No debemos dejarnos seducir por cantos de sirenas que conducen a la muerte de los afectos. Debemos ser constructores de la reconciliación y la esperanza que nos devuelva la alegría de vivir.
Con el lema “No hace mucho. No tan lejos” está abierta una exposición en Madrid con más de 600 objetos originales, 400 imágenes y 100 historias sobre la espeluznante historia de uno de los episodios más dramáticos e inhumanos que deben servir para remover la conciencia del mundo ante el exterminio salvaje de comunidades enteras por razones sin asidero ético que lo justifique. La exposición se erige como una clara evidencia de la catástrofe que sucede al desarrollo del odio y la intolerancia en el seno de las sociedades.
No hay nada que no se conozca o que no haya sido trasmitido de mil formas a la humanidad. No se trata sólo de condenar a Hitler y al nazismo. Pareciera que las motivaciones más profundas que condujeron a este sinsentido siguen vigentes en el mundo. “El camino que condujo a Auschwitz discurrió a través de la frustración, el populismo, la estigmatización de los judíos como chivos expiatorios, la deshumanización de los demás seres humanos y la pasividad, hasta llegar al odio institucionalizado”.
A medida que recorría la exposición me convencía de que lo que estábamos viendo no era historia pasada, sino el drama presente en muchas partes del mundo cuando, a nombre de ideologías caducas, del ansia de poder que obnubila el sentido más hondo de que todo ser humano se respeta, del fanatismo religioso, social o étnico que lleva a grupos sin alma a generar mayores frustraciones y muertes porque la vida no vale nada. Lo único que cuenta es el uso, la manipulación de las multitudes, generando mayores carencias y pobrezas, limitando y cercenando la libertad individual y colectiva. “Nuestros egoísmos familiares, tribales y nacionales siguen percibiéndose como virtudes patrióticas. El orgullo nos impide ver la igualdad en los seres humanos. La memoria es la clave fundamental de la responsabilidad. De este modo, la memoria nos obliga a mirar al futuro”.
Los relatos de los sobrevivientes y los de algunas víctimas que lograron dejar plasmadas las vivencias que los condujeron a la muerte, son un grito de alarma permanente para quienes vivimos situaciones de injusticias e inequidades que no producen progreso ni bienestar, sino ahondan la brecha que separa a “los fieles al régimen y a quienes disienten”. Ver a Auschwitz pone los pelos de punta pues los que vivimos en Venezuela debemos ser conscientes de que la ley contra el odio, el carnet de la patria, las torturas infligidas a los presos, la parcialidad evidente de los poderes públicos, el exilio doloroso de millones de compatriotas, el lenguaje soez de descalificación para quien piensa o propone algo distinto, son formas inequívocas de “exterminio” de la paz y la tranquilidad que debería estar presente en toda persona. “Los que no pueden recordar el pasado (de otros y nuestros) están condenados a repetirlo”.
La historia del siglo XX no es sólo Auschwitz, no hace mucho no muy lejos. “Pretende brindar una ocasión para reflexionar sobre las fuerzas autodestructivas en el seno de la civilización occidental”. Hay que poner las barbas en remojo para no dejarnos seducir por cantos de sirenas que conducen a la muerte de los afectos, de las esperanzas, a la destrucción. Seamos constructores de la reconciliación y la esperanza que nos devuelva la alegría de vivir y compartir.