Fotografía: Vanity Fair

Rafael Poleo: Los dientes del Imperio

A Sangre Fría.-

Los imperios brotan como resultado de la vitalidad de un pueblo que además cuaja una ética, y por definición han de ser fuertes y demostrarlo para que no les falten el respeto, como ha hecho Trump en Siria

A fines de los años sesenta, en ratos sustraídos a mi trabajo como director de información y opinión de Radio Caracas TV -El Observador Creole, El Reporter Esso y todo aquello de lo que fue una bella época del periodismo venezolano-, para un cliente privado hice unos documentales de cine en Hollywood. En duras jornadas, que incluían horas de expansión en La Ciénega, calle donde se iniciaba el audaz botton less que luego sería trivializado, adquirí, como una enfermedad… (No se asusten…No fue sífilis), cierto sentimiento de superioridad sobre los gringos que conmigo trabajaban y para seguirme el paso tenían que tragar píldoras para dormir y píldoras para despertarse. Claro… Uno tenía treinta años…

Obligado por la realidad, en los años siguientes traté de explicarme por qué aquellos que me parecían haraganes habían sido capaces de construir el país próspero de que disfrutaban. El espacio de esta crónica me impide contarles el resultado de aquellas reflexiones, pero sí puedo adelantar algo que ya he dicho y tiene que ver con el tema: El Imperio existe y es maluco.

En busca de precisión, pluralicemos. Los imperios han existido y existen. Nadie los hace. Son el resultado de la vitalidad de una sociedad determinada. Esta vitalidad es, a su vez, producto de una conjunción de circunstancias, como la alimentación -el maíz que comían los mayas tiene la tercera parte de las proteínas que el trigo europeo, y los tubérculos que comían nuestros aborígenes, pues casi nada. Pero lo real determinante, quizás derivado de lo antes dicho, fueron características como la disciplina social que habla de lo tuyo y lo mío, y una ética que sistematiza esa percepción. Admito que todo esto es muy basto. Lo digo sólo para picarles la curiosidad y explicar por qué he dicho que el Imperio existe, y es maluco.

Nadie hace un imperio. Nadie hizo el chino, el romano, el español, el otomano, el ruso, el británico, el austro-húngaro, el americano actual. Se desarrollaron a pesar de sí mismos, por circunstancias especiales que dieron lugar a sociedades enérgicas. Los construyeron tipos de energía desbordante y desbordada que no sabían lo que estaban haciendo pero gozaban mucho haciéndolo, como Teodoro Roosevelt y Donald Trump. (Observen que hay cierta contradicción entre la condición imperial y el pasarlo bien que hoy dicen los españoles y el dolce far niente en que se refugian los intalianos. Para tener un imperio y disfrutar de sus ventajas, hay que joderse).

Los imperios tienen su auge y decadencia. En los últimos años se ha dicho que el Imperio Yanqui está en su decadencia. Había caído en la molicie. Presidentes como Carter y Obama hacían pensar en eso. ¡Quién ha visto un imperio pidiendo perdón porque ganó una guerra, como hizo Obama con el Japón! ¡Qué lejos de la aristocrática impiedad de Roosevelt y el pragmatismo burgués de Truman! Eso era palo abajo.

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La conducta de Donald Trump, un self made man que hasta se cambió el nombre para acomodarlo a la imagen que ha llegado a proyectar-, hace pensar que la decadencia ha revertido. Lo de Siria lo demuestra. Un imperio no sólo debe tener dientes, sino mostrarlos cada tanto y en alguna ocasión morder y sostener la presa. No todo puede reducirse a pagar espantosos impuestos para mantener una industria del armamento que se limita a renovarse sin demostrar que es algo más que una pantomima disuasiva al cual poco a poco se le va perdiendo el respeto.

Últimamente, bajo gobiernos pacatos encabezados por presidentes con mentalidad de funcionarios en espera de la jubilación -en este caso espléndida-, la capacidad destructiva de los Estados Unidos se había limitado a estar allí sin recordar que un imperio no puede ser tal si no es maluco y cada tantos años da prueba de ello. De no hacerlo, cualquiera le toca el rabo, cual ha venido ocurriendo. Ahora, con lo de Siria, se sabrá si -recordando expresiones de mi abuela barloventeña-  en el caso de Estados Unidos el cambur verde mancha y si Rusia como ronca duerme. Apuesto a que lo primero se da y lo segundo no es verdad. Putin se raja.