El petróleo y el gas hallados por Exxon Mobil en las aguas esequibas es el mayor negocio en la historia de la humanidad. Inevitablemente determinará la vida en la región, con la política en primer lugar. E impone como indispensables gobiernos capitalistas que garanticen las enormes inversiones que serán necesarias en renglones no sólo gasíferos y petroleros, sino en cuanto atañe a la vida de los seres humanos.
Las personas de mi generación, cuyas primeras percepciones fueron las de la Segunda Guerra Mundial, hemos tenido que hacer un esfuerzo consciente para librarnos de ciertos mitos necesarios que se nos sembraron durante aquel conflicto, mitos que se pueden resumir en un sobreentendido axiomático (que no necesita discusión): el espartano deber de morir por la patria. Para americanos y europeos el contenido emocional de este mandato opuesto al nazi-fascismo primero y al comunismo después, sacralizaba a la democracia y la libertad como valores primordiales de nuestra civilización. Esto valió para las generaciones que de manera directa o indirecta se nutrieron del discurso decimonónico, exacerbado en el romanticismo y prolongado hasta que en el último cuadrante del Siglo XX lo aplastó el pragmatismo realista que, consciente o inconscientemente, con cierto pudor pero sin vacilación alguna, practicamos en la actualidad.
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Esta aceptación de una realidad de escasa belleza es necesaria para hacer un análisis serio de la situación política, lo cual no es tan obvio como parece. En los medios de comunicación se sigue hablando, y hasta explotando, la respetable ingenuidad de quienes todavía son sensibles a esos valores de uso reservado al ciudadano común, ese que lee nuestros medios impresos, ve nuestra televisión y nuestra radio, y presencia nuestros debates. Aunque gran parte de la ciudadanía común sigue suponiendo vigencia a principios ya enterrados, lo cierto es que un ciudadano común de 1960 consideraría inaceptables los objetivos actuales de Europa y Estados Unidos en sus relaciones con regímenes como los de China y Rusia. La Europa de las libertades, Francia misma, por no hablar del Vaticano, ha sido brutalmente impúdica en su relación con la tiranía castrista. La frase «Es la economía, idiota», lo explica todo. Por supuesto, nada ha cambiado. Siempre fue así en toda la historia de la humanidad. Sólo que por un tiempo fue necesario que creyéramos otra cosa -y quizás esa necesidad persiste, pero ahora los ocultamientos son más difíciles: a las personalidades públicas se les exige transparencia. Al caso que nos trae aquí, el de Cuba y Venezuela, que es uno solo y ojalá no sea también el caso de Colombia, hay que mirarlo con este prisma.
Afortunadamente, los negocios funcionan mejor si hay democracia formal y un poquito de libertad. Ahora mismo está en marcha un negocio al cual postulo como el más grande en la historia de la humanidad, incluso visto en términos relativos. Es la explotación del más grande yacimiento de petróleo y gas conocido hasta la fecha, el cual se sitúa en las bocas del Orinoco. Ese colosal negocio, tan grande que no lo vemos como la hormiga no ve el elefante entre cuyas patas se afana, ya mueve y en los próximos años moverá la política del Caribe más que cualquier otra fuerza. El hallazgo lo ha hecho Exxon Mobil, la más gigantesca corporación de este mundo actual donde los poderes determinantes son las grandes corporaciones, realidad que regirá por tiempo suficiente para que no miremos otro escenario, no importa que seamos ciudadanos de cualquier rincón del planeta. Las grandes corporaciones, pese a su connotación capitalista, predominan igual en el comunismo y el socialismo. Ellas dominan el Estado y pautan la conducta internacional conforme a sus intereses -lo cual, por cierto, no es necesariamente malo, si se lo compara con las alternativas. Tan no es necesariamente malo que las decisiones de la alta política respondan a los intereses de las grandes corporaciones, que en el caso de Cubazuela estos intereses coinciden con los de personas preocupadas por el colapso de los derechos humanos en Cuba y Venezuela, países humillados por bandas de sociópatas que con una coartada ideológica hecha a la medida simplemente han explotado esos pueblos, reduciéndolos a la miseria mientras ellos han amasado fortunas de dimensiones impensables, las cuales han de estar, paradójicamente, invertidas en bonos y acciones de corporaciones impecablemente capitalistas.
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Exxon Mobil exploró las aguas territoriales frente al territorio Esequibo con licencia de Guyana, o sea de Inglaterra. Pero la soberanía de ese territorio está legalmente discutida entre Venezuela y Guyana. Después de años durante los cuales el caso estuvo anestesiado, y en coincidencia con la nueva administración en los Estados Unidos, la Secretaría General de las Naciones Unidas ha reactivado el caso poniéndolo en manos de un reputado árbitro probado en conflictos de alta gravedad, como los Balcanes y Colombia. Este árbitro ha dicho que el año próximo lo llevará al Tribunal de La Haya. De esta manera se establecerá la titularidad de las aguas donde se procederá a la explotación, permitiendo la contratación de condiciones sobre los cuales operarán las compañías extractoras.
Sería ingenuo ignorar que el súbito interés de Europa, Vaticano incluido, en el Caso Cubazuela, obedece a un deseo de participar en esta explotación. Son negociaciones entre Estados Unidos y Europa en las cuales interviene China como macro-acreedor del Estado venezolano y ahora Rusia como protector político del régimen castro-madurista. El Caso Cubazuela evoluciona así pari passu con las negociaciones de los factores reales de poder internacional. Podemos permitirnos un pronóstico favorable al paciente caribeño, porque su recuperación conviene al interés general. En efecto, un foco de actividad de la magnitud que promete el petróleo esequibo sería como agua de mayo para una economía global sumida en un estancamiento disimulado por la piadosa discreción de los medios pero patente para los padres de familia que han perdido sus viviendas y vieron disminuidos en sus ingresos durante las últimas décadas.