Monseñor Vicente Hernández brilló por sus grandes virtudes y su porte sencillo, que ocultaba una personalidad de vasta cultura y dominio de lenguas y artes.
Poco antes de iniciar la celebración del Domingo de Ramos, a las puertas de la catedral de Mérida recibí la noticia de la muerte del Obispo emérito de Trujillo. Hermosa fecha unida a la memoria del inicio del misterio de la encarnación en la fiesta de la Anunciación, para entrar en la gloria.
Conservo gratos recuerdos de Mons. Vicente, pues apenas ingresé en el Seminario Menor de Caracas, observábamos los partidos de futbol de los del Mayor. De entonces han sido muchas las ocasiones de compartir con un hombre sencillo y humilde, dotado de grandes virtudes humanas y sacerdotales. Muchas veces me invitó a celebraciones en la diócesis de Trujillo y no tenía empacho en hacer que presidiera en mi carácter de metropolitano. Admiré esta actitud pues siempre lo consideré un maestro para mí, superior en edad, saber y gobierno.
Había nacido Vicente Hernández en el jardín andino, Boconó, el 19 de julio de 1935. Siendo niño, ingresó en el Seminario Kermaría de los Padres Eudistas en la ciudad de La Grita donde cursó cuarto, quinto y sexto grado de educación primaria. Pasó luego al Seminario Interdiocesano de Caracas donde concluyó sus estudios secundarios, el trienio filosófico y el cuatrienio teológico bajo la dirección de los Padres Jesuitas y al final, con los Eudistas, siendo Rector el Siervo de Dios Miguel Antonio Salas.
Enviado por Mons. Rafael Arias Blanco a completar estudios teológicos en Europa, se especializó en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Regresó a Caracas en 1962 donde ejerció como Vicario Cooperador de San Francisco Javier de Lídice, asistente eclesiástico de la Ciudad de los Muchachos, párroco del Dulce Nombre de Jesús de Petare y capellán, asesor espiritual de varias asociaciones y profesor de liturgia del Seminario Interdiocesano. Desde 1963 formó parte del equipo formador del Seminario San José de El Hatillo en compañía del Padre Ramón Ovidio Pérez Morales. A partir de 1971 lo sucedió en el rectorado del mismo hasta 1974, cuando fue nombrado Obispo Titular de Sulleto y Auxiliar de Caracas. Por más de año y medio ejerció este ministerio hasta su traslado en 1976 como Coadjutor con derecho a sucesión de la sede episcopal de Trujillo.
Volvía a su querencia natal de la que nunca se separó espiritualmente. Prueba de ello su escudo episcopal en el que quedó plasmado en uno de sus cuarteles la alusión a Boconó. Acompañó a Mons. José Rojas hasta su muerte en 1982 sucediéndole en el cargo que ocupó hasta 2012 cuando entregó la diócesis a Mons. Oswaldo Azuaje.
Son muchas las virtudes que brillaron en Mons. Vicente. Su porte sencillo ocultaba una personalidad rica por su bonhomía, vasta cultura y dominio de lenguas y artes, excelente preparación eclesiástica. Deja varios libros que recogen parte de su amplia producción homilética, discursos y disertaciones.
Querido por sus coterráneos cultivó la amistad con gentes sin distinción. En la Conferencia Episcopal, asiduo en las reuniones, presidió varias comisiones y tuvo destacada actuación. En sus últimos años mermaron sus fuerzas físicas pero fue ejemplo de entrega generosa a la Iglesia. El buen Dios lo recibe y su estela de bien llenará la tierra que amó. Descanse en paz.