ETA se rinde mientras crece el terrorismo 3.0

Por esperado y anunciado, ETA finalmente dejará de existir antes de mediados de 2018. Tras su anuncio de cese del conflicto armado en octubre de 2011, apenas se tenían noticias de la organización terrorista vasca, que desde 1968 ha ocasionado 829 víctimas mortales a través de todo tipo de atentados en su lucha por el separatismo dentro de España.

El pasado 28 de febrero, la incipiente dirección de ETA anunció su final definitivo para antes del verano, a través de un comunicado publicado por su diario portavoz Gara. La disolución de ETA era un fait accompli desde su anuncio de cese de la lucha armada de 2011. En 2015 se verificó el último gran golpe contra su aún vigente comando dirigente. El final está prácticamente anunciado, tomando en cuenta que la mayoría de sus militantes y dirigentes estaban o bien presos, o reinsertados en la vida pública.

Pero este final de ETA parece ser más bien una noticia de hemeroteca. Descabezada en su liderazgo y de su centro neurálgico de actuación, con una logística precaria, incapaz de perpetrar atentados de gran envergadura, ETA sigue así el destino trazado desde hace exactamente veinte años por su homóloga norirlandesa IRA. El ejemplo del final del IRA y su reinserción política en Irlanda del Norte a través del partido Sinn Fein ha sido un símil frecuentemente utilizado para ETA y Euskadi.

Al final de ETA no se debe descuidar lo que ocurrió con la guerrilla colombiana de las FARC, estipulado tras los acuerdos de pacificación de 2016. Para los comicios legislativos y presidenciales colombianos de 2018, las FARC se metabolizaron en una formación política que espera obtener réditos electorales a futuro. Un desenlace, el de las FARC, que resulta incierto para ETA.

En su momento, entre finales de la década de 1990 y comienzos de la de 2000, ETA, IRA y las FARC llegaron a formar un triángulo de cooperación dentro de un terrorismo ya desfasado tanto en su formato ideológico como de lucha armada.

Tampoco ETA ha alcanzado la simbiosis de otros grupos como el libanés Hizbulá o el palestino Hamas, siendo movimientos armados de carácter paramilitar, considerados en Occidente como organizaciones terroristas, pero que han logrado incursionar política y electoralmente tanto en el Líbano como en los territorios palestinos, ganándose así un notable caudal de apoyo y legitimidad popular.

Por tanto, lo que debía suponer un suceso histórico de gran impacto para la España contemporánea se está diluyendo en una noticia casi marginal en los medios. Perdida su lucha armada terrorista, ETA parece también perder la de la iniciativa política. Su paraguas político, el partido Batasuna, se encuentra ilegalizado desde 2003, al mismo tiempo que fracturado en su dirigencia, con algunos de ellos también en prisión.

Con todo, el gobernante en Euskadi, el Partido Nacionalista Vasco (PNV), inició a mediados de 2017 una serie de conversaciones con la “vieja” Batasuna para reconfigurar el campo político vasco ante el inevitable adiós de ETA.

El pulso independentista

catalán

Y es que precisamente el leitmotiv de ETA, el independentismo vasco a través de un proyecto radical, se ha ido diluyendo ante el otro pulso independentista existente dentro del Estado español: el de Cataluña. En este sentido, ETA ha sido igualmente derrotada ante los focos de atención que se ha llevado el independentismo catalán.

Desde su impulso definitivo a partir de 2010, el desafío soberanista catalán ha contribuido al desfase absoluto de ETA. La organización terrorista vasca ha observado con atención cómo el proyecto soberanista ganaba legitimidad en la sociedad catalana, muy al contrario del oprobio y el rechazo perenne manifestado hacia las formas de independentismo trazadas por ETA.

De este modo, el frenético pulso catalán ha desplazado del centro de atención cualquier atisbo de retorno de ETA al centro de la atención pública. El polémico referendo ilegal del 1º de octubre de 2017, la prisión y el exilio de los líderes independentistas catalanes, la aplicación del artículo 155 de suspensión temporal de la autonomía catalana, los nuevos comicios autonómicos e incluso la detención de su principal impulsor, el ex presidente de la Generalitat catalana Carles Puigdemont, pendiente de extradición a España desde Alemania, dejaba cualquier noticia relacionada con ETA como archivo de hemeroteca.

Ni siquiera ha sido noticia la condena de la Audiencia Nacional realizada en febrero pasado, de 110 años de cárcel para el etarra Sergio Polo por el asesinato ocurrido en 1995 del comandante del Ejército Luciano Cortizo.

El final de ETA también tiene su capítulo marcado por el declive del exilio de etarras radicados en Venezuela y Cuba, cuyos regímenes han sido recientemente santuarios de esta organización. No se debe descartar que muy probablemente este exilio de etarras haya contribuido en el final de la banda terrorista, a pesar del aparente desfase y distanciamiento que durante años manifestó con la dirección central establecida en Euskadi.

El mundo

del terrorismo 3.0

Del mismo modo, ETA ha sucumbido a la emergencia del terrorismo 3.0. En este apartado, el yihadismo salafista impulsado en su momento por Al Qaeda y actualmente liderado por el igualmente golpeado Estado Islámico (ISIS), han dejado al terrorismo etarra como una reliquia irrelevante.

El yihadismo 3.0 se ha mostrado más eficaz e incluso “terrorífico” que los arcaicos métodos etarras. Los yihadistas, principalmente los del Estado Islámico, han logrado penetrar con mayor eficacia en las sociedades occidentales, a través de un elevado conocimiento de las nuevas herramientas digitales de difusión, captación de redes y de mensajes publicitarios.

Toda vez, la logística del terrorismo 3.0 se ha valido de la figura del “lobo solitario”, el “nuevo terrorista” que actúa por su cuenta dentro de una organización difícilmente perceptible en cuanto a su naturaleza: piramidal y jerárquica en la toma de decisiones, pero claramente horizontal y transversal en cuanto a la difusión de mensajes y captación de militantes.

Más allá del ISIS, los nuevos grupos terroristas siguen ocupando el centro de atención política, principalmente en los casos de Boko Haram en África central y las milicias Al Shabaab en el Cuerno de África. Está por ver cuál será el destino de otras organizaciones armadas también consideradas como terroristas y que pueden terminar igualmente como reliquias como en el caso de ETA. Son estos los casos del ELN colombiano y el PKK kurdo, los cuales aún no han depuesto las armas.

Los “elenos”, debilitados pero aún activos, podrían seguir el mismo final que su homólogo de las FARC. La ampliación del plan de paz del actual presidente colombiano Juan Manuel Santos se ha visto obstaculizada por las indefiniciones del ELN para sentarse a negociar. Con todo, resulta poco probable que los “elenos” logren sobrevivir en su lucha armada.

Por su parte, el PKK sigue muy activo en el Kurdistán turco y del Norte de Irak, pero ha ido perdiendo peso ante la manifestación de nuevos actores dentro del escenario político kurdo. Allí se imponen la Región Autónoma del Kurdistán (RAK) del norte de Irak, particularmente tras el victorioso referendo independentista de septiembre pasado.

Otro actor relevante en el dividido espacio político kurdo es el Partido Democrático del Pueblo (HDP), el cual se erige actualmente como el principal partido de oposición al autoritario régimen de Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Finalmente están las milicias del YPG y del YPJ en la región de Rojava, considerado el Kurdistán sirio, al norte de este país. Las YPG y el YPJ se ganaron la simpatía de la causa kurda, incluso a nivel internacional, por derrotar y repeler al ISIS y al régimen de Bashar al Asad.

Con este contexto diletante, ETA tenía pocas opciones para sobrevivir. Su anunciado y esperado final muy probablemente dará paso a la labor de los historiadores sobre la dimensión y el impacto que tuvo el terrorismo etarra en una España contemporánea, que está caminando hacia otra transición. ETA ya no tenía lugar en este nuevo escenario.

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