El Papa Francisco ya no hace la unanimidad

Como era de esperarse, cuando se hizo público el nombramiento de un Papa argentino, en el continente americano  y en el resto del mundo, se le otorgó una unanimidad de simpatías. Sus discursos críticos, en particular los pronunciados en Brasil, siendo este su primer viaje como Papa a su continente, en relación a los privilegios de los que gozaba la jerarquía católica incumpliendo su misión de apostolado en muchos países de la región, sembró esperanzas en cuanto a su papel de enderezador de los entuertos de los que sufre hoy el mundo, particularmente en América Latina.

La imagen comenzó a opacarse cuando realizó su viaje a Cuba y se negó a recibir a los miembros de la oposición que solicitaron audiencia con él. De igual manera observó un mutismo total en cuanto a las violaciones de los derechos humanos en la isla y a la falta de libertad de expresión. En cuanto a sus preferencias políticas, las expresó en las varias audiencias otorgadas a la peronista Cristina Kirchner y con la cara de pocos amigos que puso al recibir por pocos minutos al presidente argentino recién electo, no peronista, Mauricio Macri. En relación a Venezuela, pese a los errores de la MUD y a su amateurismo, fue innegable la actitud vacilante del Vaticano durante el primer intento de diálogo entre la MUD y el gobierno de Nicolás Maduro. También se percibió su cautela ante la postura de la jerarquía eclesiástica de Venezuela, hasta ahora, la institución que ha observado la actitud más correcta hacia la dictadura chavista.

El viaje que realiza actualmente a Chile, se ha caracterizado por el repudio hacia la Iglesia de las comunidades Mapuches – reclamación por cierto injusta pues el Vaticano nada tiene que ver con el asunto –  que reclaman la devolución de sus tierras ancestrales que ocupaban antes de la llegada de los conquistadores; como signo de protesta han llegada hasta incendiar a varias iglesias, como también están las protestas por el silencio del Vaticano ante las acusaciones de numerosos abusos sexuales cometidos por sacerdotes. El obispo de  Osorno, Juan Barros, es acusado por las víctimas de encubrir estos abusos, y hasta ahora, el obispo ha sido defendido por el Papa.

La mayor torpeza fue la de incluir al obispo Barros en todas las festividades y actos reservados al Papa en Chile; presencia que provocó tumultos y manifestaciones de repudio por parte de los feligreses, al punto de que los periodistas le preguntaron si estaba consciente de que con su presencia estaba hundiendo la visita pontifical. El Papa, ante la atmósfera dominada por la denuncia de los abusos sexuales, terminó por pedir perdón el segundo día de su estadía.  Y en aras a reducir la tensión sobre el tema de los acosos sexuales, aceptó «recibir en privado» algunas de las víctimas, negándose a recibir las más conocidas que también habían pedido encontrarlo.

Pero las críticas más radicales acerca de la personalidad papal provienen de su propio país: Argentina. Por un lado, por parte de la opinión pública descontenta porque el Papa se ha negado hasta ahora a incluir en su programa de visitas a su propio país; por el otro, por parte de intelectuales como el caso del prestigioso teórico, Juan José Sebreli, en obra de reciente publicación, Dios en el laberinto, (Sudamericana, 2017) en la que critica a las religiones con un enfoque interdisciplinario que incluye un capítulo 4, una reflexión en la que disecciona con fría precisión al papa Francisco. Una obra que se muestra indispensable en un momento en que el vacío dejado por el derrumbe del marxismo, lo está ocupando en amplias zonas del planeta el regreso a la radicalidad religiosa, y en otras, la «teología de la pobreza» convertida por el Papa en su política oficial. El autor alude también a la Madre Teresa que acogía a los enfermos de sida pero era contraria al uso del preservativo. Dos datos que pone en evidencia Sebreli, que demuestran  la verdadera naturaleza del giro estratégico de la Iglesia y  desmonta el falso sesgo progresista de las posturas del Papa. Sebreli se dedica a la «demolición del fenómeno religioso desde una perspectiva agnóstica y racional y desde el punto de vista teológico, filosófico, político, científico y literario».

La tesis de Sebreli comienza constatando que estando la iglesia romana consciente de su declinación en Europa Occidental, el Vaticano creyó oportuno elegir a papas no italianos, yo diría, en acorde con el momento político. El polaco Wojtyla, acompañó y propició el fin de la URSS. La selección del alemán Ratzinger, intelectual, teórico, filósofo, destinado al nivel cultural de Europa, no fue lo más idóneo en momentos del auge del populismo de derecha y de izquierda en la propia Europa. Un Papa latinoamericano, región en la que populismo cunde como hierba mala, era la mejor opción. Y así fue. Bergoglio, argentino, fue nombrado Papa. Sebreli explica que Bergoglio, antes que un intelectual – nunca terminó su tesis doctoral sobre Romano Guardini -, es un hombre de acción, un político, más apto para dirigir una Iglesia enfrentada a graves problemas internos.

Sebreli afirma que Bergoglio es un político antes que un religioso; su preocupación central fue avanzar en la jerarquía eclesiástica en los cargos que obtuvo. Su procedencia lo ayudó al acercamiento con la gente sencilla: descendiente de inmigrantes italianos, muchacho de barrio, con la vivencia del vecindario. El autor pone ejemplos que demuestran la tendencia del Papa de quedar bien con todos. Para justificar indirectamente a los terroristas islámicos que vengaron una burla a Mahoma asesinando a toda la redacción del semanario humorístico francés «Charlie Hebdo», usó la expresión, según Sebreli, «más propia de un patotero que de un Papa: «Si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo». En su afán de atraer a la juventud, a los jóvenes brasileños les aconsejó «hagan lío», en lugar de aconsejarles «usen preservativos». Señala los males sociales, pero permanece callado cuando se trata de perversiones inherentes a las pasiones populares. Reivindica el fútbol como pasión popular, pero se cuida de hacer referencia a la corrupción de los dirigentes, al dopaje de los jugadores, a la violencia y al fanatismo de los adictos, y al fútbol como gran negocio para los dirigentes y una seudo religión para sus seguidores.

En uno de los párrafos más duros de su obra, Sebreli, pone el acento sobre los modales habituales de la «demagogia de los líderes carismáticos, mezclarse con la multitud, alzar un niño y besarlo». «El Papa humilde, como un cura de aldea esconde un político habilísimo y astuto. Es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en dulce Francisco de Asís».

El dato más significativo de Sebreli hacia el comportamiento del Papa y que además demuestra la identificación del Papa con el peronismo, es el desinterés frente al asesinato del fiscal Nisman. Fue el único junto con Cristina Kirchner, que no envió condolencias a los familiares del muerto. El mismo día de la Marcha del Silencio  en homenaje a Nisman, el Papa marcó su preferencia, al recibir al presidente de familiares muertos de la AMIA vinculados con el kirchnerismo y críticos del fiscal asesinado.

Donde Sebreli resulta más incisivo es en el terreno de los problemas de sociedad de la vida moderna en los que lo califica de «reaccionario sin matices». Hoy parece haber abandonado su actitud homófoba al decir «Quien soy yo para juzgar a un gay?» Pero  se ha limitado a hablar de «misericordia» y de «curar heridas», cuando lo que claman las parejas divorciadas y los homosexuales o las mujeres que abortan no es piedad, ni el perdón, ni la lástima, sino el reconocimiento al elemental derecho humano: a usar su propio cuerpo, a ser reconocidos en plano de igualdad con los heterosexuales, y no a ser convertidos en objeto de lástima como los convierte la misericordia o la piedad.

Ocuparse de los pobres no significa obrar por su evolución. Para esta modalidad del populismo, de la Iglesia y de la llamada izquierda, los pobres significan el sustento de su poder. La clase media y los estratos evolucionados de la sociedad, tocados por el liberalismo (Macri), son los rivales de esta «utopía reaccionaria», opuesta a la modernidad. Para Sebreli, el peronismo no tiene una concepción democrática y advierte sobre la amenaza que representa hoy en Argentina, la violencia impulsada por el trotskismo y el kirchnerismo extremo.

Se debe acotar, que Juan José Sebreli es uno de los grandes intelectuales argentinos  y  proviene del pensamiento marxista.