Si el ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, creyó apoyar su teoría de la independencia en las diferencias del idioma catalán frente al castellano, mal ha escogido ese argumento, porque ambos son hijos de la llegada de los godos a España en el siglo V, con la única diferencia de que a Barcelona los godos llegaron en el año 414 y en el resto de España se asentaron masivamente medio siglo más tarde.
Si partimos que los actuales idiomas de España – exceptuando el vasco -, son producto de la época en que la influencia goda sobre el latín creó el «romance», la diversidad política de España podría adquirir otro matiz y en vez de fomentar el separatismo, vendría a ser unificadora.
En mis libros – y los que están por salir en español y francés bajo el título de «Las raíces de Europa» (la versión escrita en lituano va por su sexta edición y me valió un doctorado honoris causa en Lituania), hay dos capítulos sobre la aparición en España en el alto medioevo, de los rasgos fonéticos godos que deformaron el latín produciendo cambios que perviven en toda España hasta el día de hoy. Lo más llamativo de esas observaciones ha sido ver que los nombres de las tribus bálticas (godas) no han cambiado al llegar a España y cada grupo mantuvo a su llegada su propia lengua, todas ellas pertenecientes al grupo denominado «báltico», pero diferenciadas en la manera de pronunciar diversos sonidos, principalmente los diptongos que ya no se pronunciaban en el latín, pero eran abundantes en el hablar godo. Repito: observé que coincide el nombre de cada grupo con las particularidades lingüísticas que cada uno de esos «linajes» trajo desde su lugar de origen a sus asentamientos españoles (digo «linajes» porque esa llegada de los godos introdujo en España el concepto de la casa solar y la heráldica, que en época romana no existían).
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Tras años de estudio, llegue a la conclusión que las diversas lenguas regionales de España son el producto de las deformaciones introducidas en el latín por la pronunciación de cada grupo asentado en Galicia, Cataluña, Castilla y León, etc. También observé que en su conjunto, ellos nunca dejaron de considerarse una sola nación denominada «godos», insertada en el caleidoscopio del pasado ibérico, lo que a mi juicio, es otro rasgo a tomar en cuenta.
La nación goda, que nunca fue germana sino báltica y cuyos orígenes en la orilla suroriental del mar Báltico se remontan al mesolítico según la arqueología, poseía una antiquísima cultura que sólo recientemente está saliendo en claro para los estudiosos del tema. Su conformación como nación organizada se remonta al segundo milenio antes de Cristo. Vivieron esparcidos en un amplio territorio que hoy abarca Prusia oriental, Lituania, Letonia, Bielorrusia, el norte de Ucrania, casi toda Rusia europea y parte de Polonia. Sus idiomas bálticos, hoy todos desaparecidos salvo en las dos naciones de Lituania y Letonia, estaban originalmente diseminados en esa amplia área y desarrollaron según las regiones su propia pronunciación, principalmente referida a las diferencias al pronunciar los diptongos (ai, au, uo y ou, oa y oe, ei y ie), incluyendo la diferencia de acentuación en el primero o el segundo sonido y hasta hubo el uso de triptongos. Llegados a España, se asentaron por linajes, cada uno con su propio modo de hablar.
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Una vez en un país de idioma latín como lo era España en el siglo V, necesitaron entenderse con la población local, pero la dificultad que tuvieron para pronunciar las palabras latinas plasmó la actual gran cantidad de diferencias fonéticas en la geografía de la península. El insigne lingüista español Ramón Menéndez Pidal nunca logró explicarse esa variedad de pronunciación, si bien a todas, las ha anotado en su recopilación del hablar por regiones durante la formación del español, cuando aparecieron sonidos que, según escribió, «nunca han pasado de la boca a la pluma… debido a la seria dificultad con que tropezaron los escribas de cómo representarían esos sonidos extraños a la escritura de la lengua latina, única entonces usada.»
Dentro de esa gran variedad principalmente en el uso de los diptongos, es que pude unir el punto de partida de cada grupo con el de su asentamiento en España, utilizando dos datos que se repitieron con pasmosa precisión: el nombre de cada tribu que no cambiaba desde su punto de partida y el de llegada, coincidente con los rasgos fonéticos que ese grupo particular trajo a España. Así intenté identificar la llegada de la nación báltica de los sembos al sur de Francia, y la de los galindos, originarios de gran parte de la extensión báltica, hasta Castilla la Vieja, cuyo hablar terminó siendo el idioma de toda la península.
Si bien no he tocado el caso catalán, a primera vista me llama la atención la eliminación de la vocal en las terminaciones, lo que es un rasgo de los bálticos de Letonia, lo cual unido a las demás características del idioma catalán, debería dirigir las indagaciones hacia esa región del Báltico.
En el caso específico de Cataluña, se impondría además una revisión del diccionario catalán de Corominas, tanto más interesante en cuanto que el propio Corominas intuyó, sin poder interpretarla, la presencia del hablar báltico en la región catalana.
Cataluña se colocaría entonces, – excepción hecha de sus importantes influencias mediterráneas-, como uno más de los productos del hablar godo. Hasta ahora, lo grueso de mi atención siempre fue dirigido hacia Castilla y los «galindos», así denominados tanto en el Báltico, como en España. En el siglo V, ellos eran los más numerosos de todas las tribus bálticas, de allí también su nutrido número entre los godos que llegaron a España. Al juzgar por la frecuencia de la palabra «galindo» en los nombres de lugares castellanos y leoneses /recopilados en mi libro/, supongo que los galindos se afincaron principalmente en Castilla y León, los dos reinos a partir de los cuales se creó el español moderno con los diptongos ié y ué (ej. tierra y bueno) en detrimento de otros, que fue cuando el lingüista español Menéndez Pidal dijo de ellos que Castilla ha sido la que «fija en el castellano la propensión a utilizar preferiblemente el diptongo ué, saltando por encima del oa que se encuentra en los otros dialectos romances», y agregando jocosamente que «Castilla repugna del oa».
Las demás tribus bálticas que poblaron España, sólo mantuvieron su modo de hablar como lenguas locales, lo cual convierte en apasionante el trabajo de identificar cada grupo con su lugar de procedencia en el norte de Europa, cuando ante el asombro del investigador, coinciden los nombres de cada estirpe, con los rasgos fonéticos en su hablar. Desgranar esas duraderas características fonéticas fue quizás lo que más me sorprendió cuando escribía mi libro y dediqué dos capítulos al tema del idioma castellano. Los intitulé «Capítulo XVI El idioma de los godos y Capítulo XVII El cruce de dos idiomas».
Para terminar, es imprescindible notar que los godos, cuyo milenario pasado como una gran masa humana disgregada desde el mar Báltico hasta lo que hoy es Kiev en Ucrania y Moscú en Rusia (ambas incluidas), nunca perdieron el sentido de su unidad nacional. Así los describía en el siglo XII, el obispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, cuando observó que el de los godos siempre fue un solo reino, incluso cuando tenían un gobierno bicéfalo. Más claro todavía lo pone en España Yullian del Castillo en el año 1624: «Nuestros Godos y sus Reyes fueron Godos, o Ostrogodos (sobre que ay diversas opiniones) no ay para q. definirlo aquí: pues según Pedro Mexia en la Silua (Silva) donde trata dellos, no huuo (hubo) ni ay mas diferencia de los unos a los otros, que ser los Ostrogodos mas Orientales en su provincia, y cercanos a los montes Ripheos (los montes Urales) y rio Thanais (el río Don) y la linea que los diuidie (divide) de Asia; como en España son mas Orientales los Catalanes…». El letrado sevillano Pedro del Mejía (1497 -1551), escribió los primeros volúmenes de su «Silva de varia lección» en 1540. En esa época estaba todavía clara para los españoles la procedencia de los godos y la unidad de toda España, pese a sus diferencias.