Fortaleza espiritual, coraje cívico y voluntad de cambio por parte de los ciudadanos son los tres elementos que Rafael Simón Jiménez considera necesario poner en práctica para acabar con la tragedia actual.
Nada más pertinente y oportuno en una manifestación multitudinaria de fervor mariano como la que cada año protagonizan millones de feligreses en torno a la Virgen de la Divina Pastora, que la invocación realizada por el obispo de San Felipe Monseñor Víctor Hugo Basabe a que la madre de Dios repita su milagro primigenio, en estos tiempos de angustias y tormentos colectivos, y sea capaz -como lo hizo bajo la petición del sacerdote Macario Yepez- de salvarnos y hacer desaparecer la nueva peste del hambre, la corrupción, la inseguridad y los padecimientos y carencias que hoy consumen la existencia de los venezolanos.
Lejos de ser una invocación al odio, como han pretendido hacer ver los culpables de todas las calamidades que sufren los sectores populares y especialmente el denominado “pueblo Chavista”, las palabras del alto prelado de nuestra santa iglesia buscan la paz, la convivencia y el compartir colectivo de una comunidad que hoy comparte (al margen de barreras políticas o ideológicas) las mismas carencias, los mismos sufrimientos y penalidades, y a los que la madre de Dios protege por igual.
Ninguna alusión a sector alguno del pueblo venezolano tienen las palabras de Monseñor Basabe, dirigidas a invocar la ayuda de la madre de Dios frente a la corrupción, la incompetencia, la indolencia y el pillaje practicados desde el poder por una cúpula podrida que ha llevado al país a la destrucción y al caos, sumiendo en la pobreza y en la miseria a millones de compatriotas, y que no es capaz de sensibilizarse frente a los dramáticos cuadros sociales presentes a lo largo y ancho del país.
Como era de esperarse de una gente carente de elementales principios de respeto y moral, los voceros del régimen respondieron con la mezcla acostumbrada de insultos e intimidación con la que pretenden imponerse sobre un pueblo, que cada vez les manifiesta mayor rechazo y desafección. Groserías, improperios, descalificaciones a granel fueron descargadas sobre las más respetables y egregias figuras de la jerarquía eclesiástica, a los que además se amenazó con someter a un instrumento ilegal, arbitrario y bochornoso, como la denominada “Ley Contra el odio”, promulgada por un organismo descalificado en su elección y ejercicio, y cuyos portavoces han sido contradictoriamente quienes más han incitado a la confrontación, la segregación y exclusión entre hermanos venezolanos.
La terrible peste que hoy carcome el tejido institucional, económico, social y moral de Venezuela requiere una inmensa fortaleza espiritual, y un redoblado coraje cívico y voluntad de cambio por parte de los ciudadanos; pero hace falta (como quedó plasmado en las palabras del obispo de San Felipe) solicitar la ayuda de la madre de dios bajo la advocación de la Divina Pastora, y seguramente de todo el santoral cristiano para superar esta hora menguada a la que ha sido llevada Venezuela por una comandita de salteadores.