“La presencia en el poder de partidos como los que actuaron últimamente es perjudicial porque ellos no conocen a fondo los problemas nacionales ni sus soluciones, no constituyen fuerza política y son factores de desunión.”
Justificaba Pérez Jiménez el 4.11.57 al dirigirse al Congreso una elección sin partidos. Presentaba un proyecto de “Ley de Elecciones”, de acuerdo al cual “se expresará la opinión que se tenga del actual régimen”. Intentaba así burlar la disposición constitucional que obligaba a elegir el Presidente por voto popular. El 6 de noviembre la prensa capitalina publica desplegado el proyecto con su exposición de motivos y, a juicio del Ministro del Interior Vallenilla, gracias a él “Será el voto popular, universal, directo y secreto el que decida acerca de la designación de los ciudadanos que han de desempeñar la Presidencia de la República e integrar la Cámara de Diputados”. Una semana después, el 13 de noviembre, el Congreso sanciona la ley, el dictador la promulga y el día 14 aparece publicada en Gaceta Oficial. Aparte de ese proceso atropellado, la norma contiene otras disposiciones ventajistas y discriminatorias. Transcurridos un mes y un día, el 15 de diciembre, se realiza el Plebiscito. Esa noche, el Ministro del Interior declara a la prensa extranjera que el Presidente ha obtenido el 87.4 % de los votos, lo cual ratifica con toda exactitud el Consejo Supremo Electoral el 20 de diciembre. De un total de votantes de 2.924.985, los votos azules (afirmativos) totalizaban 2.374.790, los rojos (negativos) 364.182 y los nulos 186.013.
La dictadura que se había salido con la suya en el fraude de 1952, pensó que con los partidos debilitados por la represión y el silencio, podría hacer caso omiso al 104 constitucional que aparecía como un fantasma en los graffitti de los muros. Elecciones pedía la Junta Patriótica y elecciones planteaban desde el exilio como salida a la crisis Jóvito, Rómulo, Gallegos y Herrera Campíns. Pero, confiada en su poder, temerosa del pueblo y desconfiada del voto, inventó una “solución” que se le convertiría en error fatal.
“El plebiscito es una farsa” es la consigna que propaga la Junta Patriótica en sus “papelitos” que había subestimado el régimen. Lo repiten tanto los estudiantes en sus asambleas y protestas como los profesores en sus manifiestos. Curas y empresarios también reclaman. Los jóvenes militares inquietos no quieren quedar en el mismo saco que sus ricos y desprestigiados jefes.
De acuerdo a Eladio Hernández, para el cambio en la actitud política de las élites ante el régimen, puede haber muchos motivos pero el más importante es el plebiscito.
Al hacer trampa a la Constitución y dejar “con los crespos hechos” a los voceros de la oposición democrática cada vez más unida que abogaban abiertamente por la salida electoral ¿Se había puesto el régimen una trampa a sí mismo? Sí. Y allí está la historia.