Los anuncios del investigador especial, Robert S. Mueller III, nombrado por el Congreso norteamericano para investigar la presunta actividad rusa en las elecciones presidenciales norteamericanas, abrieron una caja de Pandora en muchos países. Podríamos comparar esa reacción con la que actualmente recorre el mundo del entretenimiento con acusaciones femeninas de acoso sexual llamado “mi too” (yo también), para trasponerlo al acoso político con su propio “me too”. Una revisión a vuelo de pájaro en los medios europeos, principalmente los de Europa oriental, permite considerar que en materia de injerencia política foránea a través de las redes sociales, están muy activas las acusaciones del otro “me too”, referido a la libertad de los pueblos.
La campanada finlandesa
A medida que se aclaraban las acusaciones de Mueller contra la injerencia rusa en Estados Unidos, los medios europeos volvieron a recordar un reportaje hecho por la periodista finlandesa, Jessikka Aro, hace año y medio, cuando logró introducirse y trabajar durante tres días en una denominada “Agencia de investigaciones”, situada en el N° 55 de la calle Savushkin, en San Petersburgo, Rusia. De allí presuntamente partían en la época, miles de mensajes puestos en redes sociales de diversos países, con fines políticos dictados desde el Kremlin.
Así fue como hace más de un año, relató la periodista finlandesa lo que vio en ese lugar cuando la contrataron sin saber quién era. “Entrar allí fue muy difícil. Al contratarnos, se nos instruyó que todo lo que allí se hacía era secreto, que tendremos que escribir sobre temas políticos y en cierta forma “crear” el contenido de cada mensaje. Ninguno de los que allí trabajaban quería – o les era prohibido – comentar acerca de su trabajo, pero logré informarme. Uno de los vigilantes explicó que su trabajo era custodiar un objetivo prioritario en materia de seguridad nacional y que aquello no era una simple agencia de investigaciones”. Las condiciones de trabajo eran de guardias de 12 horas, con turnos diurnos y nocturnos. Cada trabajador debía crear y enviar por lo menos entre 50 y 100 mensajes a distintas redes sociales durante su guardia. Algunas veces debían crear polémicas entre un imaginario participante con otro también imaginario, o comentar bajo otro nombre lo que uno escribió inicialmente. Había prohibición total de hablar de lo que uno hacía y el pago era de 400 euros mensuales.
De hecho, desde que salió a la luz pública el informe norteamericano, son muchos los países de Europa oriental cuya prensa empieza a recapacitar las oleadas de mensajes que aparecían cada vez que algún tema tocaba asuntos que interesaban al Kremlin, o cuando aparecían tensiones políticas en los países a los que estaban destinados. Los mensajes luego eran puestos en RT. por ciudadanos de buena fe y terminaban creando una matriz de opinión. Los periodistas hasta encontraron descripciones de presuntas discusiones de Donald Trump con tres presidentes europeos, incluyendo la información de que esas conversaciones terminaron en discordia, que fueron conversaciones agenciadas por la asesora electoral de Trump, Kellyanne Conway, y fueron comentadas en el aire por la periodista Amanpour en CNN, cuando en realidad nada de eso jamás había ocurrido. Sin embargo, los mensajes fueron repetidos en los países cuyos presidentes se nombraban, como si fueran una noticia fidedigna.
Por lo general, los temas recurrentes en esos mensajes, eran encomiar a Putin y crear discordias internas en el campo occidental.
El “proyecto Laita”
Otra vertiente que sacude en este momento la prensa de Europa y del mundo, pero principalmente la de Europa oriental, son los más diversos reportajes acerca del pasado y actividades de cada uno de los rusos con autos de detención ahora en Estados Unidos, por su presunta intromisión en las elecciones norteamericanas. La acusación norteamericana sobre sus actividades en Estados Unidos, se complementa con información de su pasado en labores anteriores, formando un asombroso abanico de interesantes relatos.
Según el documento de acusación norteamericano, se trató de un denominado “proyecto Laita”, donde participaron centenares de personas que actuaron en las redes sociales de Facebook, Twitter, YouTube e Instagram, divulgando contenidos diseñados para “fomentar la división entre factores norteamericanos”. La acusación dice que esos mensajes fueron divulgados a través de ciudadanos norteamericanos ignorantes de la verdadera fuente que emitió el mensaje. Incluso, en la campaña electoral norteamericana, sin saberlo, aparecen RTs emanados de dos hijos de Trump, Donald Jr. y Eric. La investigación arrojó que la verdadera autoría de diversos mensajes iba oculta, porque se mandaban como si provenían de personalidades conocidas, utilizando sus documentos originales para crear perfiles falsificados y alimentar las redes sociales. En los mensajes, se fomentaba el odio hacia diversos grupos de la sociedad y se creaban presuntos grupos subversivos. Llamaban a manifestaciones y lograban llenarlas de gente que ignoraba de que eran manipulados.
Los agentes rusos enviados a Estados Unidos formaron en la acusación un asombroso desfile de 13 individuos. En el grupo, se acusa al Jefe de la Agencia de Investigaciones. Mijail Bystrov, y al planificador de las operaciones en Estados Unidos, un joven técnico de 30 años, Mijail Burchik; al especialista en esconder el trabajo cibernético del anterior, Seguei Polozov, además del posteriormente jefe de la agencia de noticias oficial RIA, Alexander Kryvov. Los demás acusados aparecen como “traductores”.
El cocinero millardario
Sin embargo el presunto jefe de toda la operación es realmente un personaje de novela. Se llama Yevgeny Prigozhin y los medios se dan un banquete desentrañando su azarosa vida. Resulta que según esos relatos, el hombre se inició en los negocios en tiempos de la URSS con una condena de 12 años de prisión por robo, fraude y prostitución de menores. Cumplió 9 años de cárcel y salió en libertad, para defenderse como vendedor de perros calientes en la Rusia post comunista. Pronto adquirió un restaurant y poco a poco fue mejorando su local, donde uno de los comensales fijos era un funcionario medio de la KGB, llamado Vladimir Putin.
Años más tarde, estando Putin en la presidencia de Rusia, su amigo, el ahora cocinero y magnate Prigozhin ya era dueño de los más prestigiosos restaurantes y cuando Putin agasajó en Moscú al presidente de Francia Jacques Chirac en el 2002 y al de Estados Unidos, George W. Bush, en 2003, fue por todo lo alto que todos comieron en el restaurante “New Island” del amigo Prigozhin.
Actualmente ese amigo recibe los contratos de alimentación de toda la red de escuelas primarias rusas y surte el rancho del Ejército Ruso además de vender lo necesario a las diversas entidades oficiales en toda Rusia, agregando a sus servicios el mantenimiento y construcción de instalaciones oficiales, etc. etc. De paso, organiza los banquetes oficiales del Kremlin y se le atribuye una fortuna personal de mil millones de dólares. Sus bienes personales, una inmensa propiedad en el sur de Rusia, un Yate de lujo y un avión privado, son en este momento pasto de fotos y reportajes en la prensa europea.
A él le fue encomendada presuntamente la misión “pre-electoral” norteamericana y aparentemente el hombre se esmeró a tal grado, que la acusación principal dictada por el Congreso norteamericano la semana pasada, es contra él.