Según el diccionario de la Real Academia Española, la abstención se define como “la renuncia a hacer algo, especialmente a emitir el voto en una votación”.
Esa votación es esta del 15 de octubre en la que se eligen 23 gobernadores y ese llamado “fantasma de la abstención”, estuvo latente durante toda la campaña.
Aunque históricamente la abstención se utiliza para “castigar” al factor que está en el poder y que aspira a una reelección cuando no ha satisfecho las expectativas de los ciudadanos, en Venezuela, se mezcla con la apatía de electores que ya no encuentran ni depositan expectativas en la oferta electoral.
Venezuela además es un país en el que compiten numerosas organizaciones políticas pero desde hace 18 años prácticamente se ha reducido esa oferta electoral a dos bloques: los partidos oficialistas congregados en el Gran Polo Patriótico y los de oposición en la Mesa de La Unidad Democrática, actualmente.
La oposición ha intentado en dos oportunidades la abstención como herramienta para debilitar al gobierno y en las dos les ha salido “el tiro por la culata”.
En 2005 fue la mas contundente demostración de que, en un país en el que cuyas elecciones no se miden por número de participación, la abstención por “desidia” es la que cobra fuerza y además, contrariamente a su lógica, sigue beneficiando a quienes están en el poder.
En ese año, de cara a las elecciones parlamentarias, la, en ese momento, Coordinadora Democrática, después de largas discusiones que se mantuvieron prácticamente horas antes de las elecciones y conversaciones políticas y con diversos sectores de la sociedad, decidieron no acudir.
Para esas elecciones estaban inscritos 14,272.964 electores de los que participaron 3.604.741 de votantes, es decir, el 25,26 . Hubo una abstención de 10.668.223 de electores. Un 74,74 %, que atendieron al llamado de no votar opositor, luego que se retiraran 558 candidatos.
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Traducido a curules, el oficialismo, en ese momento Movimiento V República junto a sus partidos aliados en el “Bloque del Cambio”, se llevaron 114 (MVR) de 167 curules. Los 53 restante se repartieron a las “fuerzas aliadas”.
Desde allí, el gobierno se blindó legalmente aprobando Leyes que hoy, les permiten actuar y tomar decisiones, aun y cuando éstas contravienen la Ley.
La abstención electoral alcanzó, en ese momento, un 75%.
Para 2010, la oposición había aprendido la lección pero su decisión de retirarse cinco años antes le pasaría factura ya que la Asamblea “roja, rojita”, aprobó una reforma a la Ley de Procesos Electorales que planteó un sistema de voto paralelo de miembros suplementarios, escogiéndose 52 escaños mediante el sistema de representación proporcional, y 110 escaños por escrutinio uninominal mayoritario, en circunscripciones electorales según la base poblacional de 1,1% del país.
Un ya Partido Socialista Unido de Venezuela obtuvo 98 curules mientras que una reformada coalición opositora llamada Mesa de la Unidad, 65. El Partido Patria Para Todos, 2 curules.
Unas elecciones que contaron con la participación del 66.45 %. Es decir, triplicó la de 2005.
Ya aquí, con la reforma aprobada unilateralmente por el oficialismo, la relación curules-votos no sería la misma pues, la diferencia de votos entre ambas coaliciones fue casi del 1% y aun así, hubo una diferencia de 33 curules.
La abstención ese año, 2010, se ubicó en 33, 55% bajando a 25,75% en 2015 cuando la oposición, casi en una proeza política, se llevo 112 escaños mientras el gobierno, 55. Claro, con un devenir político que nos tiene en un escenario como el actual en el que, como una leyenda urbana, la abstención vuelve a aparecer como una opción.
Llegamos a las elecciones regionales de 2012 cuando la oposición solo obtuvo tres gobernaciones mientras que, el gobierno se llevo 20.
Aquí, el no ir juntos, le costó gobernaciones a los opositores. La participación se ubicó en 53,94 %.