Informe Crónica de España
Por.- Alberto D. Prieto
Charo tiene 75 años, y en algún momento, y sin saberlo, se hizo feminista. Fue tomando conciencia de sí misma, de que no había sido sólo hija, hermana, amiga, novia, esposa, madre y abuela. Sino persona. Y fue saliendo de sus depresiones, las del día a día y las de psiquiatra –de ésas que derrumban andamios y cimientos–, escuchándose a sí misma decir cosas. “A mí eso no me apetece”; “espera, que estoy hablando yo”; “ése es el coche que quiero”.
Hoy su suegra cumpliría 96 años. Se fue hace diez meses después de toda una vida sonriendo callada, sumergida en las páginas de un libro y con un vinito en la mesilla. Otras veces, sin sonreír pero también callada, cuando el hombre de su vida le pegaba un bufido. Era su manera de quererla, someterla. Había nacido donde había nacido y en la época que le había tocado. Militar, patriarca, siete hijos, una guerra, un país de tierras baldías, aislado y bastante analfabeto, pleno siglo XX. Tiró adelante con lo que había en su maleta.
Maleta hecha por su mujer, efectivamente.
Tiene 28 años y podría ser la hija tardía de Charo. Ha pintado de morado sus redes sociales estos días. Semana internacional de la mujer, basta ya, #metoo, y la igualdad es que dejéis de joderme. Ella es de la generación engañada, en esta España que le prometió de niña que después de una carrera, un posgrado, tres idiomas y algún trabajo como becaria alcanzaría la tierra prometida: un buen empleo, pagado en justa correspondencia a su valía. Independencia verdadera e igualdad del día a día. Pero se topó con que, al final, fue mentira. La crisis malbarató los puestos de trabajo, acabó harta de aeropuertos y estaciones, despidiéndose de sus amigas, que buscaron fortuna como au pairs o camareras a Berlín, o a Londres, o a Madrid…
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Porque ella es canaria –en esto, peor que de provincias–. Ni estudiar pudo en su isla, se fue pronto de casa, y debió compaginar dos trabajos con la universidad, sin tiempo para desayunar, salvo los domingos. Un día se peleó con una vieja por una pintura que alguien había tirado en la calle. El cuadro era feísimo, pero es que no podía gastarse un euro en vestir la pared de su cuarto. Y una vez colgado, le daba miedo: una figura masculina silueteada en negro miraba un mar que se confundía con el cielo.
Y encima, es mujer. Doble engaño. Hoy, sigue aguantando al cerdo que aprovecha la hora punta del metro para rozar más de la cuenta y, aunque boxea cada jueves, no se da la vuelta y le pega un puñetazo. Es más, tiene que aguantar que el instructor del gimnasio se invente tablas de ejercicios para conseguir su teléfono, mandárselas por WhatsApp y tratar de quedar con ella.
La pequeña Clara se ha sumado a la huelga feminista de este jueves, aunque papá no quería. A sus 14 años, tiene edad para ser la nieta de Charo y despierta a la conciencia social en el mejor momento y lugar. Sí, vive en la Europa del siglo XXI, donde la igualdad, al menos, es real sobre el papel. Todavía no sabe pensar en si cuando ella sea mayor las leyes se traducirán en realidad diaria, pero su generación tiene la ventaja de que ha visto gritar a sus mayores en las calles. España es burra para casi todo –lo bueno y lo malo–, y puede que esto se instale y ya no haya modo de que los hombres de negro lo reconduzcan.
Estos días, en el periódico hemos tenido que escribir, editar y publicar cientos de piezas sobre el 8M porque ‘huelga feminista’ era lo más buscado en Google. Y ha sido así porque gentes de todos los colores y sabores se han subido a la ola, alimentada además por viento del SEO y los trending topics de Twitter, que todo lo más buscado se busca aún más desde que podemos saber qué es lo más buscado.
Pero ha habido realidad. Y aunque Irene Montero (Podemos) sujetaba la pancarta en plan líder mientras a Begoña Villacís (Ciudadanos) se la quería arrancar a abucheos –a pesar de que ambas sean guapas, morenas y de la casta política que puede y no consigue la igualdad real–, las cientos de miles de gotas moradas que formaron el tsunami femenino en cada ciudad española eran de derechas y de izquierdas, jóvenes y viejas, depiladas o peludas, heterosexuales y lesbianas, guapas y feas. Y todas, hasta el moño de ser madres, hermanas, abuelas, esposas, hijas, novias. Y no personas.
Mujeres también, pero personas.
Por diferentes razones, ninguna de las cuatro fue a la manifestación, así que imaginad cuántas habrían podido ser. ¡Todas! Ojalá Clara, cuando llegues a abuela –vaya, ya la he jodido yo también–, lleves mucho tiempo recordando la última huelga feminista que hizo falta convocar. Y sin saberlo –como Charo, pero al revés–, no te haya hecho falta hacerte feminista.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO