En vida, el padre Luis Maldonado enseñó con una visión clara y fresca la espiritualidad cristiana de la celebración (oficial y popular) en el sentido antropológico, litúrgico, teológico y sacramental.
Sentimientos encontrados se agolpan en mi memoria al recibir la noticia de la muerte del Padre Luis Maldonado, uno de los profesores recién llegados a Salamanca en los albores del Concilio Vaticano II. Junto a Casiano Floristán marcaron en los inquietos alumnos de la Ponti de aquellos años los nuevos aires de renovación eclesial. Fue una gracia que las primeras discusiones conciliares giraran en torno a la liturgia, porque a los nuevos conceptos se unió también una espiritualidad que alimentaba la centralidad de la fe desde el misterio eucarístico y su raigambre en las raíces culturales propias. En la capilla de las misioneras que dirigían entonces la librería de la calle Compañía acudíamos a “nuevas” celebraciones que se hicieron después de la reforma litúrgica en rutina celebrativa.
Su traslado a Madrid para darle vida a la andadura del Instituto de Pastoral fue una bendición, pues amplió el espectro de quienes pasaron por sus aulas y adquirieron una visión fresca, sencilla y profunda en uno de los campos más álgidos de la espiritualidad cristiana: el sentido antropológico, litúrgico, teológico y sacramental de la celebración, tanto la oficial como la popular. Tuve la dicha de cursar con él varios seminarios, gozar de su amistad y de su ciencia y sabiduría. Su sencillez y porte escondía la presencia de un hombre sabio, investigador, profundo creyente y amplio en el intercambio de opiniones con sus alumnos.
Leer cualquiera de sus libros es abrevar en centenares de autores de todas las tendencias y lenguas, en síntesis enriquecedora por sus análisis y propuestas. La reciente insistencia del Papa Francisco sobre el tema de la religiosidad popular me llevó a retomar “la religiosidad popular, nostalgia de lo mágico”, “la violencia de lo sagrado” y tantos otros títulos sobre la materia. Además, lo mucho y bueno sobre la homilía de la que nos deja un legado invalorable y actual. Escritor prolífico con un castellano impecable, agradable y hasta poético. En una oportunidad lo invitamos a dirigir un seminario sobre religiosidad popular para estudiantes y profesores de la Escuela de Historia de la Universidad de los Andes de Mérida, de la que se beneficiaron también los estudiantes del Seminario San Buenaventura.
Creo no equivocarme al afirmar que con él desaparece el último de los pioneros de primera hora del Instituto de Pastoral en Madrid. Quienes tuvimos la dicha de compartir su saber y su amistad mucho más allá de las aulas, en las muy amenas tertulias con los profesores del Instituto a mi paso, gracias a Dios frecuentes, por Madrid, surge la nostalgia pero también la esperanza de que su obra perdura en el tiempo como herencia viva que continúan hoy día quienes dirigen y enseñan en el Instituto Superior de Pastoral. Seguro estoy que muy pronto se hará memoria agradecida de su trayectoria vital, opacada en estos últimos años por su minada salud. Disfrutando estará de la celestial liturgia que ya desde acá descubrió, amó y llenó su vida de creyente, de maestro y de teólogo. Descanse en paz.