En la negociación de República Dominicana la oposición pudiera permitir la reestructuración de la deuda, a cambio de que el oficialismo entregue o comparta alguna instancia de poder.
La lucha por el poder entre los diferentes sectores de la sociedad, clases o intereses de facciones o partidos se libra por lo general en torno a las instituciones del Estado y tiene como objetivo inclinar la correlación de fuerzas a favor de uno u otro factor en pugna. El centro de gravedad de la disputa se desplaza, dependiendo del momento, circunstancias y estrategias, de una a otra de sus estructuras constitutivas.
En esta oportunidad en Venezuela, al aparato electoral del Estado, el Consejo Nacional Electoral, le ha correspondido estar en el ojo del huracán. Hace pocos meses los vectores se concentraban sobre el aparato militar y, en cierto modo, en la esfera judicial. El poder es así, se desplaza como un pez resbaladizo. Y en un momento está aquí y en otro momento allá, intangible y omnipresente.
Sucede que las instituciones del Estado son parte de la correlación de fuerzas, una correlación que en el caso venezolano se ha mantenido en un equilibrio frágil, aunque inclinada a favor del sector gubernamental. Transcurrida la etapa de abril a julio en la que se puso a prueba al aparato militar (Fanb), ahora otros elementos han entrado en juego con fuerza: la debilidad económica del Estado, sujeto a una deuda y a un bloqueo financiero que puede arrebatarle la hegemonía a quienes hoy la detentan.
Se trata de verdaderos misiles en la lucha por el poder, en particular en un cuadro de descontrol de las variables macroeconómicas y de serios errores en las políticas monetarias y cambiarias que han alimentado la inflación y la escasez y han generado penurias en las propias clases sociales en que se sustenta el propio Gobierno.
La crisis política no parece resolverse hacia uno u otro sector, a pesar de que el bloqueo financiero estremece las bases que le sirven sostén al Gobierno. Pero aun así éste logra mantenerse de pie apoyándose en sus propias fortalezas que residen en una base social estructurada, ubicación a su lado del estamento militar, un porcentaje de electorales nada desdeñable y una narrativa y una visión ideológica que brinda coherencia. A esto se le une el desmayo opositor, sus grandes dificultades para convocar a los sectores populares, las divisiones y los errores de estrategia que en varias ocasiones la han colocado al margen del sistema.
En este marco de crisis de hegemonía es que se ha planteado la negociación de República Dominicana, en las que cada sector intentará alcanzar sus objetivos: para unos, la permanencia en el poder; para otros, el acceso a él. Con este fin, la oposición pudiera permitir la reestructuración de la deuda, a cambio de que el lado gubernamental entregue o comparta alguna instancia de poder. Cada quien ganaría y perdería algo. Y como la perspectiva es la de unas elecciones presidenciales determinantes, se desplaza hacia el CNE el centro de las contradicciones.