No debemos olvidar que el adversario está al frente y si nos fracturamos seguirá avanzando en la ruina, destrucción y pillaje de Venezuela.
La derrota de un gobierno desacreditado, inescrupuloso y tramposo requiere dos requisitos básicos en la conducción de la inmensa mayoría que lo adversa: en primer lugar, una unidad amplia, solida, organizada y movilizada, capaz de convocar y aglutinar a la voluntad de cambio de la sociedad; en segundo término, el diseño e implementación de una estrategia asertiva y exitosa que garantice la materialización de la transición democrática.
Si una de las dos premisas básicas falla o se quebranta se le estará concediendo al adversario la oportunidad de obtener una inmerecida victoria, cuyas consecuencias implicarían la prolongación del desastre que martiriza la cotidianidad de los ciudadanos.
Por ahora, el cuadro político no parece ser el más conveniente a las fuerzas del cambio. Hay una evidente fractura cuyas dimensiones es ocioso cuantificar entre quienes consideran que debe perseverarse en el camino electoral, no solo por ser el más idóneo para una salida pacífica y democrática, sino porque no cuentan las organizaciones democráticas con instrumentos efectivos para hacer fructificar la transición por otros medios. Quienes así piensan invocan que frente al evidente ventajismo del gobierno y la inequidad del sistema electoral hay un rechazo de más del 80 % a la gestión oficial, cuyas dimensiones son de tal magnitud que no existe fraude ni trampa capaz de superarlo.
En posición contraria, los partidos políticos agrupados en la MUD y las fuerzas sociales que concurren a la conformación del denominado «Frente Amplio Venezuela Libre» centran su estrategia en cuestionar activamente la elección presidencial convocada para el 30 de mayo, buscando su desconocimiento interno e internacional, y levantando la consigna de votar en elecciones libres y transparentes en las cuales se exprese con fidelidad la voluntad popular. Reivindican la movilización, la lucha de calle y la solidaridad de la comunidad internacional como formas democráticas de presión.
Evidentemente que la diversidad de apreciaciones y estrategias conspira contra la unidad de fuerzas y acción de la inmensa mayoría que quiere cambio; sin embargo, la propia dinámica política y la inclinación mayoritaria de la gente por una u otra propuesta puede ayudar a acercar posiciones y hasta forjar un «punto de encuentro» entre ambas, pues a pesar de parecer antagónicos sus planteamientos hay un amplio campo de coincidencias. Por ejemplo, uno y otro defienden el valor y utilidad del voto, diferenciándose del abstencionismo crónico. Uno y otros plantean un camino para derrotar al gobierno y una perspectiva para la transición democrática. Uno y otros reconocen las perversiones del sistema electoral y plantean mejorar las condiciones electorales.
Como suele suceder en estas situaciones donde la dirigencia se muestra insuficiente frente a las circunstancias que le toca enfrentar, serán los ciudadanos de a pie que sufren y padecen el hambre y las privaciones y desean con urgencia poner fin a esta tragedia quienes terminen imponiendo la conducción correcta, decantándose por la vía más eficiente para salir de este gobierno. Mientras, es importante que quienes apuestan por votar el 20 de mayo y quienes se niegan a hacerlo en las actuales condiciones, entiendan que el adversario está al frente, y mientras nos fracturemos le damos la oportunidad de continuar la ruina, la destrucción y el pillaje.