otras tantas operaciones a nivel mundial, tratar de tú a tú a Washington.
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Por otra parte, Rusia ha encontrado en el mundo digital un arma muy eficaz a la hora de colocar presidentes que le garanticen su objetivo de desestabilizar a Occidente. Ya no necesita crear alianzas personales con personajes disruptivos: le basta pagar anuncios en Facebook para promocionar masivamente a esos candidatos. Lo logró en Estados Unidos con Trump, con quien no se puede decir que tenga un acuerdo propiamente dicho pero sí que le convenía que llegara a la Casa Blanca un hombre tan heterodoxo y tan alejado de lo establecido.
En contra del ruso está que su economía no se recupera de la última crisis y que el juego de poner sus fichas en las presidencias occidentales ya fue descubierto. De hecho, fracasó en su intento de colocar a la extrema derecha en el poder de Francia y Alemania, lo cual hubiera sido devastador para la Unión Europea, el segundo motor occidental tras Estados Unidos. En Washington, por su parte, el sector militar, el más consciente de la amenaza que representa Moscú para la seguridad nacional, ha logrado sujetar el gobierno estadounidense. Sin embargo, Vladimir siempre tiene un as bajo la manga. Falta saber si Nicolás también.