“En mi mente, yo asocio la presidencia con Putin, para mi ambos son la misma cosa”. Así se expresa un chofer de taxi ruso ante un periodista francés enviado a Rusia a cubrir la campaña electoral, puesto que el país se prepara a elegir el próximo 18 de marzo el presidente de Rusia, es decir, reelegir por la cuarta vez a Vladimir Putin. Y como lo expresa el chofer de taxi : “Voy a votar por él porque no hay otro por quien hacerlo”. “Aunque su política no me guste. Él debería ser más duro sobre la corrupción, pero su política exterior, la apruebo”.
Desde 1917, la revolución de octubre, hasta la caída del muro de Berlín en 1989, el sistema comunista se sustentó en la idea del internacionalismo proletario. Se trataba de obrar por la instauración de un régimen que se extendería a nivel mundial, otorgando al proletariado el rango de poder absoluto, o “dictadura del proletariado”. La misión de esa revolución mundial era la de hacer desaparecer la burguesía y el capitalismo: condición para crear en la tierra lo que la religión prometía se lograría en el cielo. “El mar de felicidad”, como lo definió el teniente coronel Hugo Chávez, refiriéndose al régimen cubano.
El fin de la URSS puso término a la idea del internacionalismo proletario, pero la llegada de Vladimir Putin a la presidencia de Rusia, reactualiza la práctica del internacionalismo. Putin no ha cesado en el empeño de recuperar la influencia internacional que tuvo la antigua URSS, pero adoptando el modelo occidental de la democracia en lo que respecta a celebrar elecciones, pero conservando las prácticas del modelo totalitario de gobierno, y adoptando en la economía, el modelo capitalista. Cuba, el único país que se eximió de la ola de liberalismo que cundió en los antiguos países satélites de Moscú impulsada por Gorbachev, preservó su poder de influencia y de centro de expansión de su modelo de gobierno totalitario inspirado en el modelo comunista ruso. Tras la llegada al poder de Hugo Chávez, favorecido por el alza de los precios del petróleo, Cuba recobra de manera activa, su liderazgo continental y pone en marcha la dinámica del nuevo modelo de internacionalismo. Lo de proletario fue a parar al cesto de basura, y el nuevo modelo se centra en el ejercicio vitalicio del poder. La separación de poderes y todo cuanto significa un sistema democrático, son “detalles” que se ignoran.
No es casual entonces, que durante el año 2018 seamos testigos de la implantación en gran parte de países del planeta, de origen cultural diferente, de ese tipo de modelo de gobierno, que constituyen de hecho un bloque de poder, cuyo centro vuelve a ser Moscú.
En América Latina, vemos cómo, pese a la pérdida por el bloque pro-cubano del Brasil, de la Argentina y de Chile, se ha desarrollado una lucha política en pro de la preservación de países claves para el entorno geopolítico regional de la política cubana. El caso de Venezuela es el de mayor peso debido a su situación geográfica y a sus reservas minerales. Todo parece indicar que veremos sin sorpresa, según el desarrollo de los acontecimientos, la reelección del hombre de La Habana, Nicolás Maduro.
En Bolivia, país también clave por sus enormes riquezas minerales, sus reservas de agua y por ser fronterizo de casi todos los países que conforman el sur del continente, vemos cómo Evo Morales, violando su propia constitución, será reelegido para un cuarto mandato presidencial. Según sus propias palabras, su reelección constituye un hecho relativo a los derechos humanos. Es un derecho humanos, la presidencia vitalicia asentada sobre el autoritarismo más aberrante.
Pero el más ejemplar del nuevo modelo de Estado totalitario – comunismo en la política interna, capitalismo salvaje sumado de manera activa a la mundialización, de hecho convertido en líder absoluto de la misma debido a la política proteccionista de Trump, es la China gobernada por XI Jinping que ya la prensa internacional designa como “el nuevo emperador chino”. Al igual que Vladimir Putin en Rusia, que Evo Morales en Bolivia, que Nicolás Maduro en Venezuela, el presidente chino acaba de anunciar su intención de abrogar la regla que prohíbe al presidente chino ejercer la presidencia durante más de dos mandatos. Su presidencia comenzó en 2012 y se ha caracterizado por una personalización de su poder. Bajo pretexto de combatir la corrupción – al igual que Maduro en Venezuela – ha procedido a purgas importantes en el seno del círculo dirigente – que de hecho, le permiten eliminar posibles rivales, o rivales en potencia. De igual manera que afirma su ambición de erigirse en modelo global de desarrollo económico siguiendo los estándares occidentales, apoyando en los países llamados “emergentes”, e incluso en los países desarrollados de Occidente en donde la democracia está fuertemente y peligrosamente cuestionada, el modelo de gobierno autoritario o totalitario.
Capitalismo salvaje mundializado y totalitarismo en lo interno. Tal parece que será el nuevo modelo hacia el cual se dirigen los países que conforman el nuevo bloque geopolítico que despunta en el firmamento del poder mundial que a todas luces, será liderado por la China.
El peligro mayor proviene de un cierto desencanto en relación a la democracia que comparten hoy cada vez más ciudadanos del mundo desarrollado, hecho que constata el investigador estadounidense Yascha Mounk que deplora la expresión de “cierto cinismo hacia la democracia en tanto que sistema político, dudas en cuanto a la capacidad de los ciudadanos a influenciar las políticas públicas; y en fin, el crédito que se le otorga a las alternativas totalitarias.” Las simpatías hacia un líder fuerte que “no se preocupe del Parlamento ni de elecciones” según Mounk y Roberto Stefan, especialista de encuestas, es una idea que comienza a tomar cuerpo en EE. UU. E incluso en Europa. En los estudios de encuestas, aparece que son los jóvenes con diploma superior los que más se alejan de la democracia y no los considerados víctimas de la mundialización clientela del populismo, sino las elites jóvenes que se fijan más en el carácter redistributivo de la democracia. Esos jóvenes, según estos los autores, son más liberales que demócratas porque se identifican más con la mundialización. Perciben que los problemas cruciales -el clima, las migraciones, las relaciones comerciales, la regulación de la finanza- escapan a los límites de los Estados- naciones. Confían más en los expertos internacionales, que en los pueblos o electores, que poseen menos conocimiento de esos problemas.
Los dilemas de la democracia y de su persistencia, son los nuevos retos que el cambio de civilización nos obliga a pensar. ¿Democracia o democratura liberal? Parece ser la cuestión… ¿La China y Rusia, líderes de la democratura liberal?