Políticos pendientes del pescueceo y el pueblo de la comida

La MUD ha muerto. Encontrar al culpable del asesinato es ocioso cuando la mayoría del país lo que exige es comida, medicinas y seguridad. Cuando falta eso en la base de la pirámide de las necesidades humanas, poco importa el destino político de quienes son capaces de aplazar el cambio si los focos no están sobre su candidatura presidencial. Lo grave de esto es que el verdadero cambio sólo vendrá si el PSUV sale de Miraflores, para lo cual hace falta una unidad monolítica. Menudo callejón sin salida. Ni a Hitchcock se le hubiera ocurrido tan espantoso guión.

Al club de fans de Almagro -nada que reprocharle al uruguayo más venezolano, todo lo contrario- se le une ahora un nuevo grupo cuya cohesión es garantizada por una buena cantidad de saliva de loro. Los combativos causaerristas se unieron a los comandos de campaña de Henrique Capriles (Primero Justicia) y de Leopoldo López (Voluntad Popular) en un acto en Maracaibo, el cual cayó tan mal que Freddy Guevara hizo control de daños al asegurar que no se trataba de una nueva plataforma sino de un simple apoyo a Juan Pablo Guanipa. Lo cierto es que, mientras lloraban la desgracia del gobernador zuliano legítimamente electo el 15 de octubre, Manuel Rosales se postulaba ante el CNE para el cargo que quedó vacante según la fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente. A Ramos Allup no se le vio en la tierra del sol amado porque todavía aguanta el chaparrón causado por los cuatro gobernadores sumisos. Mejor que no fuera, porque si no Capriles hubiera sido capaz de suspender el «acto en apoyo a Guanipa» con tal de no sentarse en la misma mesa que el adeco.

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Lo cierto es que ya los shows mediáticos no enamoran. A los ojos de la gente, ya Maduro no tiene la exclusividad de la responsabilidad de la crisis sino que la empieza a compartir con la dirigencia opositora, sin exclusiones. A todos, hasta a los abstencionistas, les cae su chaparrón. Se han olvidado los políticos venezolanos que la política no es espectacularidad sino conexión con los sectores más necesitados, esos que están ubicados en la Venezuela recóndita donde no llega Twitter. En un país sin casi medios de comunicación tradicionales, donde el 48% no tiene acceso al internet más lento de Latinoamérica, ¿cómo pretenden llegarle al pueblo a través de la pantalla y el pescueceo ante las cámaras?

Venezuela no es Twitter

La brutal censura del régimen a la prensa ha dejado a las redes sociales como el canal por excelencia para que los venezolanos se informen, con el peligro que esto conlleva. No olviden que en Estados Unidos la presidencia de Donald Trump pende de un hilo por la interferencia rusa en la campaña electoral a través de publicidad pagada en Facebook y Twitter que hacía eco de informaciones falsas. El Vladimir Putin detrás de ese crimen a la democracia es el mismo que tiene nariceado a Maduro. Saquen sus propias conclusiones. La pajarera virtual se ha vuelto, además, el ágora especial de millones de venezolanos que no encuentran otra válvula de escape y de discusión bien sea por estar apresados dentro de sus hogares gracias a la inseguridad o fuera de Venezuela gracias a la desgracia del destierro.

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Twitter, en consecuencia, es el reducto de la clase media instruida, no de la Venezuela profunda, a la cual le interesa que le garanticen sus necesidades básicas, no si Capriles o Ramos Allup culminan su carrera política como presidentes. Por eso los partidos, que son los únicos teóricamente aptos para gobernar, deben volver a las raíces, organizarse caserío por caserío, articular políticas públicas concretas. El gallo que se lance en 2018 debe ser el que tenga más empaque, no el que cacaree más ni el que tenga la cresta más bonita. Pero, sobre todo, será el que logre unir a los demás gallos bajo la premisa de que, gobernando él, gobernarán todos. Por eso, la propuesta de La Causa R de unas primarias presidenciales es importante, no por la candidatura en sí, sino para que todos empiecen a remar juntos. Pero eso es ya. Si no, Diosdado hasta el 2025.