“La acción política no es pastoreo de fantasmas, sino dura labor de realidades”, escribe Luis Beltrán Prieto Figueroa en «La Política y los hombres», útil lectura para líderes de hoy, del lado que sean.
Por más que dude, y no niego que dudo mucho, de las verdaderas intenciones del gobierno, no me cuento entre los que están ligando que la negociación en Santo Domingo fracase, por darme el gusto mezquino, necio y a la postre inútil de decir “se los dije” o que tenía razón.
Mis votos sinceros son porque ese esfuerzo de los representantes de la oposición democrática y unitaria, y de los cancilleres amigos y sus Estados, y el empeño que le ha puesto el gobierno anfitrión e incluso el facilitador dé resultado. Deseo también que quienes representan al oficialismo, puedan reclamar al final haber contribuido al logro común de un éxito político trascendente. Pues por más diferencias que tenga con ellos, y es claro que las tengo y muchas y de fondo, me cuesta creer que vayan a conformarse con el desplante, la pose, el zapatazo a lo Kruschev en la mesa de la ONU, cuando los venezolanos están pagando un precio tan alto por esa contumacia en sostener lo insostenible, parapetados tras la fuerza pura que, estemos claros, es muy improbable que pueda servirles por mucho tiempo más.
¿Por qué ese deseo? Le aseguro que no es por candidez y mucho menos por algún oscuro designio de esos que denuncian irresponsables y sin oficios, lo que el viejo Derecho Penal español llamaba “sujetos mal entretenidos”. Es porque tengo la convicción plena, por experiencia propia y ajena, por vida y por algunas lecturas, que una salida política a la crisis es infinitamente menos traumática, menos costosa, para este pueblo venezolano que ya ha sufrido tanto, que está sufriendo en una vida que se le encoge y empobrece minuto a minuto y, lo peor de todo, es que puede sufrir bastante más. Y, sinceramente, no hay derecho.
No se pudo el 11 y el 12 de este mes, llegar a un acuerdo razonable. El 13, en una jornada intensa, debe haber ocurrido algo que movió a convocar para el 18, aunque los cancilleres de Chile y México tuvieran que ser representados por altos funcionarios de su confianza. De entonces para acá, ni avanzó la perspectiva de un acuerdo y la negociación en sí recibió el disparo como de un obús ruso autopropulsado de 152 mm del Ministro de Interior con su declaración de insensatez inverosímil, después de la cual uno entiende que era imposible para la delegación de la oposición democrática unitaria sentarse sin testigos plurales al más alto nivel y una satisfactoria y pública explicación del lado gubernamental, como debo suponer que el gobierno anfitrión y el facilitador le habrán exigido, consideradas las implicaciones.
Y vuelvo al maestro margariteño: “Quien predica el desastre y lo propicia no merece gobernar, porque sobre el desastre no puede construirse”.