Esperemos que el futuro de Venezuela no se decida en el desplazamiento de la lucha de la esfera política o electoral hacia el campo más crudo: las armas.
Para mayo de 2016, cuando se iniciaron las gestiones de Rodríguez Zapatero, estaban dadas las condiciones para la firma de un acuerdo de alternancia y cohabitación de corto y largo plazo. Había un equilibrio de fuerzas. La oposición venía de un éxito electoral y había tomado las riendas de la Asamblea Nacional. Más tarde, las circunstancias fueron cambiando. Se apostó a una violencia de calle que resultó derrotada, lo que trajo como consecuencia la perdida de la capacidad de convocar y movilizar a los electores por parte de los partidos de la Mud. La ocasión de un entendimiento de largo aliento se había perdido.
En Republicana Dominicana ya no estaba sobre la mesa la posibilidad de un acuerdo de largo alcance, sino que las conversaciones se limitaban a condiciones de regularización de la lucha por el poder. Un asunto que tiene su valor, pero que es distinto a un compromiso de fondo en el que se creara una institucionalidad compartida y un sistema de partidos estable, independientemente de quién ganase en los procesos electorales. La firma del acuerdo de Henri Falcón y el Gobierno tiene su mérito, pero no es un sucedáneo, porque no se ha establecido entre las fuerzas políticas y sociales en conflicto.
El caso es que ahora estamos frente a una situación en la que la debilidad de la oposición en el frente electoral, por la inclinación abstencionista de los electores, ha conducido a que la lucha por el poder se desplace hacia el territorio inhóspito y peligroso del campo militar o hacia el accionar de factores extranjeros que hacen parte del arco de fuerzas en pugna. La oposición interna no luce en condiciones de influir de manera decisiva en la evolución de los acontecimientos: ni en el plano electoral, pues está fracturada, sin una candidatura unitaria y con poca disposición de los electores a acudir a votar; ni en el plano de la insurgencia de calle, como lo indican las convocatorias recientes a movilizaciones.
En este cuadro se inscriben los lineamientos trazados al inicio de su gira latinoamericana por el ahora exsecretario de Estado estadounidenses Rex Tillerson, quien expresó en rueda de prensa: “En la historia de Venezuela y otros países sudamericanos, muchas veces el ejército es el agente del cambio cuando las cosas están tan mal y el liderazgo ya no puede servir a la gente”. Desde esta óptica, en la que entran en escena las armas, habría que prestar atención al reforzamiento de esta visión que pudiera tener lugar con las designaciones a posiciones clave en la política exterior de Estados Unidos de autoridades formadas en el mundo militar o en los servicios de inteligencia, como es el caso de Mike Pompeo y de Kimberly Breir, la nueva subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental.
Las recientes detenciones de oficiales de la Fanb se inscriben en este desplazamiento de la lucha desde la esfera política o electoral hacia el campo más crudo, la instancia última del poder: las armas. Esperemos que no sea allí donde se decida el futuro de Venezuela.