Unas eventuales elecciones presidenciales en el 2018, manejadas por la hegemonía, serían como unas elecciones en el Titanic. Siga leyendo…
Un par de aclaratorias previas. Para mí las elecciones libres, justas y transparentes son la esencia misma de la democracia. Pero como en Venezuela no hay una democracia sino una dictadura con algunos harapos de democracia, entonces ese concepto previo es, por ahora, inmaterial. Lo segundo, es que estas breves líneas no se refieren a las “elecciones municipales”, suerte de chiste cruel, no sólo por el masivo fraude que es connatural a este CNE, sino porque los municipios en manos de alcaldes opositores han sido transmutados en cascarones vacíos. El caso de la Alcaldía Metropolitana de Antonio Ledezma ha sido el más notorio.
No. Me refiero a unas eventuales elecciones presidenciales, pautadas por la Constitución para el 2018, y cuya temática ya parece copar el interés público de oficialistas y sectores de la oposición política. Maduro y los suyos hablan de eso abiertamente. Su vicepresidente ya lo lanzó. Y la pretendida campaña en contra de la corrupción de la Pdvsa roja-rojita es el primer capítulo de ese teatro electoral.
En la acera de enfrente, los precandidatos ya se configuran en candidatos. El exgobernador de Lara, Henri Falcón, anda en eso. Manuel Rosales, de ganar la gobernación del Zulia, puede dirigirse en la misma dirección. Juan Pablo Guanipa declaró al respecto de sus aspiraciones. Henry Ramos Allup ya abrió lo fuegos candidaturales. Henrique Capriles acaba de señalar que él y Leopoldo López son los únicos capaces de dirigir al país (…) Y bueno, ante semejante vendaval sólo queda insistir en que la nación se hunde en las profundidades de la catástrofe, mientras los que están llamados a denunciar la situación y actuar en consecuencia, parecen más encandilados que nunca por el despacho de Miraflores.
¿Quién gana y quién pierde con todo este delirio? Pierde el conjunto de los venezolanos, que ahora, encima de todos los males que les agobian, quedan en una especie de orfandad política. Y gana el poder establecido, porque los percibidos adversarios se fragmentan y se desconectan todavía más de las necesidades y reclamos nacionales.
El Titanic se hundió y se convirtió en una de las tragedias navales más conocidas de la historia. Venezuela se está hundiendo pero podría ser salvada. Lo que no se entiende es que la posibilidad de salvación dependa de unas eventuales elecciones manejadas y controladas por la hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta, que nos tiene sumidos en las profundidades del abismo político, económico y social.