Siria y Corea del Norte ante garrote y zanahoria

*La operación castigo a través de bombardeos selectivos el pasado 15 de abril, impulsada por EEUU, Gran Bretaña y Francia contra posiciones militares del régimen sirio, junto a las revelaciones de negociaciones secretas entre el Secretario de Estado Mike Pompeo con el líder norcoreano Kim Jong un, manifiestan la política de «garrote y zanahoria» que el presidente Donald Trump emplea en Siria y Corea del Norte, con la intención de contener la posibilidad de que sus dos principales rivales, Rusia y China, ganen posiciones en el tablero geopolítico global.

Justo un año después de su primer bombardeo selectivo en Siria, el presidente Donald Trump volvió a golpear objetivos del régimen de Bashar Al Asad el pasado 15 de abril. No obstante, esta vez lo hizo con el apoyo de Gran Bretaña y Francia, así como de la OTAN, en una rápida operación de bombardeos contra presuntos arsenales químicos en Damasco, de hora y media de duración.

La inevitable crisis diplomática suscitada con este bombardeo, principalmente ante las protestas rusas, no se hicieron esperar. Como sucediera con anterioridad, Washington desestimó el recurso de elevar la operación en Siria al Consejo de Seguridad de la ONU, sabiendo de antemano que Moscú y Beijing utilizarían el veto para bloquear la operación castigo contra el régimen de Bashar Al Asad.

Días antes del bombardeo, Trump ya había advertido de que utilizaría la fuerza contra el régimen sirio, a tenor del escándalo internacional suscitado por la presunta utilización de armamento químico en el asalto de la localidad siria de Guta hace dos semanas, y que provocó casi 100 muertos. Las imágenes de niños afectados por el ataque atribuido a fuerzas leales al régimen de Al Asad, cobraron especial indignación en Washington.

Romper la balanza en Siria

El complejo rompecabezas sirio se reactivó tras el ataque de Guta y, principalmente, con el selectivo bombardeo de EEUU, Gran Bretaña y Francia. Toda vez el régimen sirio depende internacionalmente del apoyo de Rusia e Irán, así como del tácito respaldo chino, Trump venía trazando claramente un eje geopolítico alternativo en torno a Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos e Israel, con la finalidad de contrarrestar la alianza diseñada por el presidente ruso Vladimir Putin a través del acuerdo de Sochi de noviembre pasado, y que incluía a Irán, Turquía y Qatar.

Este eje trazado desde Moscú buscaba dar un giro radical al conflicto sirio favoreciendo el mantenimiento en el poder del régimen de Al Asad. A este eje de Sochi se le une tangencialmente el movimiento islamista libanés Hizbulá, tradicional aliado iraní y con posiciones marcadas dentro del conflicto sirio.

La esfera de influencia rusa en Siria suponía para Washington y sus aliados la posibilidad de que Moscú ejerciera cada vez más una escala de influencia geopolítica en Oriente Próximo. De allí que el bombardeo decretado por Trump el pasado sábado 15 fuera más bien dirigido a Moscú que al régimen sirio. El mismo ocurre horas antes de que los inspectores de la ONU llegaran a Damasco para verificar los supuestos arsenales químicos en manos del régimen de Al Asad, un aspecto que podría significar para Washington la posibilidad de una presunta manipulación por parte de Siria.

Si bien Trump no parece persuadido a proseguir los bombardeos en Siria, muy probablemente consciente de las advertencias de Putin de impedir los mismos, el contexto geopolítico en Siria y Oriente Próximo parece anunciar un regreso de Washington como actor decisivo en el conflicto.

Trump quiere poner fin cuanto antes al drama sirio. En Washington se especula con que ya impuso un plazo máximo de seis meses para retirar los 2.000 efectivos militares estadounidenses apostados en Siria para ayudar a las fuerzas rebeldes a derrotar definitivamente al ISIS. Fuentes occidentales estiman que el ISIS aún mantiene una considerable fuerza de combatientes estimada entre 5.000 y 15.000 yihadistas.

Pero el contexto sirio tiene un interés geopolítico adicional. Siria es terreno de paso de una red de oleoductos y de gasoductos que desde el Mar Caspio e Irak transitarán hacia el Mediterráneo y hasta Europa. Del mismo modo, el flamante proyecto de desarrollo impulsado por China a través de la Nueva Ruta de la Seda tiene a Siria como un punto clave de la ruta terrestre desde Asia Central hasta Europa. Beijing y Moscú también ansían convertirse en los benefactores de la reconstrucción siria tras la guerra, razón por la que mantener en pie al régimen de Al Asad es un imperativo geopolítico para sus intereses.

El control de este vasto territorio entre Siria e Irak es clave para las pretensiones de Occidente, Rusia y China por tener a mano esferas territoriales de influencia por donde pasar las redes energéticas y, en el caso chino, las de la Ruta de la Seda. Consecuentemente, Arabia Saudita, Egipto e Israel igualmente tienen interés en tomar posición en la reconstrucción siria, alejando de ello a aliados de Moscú como Irán, Turquía y Qatar.

El apoyo turco al bombardeo de Trump así como el hecho de que Alemania no haya participado en el eje de ataque liderado por EEUU con Gran Bretaña y Francia, son los otros dos factores que alteran notablemente el eje de posiciones contrapuestas en el conflicto sirio.

Turquía, miembro de la OTAN, viene manifestando recientemente su apoyo al eje euroasiático trazado por Putin con Irán y China. No obstante, Ankara ha tenido fuertes enfrentamientos con el régimen de Al Asad desde que comenzó la guerra siria en 2011.

 Turquía tiene efectivos militares en Siria tras su invasión en enero pasado de la localidad de Afrin. Su objetivo clave es contener la posibilidad de crearse un corredor kurdo en torno a Siria e Irak, que tenga repercusiones entre los kurdos que viven en Turquía. Mientras el mundo miraba a Damasco, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan anunció el adelanto de elecciones presidenciales y legislativas para finales de junio próximo, cuando estaban inicialmente pautadas para noviembre de 2019. El adelanto busca consolidar cuanto antes el creciente poder autoritario de Erdogan.

Por su parte, el caso alemán es significativo. No se sabe si la canciller alemana Ángela Merkel fue avisada del ataque en Siria, pero en todo caso el eje Washington-Londres-París parece claramente alejar a Berlín del juego de intereses no sólo en Siria sino en las relaciones ruso-occidentales. Este escenario también plantea posibles fracturas internas en el seno de una Unión Europea políticamente bloqueada y pendiente del Brexit pautado para el 2019.

A pesar de varios encontronazos diplomáticos, Merkel es un actor clave en las relaciones entre Europa y Rusia. Participa como garante del alicaído proceso de negociación del conflicto en el Donbass, al este de Ucrania, conocido como el Protocolo de Minsk. Los acuerdos energéticos de rutas de oleoductos y gasoductos desde Rusia hacia Europa dependen igualmente de los contactos entre Berlín y Moscú. Por ello, el bombardeo sirio de Trump la semana pasada parece ejercer un efecto persuasivo en Merkel, que ha quedado súbitamente «fuera de juego».

Este sinuoso juego de intereses geopolíticos en torno a Siria se ha visto reactivado (y de alguna manera alterado) tras el bombardeo decretado por Trump. El aviso al Kremlin parece haber persuadido a Putin a retirar una de sus fragatas en el Mediterráneo horas antes del ataque. Pero el contexto actual no parece alterar el equilibrio de fuerzas en Siria, lo cual advierte que Washington y Moscú seguirán ejerciendo de epicentros de activación de estos ejes contrapuestos.

El camino de Pyongyang

Con Siria en la recámara, esta semana se reveló la sorprendente noticia de que el secretario de Estado de la Administración Trump, el ex director de la CIA Mike Pompeo, se reunió en secreto la semana pasada con el líder norcoreano Kim Jong un. El encuentro debió ser realizado en la capital norcoreana, Pyongyang.

Si el bombardeo en Siria ya supone un factor exógeno que altera el conflicto en ese país, este histórico encuentro entre Pompeo y Kim Jong un altera radicalmente el equilibrio geopolítico en torno al conflicto en la península coreana.

Hace dos semanas, Kim Jong un visitó Beijing, una inesperada salida del país de un líder norcoreano tradicionalmente conocido por su proverbial aislamiento y hermetismo. Pero el encuentro con Pompeo va mucho más allá, ya que no sólo plantea la posibilidad de desnuclearización del conflicto coreano, sino una posible ventana de apertura en las relaciones entre Washington y Pyongyang.

Si el bombardeo de Trump en Siria fue claramente una advertencia para Moscú, el encuentro entre Pompeo y Kim lo es claramente para Beijing. China es la única ventana exterior con garantías que tiene el hermético régimen norcoreano. La visita de Kim a Beijing muy probablemente persuadió a Washington a manifestar un golpe de efecto inmediato en la crisis coreana.

Trump calificó este encuentro de «positivo» y que «forjó una buena relación». Ya con anterioridad, el mandatario estadounidense había declarado su intención de reunirse con el controvertido Kim Jong un. En todo caso, la diplomacia secreta de Trump vía Pompeo ha propiciado un primer paso que puede resultar estratégico para Washington.

Los contactos secretos entre Washington y Pyongyang ya tenían un antecedente. En 2000, la entonces secretaria de Estado Madeleine Albright se reunió con el padre de Kim Jong un, el fallecido líder Kim Jong Il, en lo que fue calificado como un deshielo que finalmente no pudo concretarse.

El encuentro entre Pompeo y Kim Jong un también parece dar un giro inesperado en la crisis coreana, principalmente ante los recientes cambios en la Casa Blanca. Las respectivas destituciones del ex secretario de Estado Rex Tillerson y del consejero de Seguridad Nacional, Herbert McMaster, y su sustitución por Pompeo y John Bolton, parecían presagiar mayor tensión con respecto a Corea del Norte. Pompeo y Bolton son firmes partidarios de la línea dura e incluso de ataques selectivos contra instalaciones nucleares norcoreanas.

Está por ver si el viaje de Pompeo a Pyongyang puede abrir la posibilidad de una histórica cumbre entre Trump y Kim. Pero el inesperado paso dado por Washington muy seguramente alterará el equilibrio regional tomando en cuenta que Trump pareció dar un aviso persuasivo y disuasivo a China tras este encuentro.

La semana pasada, el presidente chino Xi Jinping lanzó un nuevo instrumento financiero, el «petroyuan», como moneda de reemplazo de la hegemonía del dólar y de los organismos financieros internacionales, garantizado por la potencialidad económica china y las reservas de países petroleros como Rusia, Irán e incluso Venezuela.

Este desafío planteado desde Beijing, unido a su flamante proyecto de la Nueva Ruta de la Seda que alterará a favor de China la hasta ahora hegemonía económica y geopolítica occidental, persuadió a Washington a una reacción inmediata. De allí que el bombardeo en Siria y el encuentro Pompeo-Kim tengan en mente obstaculizar estos proyectos geopolíticos, donde China y Rusia tienen amplias expectativas.

El contexto actual anuncia las pretensiones de Trump de utilizar simultáneamente el «garrote» militar con la diplomacia persuasiva. Esta doble política está principalmente dirigida contra Rusia y China, pero también hacia sus aliados y «satélites», como son los casos de Irán, Turquía, Venezuela e incluso una Cuba que inicia este 19 de abril la transición post-castrista pactada a favor del ahora presidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz-Canel.

Trump también tiene en mente los comicios de noviembre próximo que renovarán el Congreso y un tercio del Senado, escenario electoral donde el voto hispano es estratégico.