Trump sacude la Tierra Santa

El “efecto Trump” parece ahora acentuarse con mayor nitidez en Oriente Medio. Tras reconfigurar las alianzas tradicionales de Washington con Israel y Arabia Saudita, el controvertido mandatario estadounidense cumplió la semana pasada con una de sus promesas al llegar a la Casa Blanca en enero pasado: reconocer a Jerusalén como la capital indivisible del Estado de Israel.

            El anuncio de Trump no es fortuito. Tiene un sentido netamente estratégico. No sólo refuerza los lazos con Israel, atendiendo una de las principales demandas históricas israelíes, sino que trastoca los emergentes ejes geopolíticos en la región que se están diseñando principalmente tras la intervención de Rusia en Siria y ante la certificación del post-conflicto sirio con la reciente cumbre de Sochi (22 de noviembre).

            Trump juega a varias bandas, aunque todo parece indicar que la iniciativa diplomática quedará en manos del secretario de Estado, Rex Tillerson. Éste, sumido igualmente en difíciles equilibrios en Washington ante los rumores que apuntan a una presunta destitución de su cargo, declaró esta semana que la cuestión de Jerusalén debe ser solucionada conjuntamente por israelíes y palestinos.

La declaración de Tillerson supone una muestra aparente de rebajar la tensión y la indignación que se ha instalado en el mundo árabe e islámico tras la polémica decisión de Trump. Una decisión que también tiene su tono simbólico en clave histórica, toda vez ocurre cuando se cumple el 50º aniversario de la guerra de los Seis Días (1967), en la cual el Ejército israelí ocupó militarmente Jerusalén y los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.

Romper el eje de Putin

            El objetivo colateral de Trump y, por consiguiente, del derechista primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, sigue siendo Irán. El problema para el eje israelo-estadounidense es que Teherán está logrando superar el aislamiento exterior no sólo tras la audaz apertura iniciada por Barack Obama a partir de 2013, sino principalmente, por la concreción de un eje geopolítico regional que le acerca a tres nuevos aliados: Rusia, Turquía y China.

En este sentido, Trump y Netanyahu observan con atención ya no sólo el tradicional eje “chiíta” que Teherán maneja desde hace décadas junto al régimen sirio de Bashar al Asad y otros aliados como los movimientos islamistas libanés Hizbulá y los palestinos Hamas y Yihad Islámica, aunque éstos ya en menor medida.

El problema para Trump y Netanyahu se enfoca en el eje “euroasiático” que muy hábilmente ha logrado diseñar el presidente ruso Vladimir Putin a través de Turquía e Irán, en el cual también entra tangencialmente China. En este sentido, Moscú y Beijing hacen valer los años de cooperación económica y militar con Irán mientras Occidente arreciaba en las sanciones contra Teherán por motivo de su programa nuclear.

En cuanto a este eje “euroasiático” implantado por Putin en Oriente Medio, no deja de ser igualmente significativo que fuera precisamente Turquía el país más virulento en sus ataques a Trump por su decisión sobre Jerusalén.

Embarcado en un proyecto hegemónico autoritario, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan rememora las glorias otomanas con un retorno turco a la geopolítica de Oriente Medio, que ha tenido en la cuestión de Jerusalén una arista más. Erdogan ha sido el más duro detractor de la decisión de Trump, considerando que el reconocimiento de Jerusalén como la capital israelí abrirá “un baño de sangre” en la región. También calificó a Israel de “terrorista” y amenazó  a todos aquellos que apoyan la decisión de Trump de que “no encontrarán lugar donde esconderse”.

No es tampoco fortuita la sorpresiva visita de Putin a las bases militares rusas en Siria el pasado fin de semana, en el marco de una gira regional que le llevó por Turquía y Egipto. El mandatario ruso declaró en suelo sirio el progresivo final de las operaciones militares rusas en el país árabe, un fait accompli del final de la guerra siria ya acordado anteriormente en Sochi.

Este anuncio de Putin se compatibiliza con el realizado la semana pasada por el gobierno iraquí de poner fin a su guerra particular con un Estado Islámico cada vez más debilitado y en desbandada de militantes.

Favorecer el eje Israel-Arabia Saudita

Paralelamente, el reconocimiento de Trump de la capitalidad israelí en Jerusalén supone también el punto muerto de las negociaciones de paz con los palestinos, aunque Tillerson y la Unión Europea asomen alguna tibia esperanza.

Con ello, Trump apuesta decididamente por Israel y Arabia Saudita como sus principales aliados regionales, en especial ante la próxima entronización del heredero saudita Mohammed bin Salman.

No deja de ser significativo que el propio bin Salman enviara al yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, un mensaje de apoyo al presidente estadounidense por su decisión sobre Jerusalén, aunque argumentando que la misma no deja de ser controvertida y peligrosa para las negociaciones de paz en la región.

El propio Kushner, igualmente en el ojo del huracán en EEUU por las investigaciones judiciales por la presunta trama rusa en las elecciones presidenciales de 2016, declaró esta semana durante un foro en la Brookings Institution que son cada vez más los países árabes que comienzan a observar a Israel como un socio.

Esta declaración parece evidenciar las presunciones de recientes acercamientos entre Arabia Saudita e Israel, países que comparten el mismo enemigo: Irán. En septiembre pasado, medios iraníes, israelíes y rusos informaron que el futuro monarca saudita bin Salman visitó Israel en secreto. Si bien Riad manifestó como “irresponsable” la decisión de Trump sobre Jerusalén, las declaraciones oficiales desde el reino saudita han sido más bien tibias y misteriosas.

Por su parte, el ex presidente israelí Shimon Peres también declaró recientemente que son varios los países árabes que quieren establecer relaciones con Israel, y que los mismos no se limitan únicamente a los emiratos petroleros del Golfo Pérsico, temerosos por el creciente ascenso iraní. Todo ello a pesar de que la Liga Árabe, que reúne a 22 países, se manifestara abiertamente en contra de la decisión de Trump.

Los temores cada vez más confirmados por parte de los palestinos de un acercamiento entre sauditas e israelíes llevaron hace dos semanas al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, a visitar al futuro monarca saudita. Pero la visita certificó los alcances del nuevo status quo regional.

En una conversación desvelada por el diario The New York Times, el futuro monarca bin Salman pareció confirmar ante Abbas el alineamiento de intereses entre sauditas e israelíes principalmente motivados por su temor a Teherán. Por tanto, con bin Salmán en el trono, ya no existirá el históricamente irrestricto apoyo saudita a la causa palestina.

Incluso, el cambio geopolítico entre sauditas e israelíes parece confirmarse toda vez bin Salmán pidió a Abbas la renuncia a Jerusalén Este como futura capital palestina a cambio de ayuda económica. Una petición a la que ni siquiera se habría acercado cualquier otro líder mundial.

Con todo, la geopolítica de Trump en Oriente Medio parece más bien reactiva en torno a las iniciativas tomadas por Putin, quien se erige como el probable nuevo árbitro de la región.

Un siglo después de la declaración Balfour (1917) que defendió el “Hogar Nacional Judío” en Palestina, y a punto de cumplirse siete décadas de la creación del Estado de Israel (en mayo de 1948), siendo ambos acontecimientos que configuraron el actual Oriente Medio, Trump quiere pasar también a la historia como el primer mandatario mundial que reconoce a Jerusalén como capital histórica israelí.

Esto también supone un punto clave a favor del proyecto del “Gran Israel” que Netanyahu espera materializar durante su gestión, y que muy probablemente se ampliará hacia Palestina.

 

 

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