Todos los venezolanos, salvo el pequeño grupito que ha privatizado el Estado en su provecho, estamos convencidos de la imperiosa necesidad del cambio.
El país no aguanta seis años más de este gobierno. Digo seis porque es el lapso constitucional, pero es obvio que la Constitución significa poco o nada para ellos, y que su intención es permanecer eternamente en el poder. Digo gobierno por usar una referencia convencional entendible a todos, no porque crea que gobierna en el sentido elemental de la palabra. Más bien, el grupito se comporta como una fuerza de ocupación que extrae la última gota de todo sin mirar las consecuencias.
El fracaso de las negociaciones en Dominicana se debe a que no hubo del lado oficial la intención seria de ceder en nada sustancial. Aparentaban hacerlo, pero manteniendo condiciones que anulaban sus concesiones que consistían en la promesa de respetar la Constitución que no han cumplido y que tienen secuestrada, con el apoyo de las cúpulas judicial y militar. No les importa el precio que paguen los venezolanos y creen, supersticiosamente, que a ellos esta absurda pretensión les saldrá gratis.
La unión nacional de los damnificados por las políticas, las acciones y las omisiones del grupo en el poder, es la unidad nacional. He allí el poderoso movimiento que debe armarse para enfrentar la arrogante pretensión continuista y lograr que se haga efectivo nuestro derecho constitucional a elegir este año un nuevo gobierno.
La unidad de los partidos y los líderes, ilegalizados o permanentemente amenazados, perseguidos, inhabilitados, presos, acosados. La unidad de los trabajadores y los consumidores empobrecidos por la hiperinflación y la escasez, por la desinversión y la falta de oportunidades. La unidad de los empresarios de la ciudad y el campo, de la industria y el comercio, de la banca en riesgo, ante un poder abiertamente en contra de la propiedad y la iniciativa privadas acorrala empresas por falta de todo lo necesario para operar. La unidad de los universitarios, profesores, estudiantes y trabajadores, ante la progresiva asfixia de nuestras casas de estudio. La unidad de los jóvenes de todos los sectores que no ven futuro y la de los padres condenados a vivir sin sus hijos ni sus nietos, ante unos poderosos que ven en el éxodo de venezolanos una alivio de la presión interna y por lo tanto una ventaja para su interés egoísta. La unidad de los pueblos y comunidades indígenas cansados del abandono y la manipulación, cuyos hombres, mujeres y niños sufren tanto o más que cualquiera de nosotros y que ya engrosan la migración a Brasil o Colombia. La unidad de las iglesias, de todos los credos, porque sus fieles están sufriendo, sin excepción, y porque el modelo imperante no tolera expresiones independientes de su voluntad.
Una unidad tricolor. De todos los sectores en todas las regiones, de todas las generaciones y todas las condiciones. En esa unidad está la esperanza del venezolano.