Estoy por renovar y salvar el principal activo político de la esperanza de cambio que es la Unidad. A ese poderoso instrumento temido por el gobierno lo ponen en riesgo imprudencias de su liderazgo.
El dinamismo es lo propio de la política y como la estabilidad requiere de equilibrios, la única forma de lograrlos es no tener una noción estática de la realidad. Esa capacidad de adaptación que es el principal secreto de la durabilidad.
Se me dirá que estoy unido afectivamente al proyecto unitario por el cual luché y al cual he seguido leal aunque no tenga cargos ni los ande buscando. No se me calumnia al decir eso. Tampoco creo que se descalifique con eso mis opiniones, aunque se lo intente. Pero creer que es eso y nada más es equivocarse por estrechez de visión. Hasta ahora, no he visto ni anticipado algo muy distinto a la Mesa de la Unidad, algunas de cuyas imperfecciones claman por corrección. Lo que se siente venir son modalidades más reducidas de unidad, con el argumento de la coherencia, y con más peso de uno o dos liderazgos personales, lo cual puede tener buen lejos pero, por lo mismo, sería portador del germen de su propia destrucción. O volver a la competencia abierta entre partidos, muy normal en una democracia normal pero ingenua hasta el suicidio en crisis como la nuestra. Y Venezuela necesita, de verdad, una alternativa democrática de poder fuerte, cohesionada en torno a unos objetivos, plural ciertamente pero con definido sentido de la prioridad y dotada de una cualidad política fundamental, la doble capacidad de entender y de entenderse.
El mundo opositor, ese gentío descontento, inconforme con el presente y que quiere un cambio, es muy variado. Y la coalición por el cambio democrático, llámese como se llame que es lo de menos, debe parecérsele tanto como sea posible.
Tendríamos que ponernos a analizar a conciencia, seria, rigurosamente, el 15/O, para entender qué pasó y por qué, tanto en cuanto al desarrollo de un poder fraudulento, implacable en su falta de escrúpulos, como en lo socio-político de nuestros aciertos y sus limitaciones, de nuestros errores y nuestras omisiones. Y hacerlo cuanto antes, porque cabía esperar que el régimen envalentonado preparara nuevos golpes. En lugar de eso el país, y el mundo que nos mira atenta y solidariamente, son testigos de un insólito torneo de iniciativas individuales, mutuos señalamientos, descalificaciones entre nuestros más señalados conductores. El ciudadano, aporreado por la derrota y minado su ánimo por la frustración, ve ese desconsiderado festival de la imprudencia entre los líderes y agrega confusión a su desconcierto. Y ahora ¿Qué vamos a hacer? Es lo que se pregunta.
Nuestros líderes no son perfectos, pero los conozco lo suficiente como para saber también que son capaces de la trascendencia. Que han demostrado su valor, su vocación de lucha y su responsabilidad. A esa contextura apelo, como venezolano.