Por Rafael Simón Jiménez
No teniendo nada que ofrecerle al pueblo, el Maduro mentiroso se encomienda a los babalaos de la santería cubana para ver si consigue una inmerecida victoria.
Entre lo inmoral y lo circense discurre la campaña electoral oficialista, donde el Maduro candidato pretende presentarse como alternativa al Maduro desastroso presidente, prometiendo en un ejercicio de olímpico cinismo, que en el próximo sexenio superará y remediará la tragedia económica, social y humanitaria generada por su pésimo gobierno.
Nunca antes los venezolanos habían contemplado semejante ejercicio de prestidigitación, donde el responsable fundamental de todas las desgracias que atormentan su vida diaria, pretenda transfigurarse en alternativa frente a sí mismo. Tal osadía es consecuencia de la falta de toda autoridad política y moral para pedir el voto a quienes ha sumido en la pobreza, el hambre y la desesperanza. El Maduro que ofrece bienestar y progreso es el mismo que arruinó y destruyó a Venezuela, y el mismo que solo puede ofrecer la continuidad de la actual tragedia.
Los casi seis años de gestión madurista han representado el periodo más terrible de la vida contemporánea venezolana. Nunca antes Venezuela sufrió una situación de prolongado desabastecimiento de bienes básicos. Nunca antes los trabajadores venezolanos vieron esfumarse la capacidad adquisitiva de sus salarios bajo una pavorosa hiperinflación. Nunca antes habíamos padecido tan malos servicios públicos. Jamás habíamos llegado a los actuales niveles de inseguridad. Nunca las arcas públicas venezolanas habían sido víctimas de tanta depredación y pillaje, y en los anales de la historia nacional jamás habíamos contemplado el desgarrador espectáculo de millones de ciudadanos huyendo de Venezuela para evitar su muerte por inanición.
Consciente del grave daño ocasionado al país, el candidato Presidente, está consciente de su imposibilidad para ganar unas elecciones medianamente competitivas, de allí que en sus concentraciones y recorridos de campaña, todos alimentados de empleados públicos sometidos a una implacable presión oficial, se remita a ofrecerse como alternativa o solución frente a sí mismo, prometiendo devolver el progreso que le ha restado a los venezolanos.
La abstención y la división de sus opositores es el único medio de que Maduro -con la inmensa mayoría del país en contra- pueda prolongar su mandato. No existe otra. De allí que su gobierno se esfuerce en promover la confusión y obcecación de quienes piensan en que no votando están “deslegitimando su gobierno” y que el G-2 cubano -especialista en desinformación y propaganda subliminal- dirija un incesante trabajo a través de los medios tradicionales y alternativos para solidificar las conductas desmotivadoras y desmovilizadoras que tienen anclaje en una dirigencia opositora empeñada en desandar y repetir los trágicos caminos recorridos en el pasado y que la confinaron a la irrelevancia política.
El Maduro patético y mentiroso, empeñado en vender remedios a los grandes e irreparables males, es la viva imagen de un mandatario que no teniendo nada que ofrecer se encomienda a los babalaos de la santería cubana para que terminen de obnubilar a quienes diciéndose sus peores enemigos políticos, son los únicos que pueden conferirle una inmerecida y trágica victoria.