Para volver a ser presidente de Brasil, Lula teje acuerdos electorales con los más corruptos miembros de la derecha del partido democrático, porque si es candidato y gana necesitará apoyos para gobernar.
Por Juan Arias(*)
Lula afirma que “le será fácil ganar las elecciones” y prepara una nueva gira política, ahora por el Estado de Río. ¿Esconde Lula algún secreto para hacer esa afirmación? ¿Por qué las elecciones presidenciales de 2018 están tan condicionadas a que él pueda o no ser candidato? Hay consenso sobre que la presencia de Lula en el escenario político brasileño perseguirá a este país mientras viva, libre o en la cárcel. A pesar de las acusaciones y condenas por corrupción que recaen sobre él, nadie se atreve a darle por muerto políticamente, porque uno de cada tres electores sigue siendo suyo, sea o no culpable.
El secreto de la inmortalidad política de Lula quizás resida en ser tan buen psicólogo como político. Su sensibilidad para conocer los ángulos más oscuros de los otros no es fruto de estudios académicos. Es un don desde que destacó como líder sindicalista en su juventud.
No sé si Lula es el mejor estratega de Brasil, pero sí lo es en cuanto a su “olfato político”. Sabe descubrir dónde les aprieta el zapato a los demás y lo que cada público desea escuchar, como hacía cuando era sindicalista.
Recuerdo que en Sao Paulo a una platea de empresarios que se quejaban de la lentitud del Parlamento en aprobar las leyes. Lula les dijo: “No me tentéis porque tengo un demonio dentro que cuando me levanto me dice: “¡Lula, cierra el Congreso!”.
A los banqueros les provocaba: “Nunca habéis ganado tanto como conmigo”. Era cierto. A la banca siempre le gustó Lula. En el Brasil profundo, en el nordeste pobre, frente a sus seguidores decía sapos y culebras sobre los ricos que “les impedían salir de la pobreza”. Aglutinó consensos y nunca fue extremista. Días atrás, Lula, esperando regresar a la presidencia, dijo: “Ni Bolsonaro es de extrema derecha, ni yo soy de extrema izquierda”. Lula sabe que a los pobres no les interesa su ideología, sino que lo sientan como su aliado; mientras que a los ricos les basta saber que no es un Maduro.
Hay quien no entiende que Lula, después del drama del “impeachement” de Dilma Rousseff, con el país enfurecido ante el conservador Temer, tachado de golpista y traidor, haya dicho: “Yo ya no tengo edad para gritar ‘¡Fuera Temer!». Así se explica que, pese a la crisis, Lula esté tejiendo acuerdos electorales con la peor derecha del PMDB, con los caciques más corruptos de este partido. Lula sabe que si logra ser candidato y gana necesitará apoyos para gobernar. El 80 % de los corruptos del PMDB y del PP ya gobernaron con él y Dilma. Muchos fueron sus ministros y Michel Temer el vicepresidente de Dilma.
Los diputados y senadores están atrapados en las redes de la corrupción, con miedo a caer en manos de los jueces; los corruptos se unen en un abrazo mientras se ahogan. Lula y los demás, la derecha y la izquierda, saben que, como en las mafias, los amigos son para siempre.
Hoy el Gobierno de Temer, el Congreso y Lula buscan un pacto de sangre que les salve. Lula tiene una ventaja sobre los demás políticos acusados de corrupción. No necesita pruebas para defenderse de las acusaciones de los jueces. En su estrategia más que presentar documentos que atesten su inocencia, se ha proclamado “perseguido político”. Solo le interesa parecer discriminado por defender a los pobres. Lo gritó en la ONU. Ninguno de su compañeros acusados de corrupción se ha atrevido a tanto.
Fuera o dentro de la cárcel, presidente o no, seguirá mientras viva atado a su estrategia, sin considerar el miedo que empiezan a tener los políticos de una posible delación premiada de Lula, que haría temblar la República. Esta delación no existirá, no le interesa, porque en la cárcel seguiría presentándose como víctima. Lula es así. Nunca se dará por vencido ni tirará la toalla.
(*)Arias es un periodista y filólogo español especializado en temas latinoamericanos.