La apariencia de unas elecciones “competidas” puede generar confusiones en el exterior, y eso no ayuda a la lucha por reconstruir a Venezuela.
Finalmente, ha costado mucho esfuerzo convencer a muchos gobiernos extranjeros y a importantes sectores políticos, sociales y comunicacionales del exterior, que en Venezuela no hay una democracia, ni siquiera en lo más básico, sino que impera una hegemonía despótica que hace lo que le da la gana y que es, por esencia, antidemocrática. Y ha costado esfuerzo porque una de las consignas más publicitadas de la hegemonía es que Venezuela es el país donde se hacen más elecciones en el mundo…
Claro que las elecciones no son ni limpias, ni justas, ni libres, sino unas votaciones cada vez más arregladas y controladas por el poder rojo. Pero esta realidad tuvo que ser explicada mucho, hasta que se vencieron las resistencias de numerosos ámbitos foráneos. Por supuesto que el catastrófico Maduro ha hecho su parte para que se entienda mejor la tragedia venezolana, pero el que las anunciadas “mega-elecciones” de mayo tengan la apariencia de ser competitivas, produce no poca confusión y da municiones a los aliados de la hegemonía para repetir la cantinela de la “revolución democrática y electoral”.
Dentro de Venezuela se conocen bien las cosas y se sabe de sobra cómo se bate el cobre. Pero fuera de Venezuela eso no es necesariamente así. Hay muchos que están muy claros sobre la situación nacional, incluso más claros que muchos nacionales -es el caso del secretario general de la OEA, el socialista uruguayo, Luis Almagro-, pero hay otros que no están tan claros o que no quieren estarlo, y buscan cualquier pretexto para justificar a Maduro y los suyos.
Uno de esos pretextos es que hay unas elecciones presidenciales a la vista en las que “compite” por lo menos un conocido candidato de la “oposición política”, y por lo tanto las condiciones no deben ser tan malas como dicen otros opositores, desde el momento en que una “parte” de la oposición está participando activamente en el proceso comicial. Esta distorsión es muy grave porque tiende a confundir en el plano internacional. Acá no, porque, repito, nadie de buena fe se llama a engaños, pero eso no puede ser igual en otros países, donde la información sobre Venezuela es limitada, filtrada y bastante influida por la masiva y costosa propaganda de la hegemonía.
No estamos para confusiones, sino para decisiones resueltas. El que no lo entienda en Venezuela es porque no quiere hacerlo. Y sus verdaderas razones deben ser impresentables.