Este año llegará a las Américas una fiesta democrática que marcará el futuro inmediato de un mundo en el que se pierden los referentes y modelos económicos e ideológicos, asegura el experto en temas latinoamericanos Antonio Navalón.
Por Antonio Navalón
EEUU y América Latina se van de fiesta democrática este 2018. En el Norte, Trump tendrá que vivir las primeras elecciones intermedias y veremos si, como consecuencia del trumpismo, los demócratas ganan la mayoría del Congreso el próximo 6 de noviembre.
En política, tener la capacidad de equivocarse hasta el final también es una virtud. Y en ese sentido, una cosa es que lo que hace Trump realmente sea política, y otra, que ese fenómeno tenga una lógica en la que no veo más que un país que hace mucho tiempo abandonó la creación activa, excepto en los juguetes tecnológicos que le permiten dominar el mundo o en la especulación financiera.
Por increíble que parezca, el aeropuerto de la provincia más humilde de China está mejor construido y es más moderno que los aeropuertos Kennedy, La Guardia y Newark Liberty de Nueva York. Y de los puentes ni se diga. Parece que corresponden más al siglo XIX que al XXI. EEUU posee una cultura que ha ido envejeciendo, mientras que día a día crea más islas de dominio tecnológico controladas por los nuevos zares económicos como los Zuckerberg o los Gates.
En América del Sur, Brasil podrá bailar la samba definitiva de su democracia si toma una decisión clara entre elegir a un mártir, Lula da Silva, o a un presidente. Cualquiera que sea el caso, el gigante brasileño cambiará su historia a partir de estas elecciones porque o el proceso conducirá a que impere el gobierno de los fiscales, y no estoy abogando por la impunidad en los casos Java Lato y Odebrecht que al fin y al cabo desplazaron a los líderes del Partido de los Trabajadores (PT) estigmatizándolos como los creadores de la corrupción, o bien se llega a un punto en el que se limpie la mesa y para hacerlo no se use como herramienta al mártir Lula.
En México la suerte está echada. Los datos no pueden dar un panorama electoral más complicado. Será difícil pronosticar quién ganará. Lo que sí se puede determinar es que esta elección se produce en medio de la mayor crisis que el Estado mexicano ha vivido desde los años veinte.
Hoy, la democracia es un valor que tiene cada vez menos credibilidad y enfrenta desafíos como el espectáculo Kuczynski-Fujimori en Perú. El actual presidente estuvo al filo de la destitución tras ser involucrado en el megaescándalo de corrupción Odebrecht, situación que negoció con la oposición fujimorista que lo acusaba, ya que ésta se fracturó y no sumó los votos en el Congreso para deponer al mandatario, quien días después indultó al expresidente Fujimori.
La democracia como sistema político está siendo permanentemente agredida por el divorcio entre los pueblos y sus representantes. Los ciudadanos se alejan de las formas de expresión democrática por la estafa mantenida por aquellos que en este momento la controlan: las estructuras partidistas. En ellas está gran parte de la explicación del dominio del Tea Party en el Partido Republicano y la crisis que trajo la llegada de Trump.
Nos resignamos al hecho de que, así hay determinadas condicionantes fisiológicas en los seres humanos, la corrupción, el abuso del poder y la estafa de la democracia son inherentes al sistema. Por tanto, la fiesta de la democracia que este año llegará a las Américas marcará definitivamente el futuro inmediato de un mundo en el que cada vez más se van perdiendo los referentes y los modelos económicos e ideológicos. Un mundo que ofrece una inmensa oportunidad de estar conectados, pero que hace parecer que los únicos actores serios en la película de este siglo XXI sean países como China o gobernantes como Putin.