“El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables”.
No es discurso ni proclama. Tampoco literatura de ficción. Es el artículo 6 de la Constitución, la que se supone vigente, cuyas disposiciones fundamentales están concebidas para dibujar el Estado al que aspiramos de modo que sirva mejor a los venezolanos en su procura del Bien Común.
Cuando se dice que nuestro gobierno “es y será siempre”, se pretende sentar bases sólidas, perdurables, para el desarrollo de nuestras instituciones. No nos habla el constituyente de un mientras tanto, una provisionalidad instrumental, sino un proyecto con vocación de permanencia. Permanencia que no es sinónimo de rigidez o inmovilidad, todo lo contrario. Las instituciones son duraderas cuando sin perder su esencia, son capaces de ir transformándose junto a su pueblo y al entorno social y mundial en el cual hace su vida.
Y ¿Cómo nos dice el constituyente que es y será siempre nuestro gobierno? Primero y principal, democrático. Esto es, dígalo Lincoln, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Al pueblo pertenece, el pueblo lo ejerce y para el beneficio del pueblo trabaja. Una idea sencilla de muy difícil aplicación. Por eso no quiso dejar solo el adjetivo y lo explicó con varios más.
Participativo y electivo, por ejemplo. Necesita de una ciudadanía activa, capaz de participar en los asuntos públicos. Votando, por supuesto, y también decidiendo directamente. Para la efectividad de ambos supuestos, se requiere que una ciudadanía alerta, informada. Por eso a los derechos a participar y elegir, los acompañan inseparablemente la libertad de expresión y el derecho a la información.
Nuestra democracia es también descentralizada y alternativa. Eso quiere decir que nadie tiene todo el poder, porque este se distribuye territorialmente y se divide funcionalmente, y que tampoco lo tiene para siempre. Porque es el pueblo en las elecciones quien lo da y quien lo quita. De allí lo radicalmente antidemocrática e inconstitucional que fue la declaración de la vocera oficialista de “más nunca vamos a entregar el poder”, que no pasaría de malacrianza de piñata si no fuera proferida por quien se atribuye un poder por encima de la Constitución que solo puede ser ilegítimo. Nuestra democracia es pluralista. De lo contrario, no sería democracia. No tiene un solo color o pensamiento, ni una sola clase social, ni un partido único. Es pluralista porque la sociedad es plural, diversa, va-ria-da.
Sus mandatos revocables son hijos de su carácter responsable. Es su rasgo más importante. El poder que se ejerce en nombre de otros, responde ante los otros por sus actos. Es decir, todo lo contrario a esta mazamorra arbitraria en que la van convirtiendo.