Putin hasta 2024

*Hay grandes planes internos. Se debilita atención a Venezuela.  

Por.- ROBERTO MANSILLA BLANCO, Corresponsal en España

         La fastuosa entronización de Vladímir Putin para su cuarto período presidencial hasta 2024, dejó entrever algunas claves que pueden definir sus prioridades para este su eventual último período en el poder. Al prometer concentrarse más en la política interna con el objetivo de “modernizar Rusia”, Putin podría degradar levemente su atención en un escenario internacional donde parece tener muy bien definidas sus cartas. El aggiornamiento geopolítico con China es la clave principal, toda vez quedan en el aire cómo serán sus deterioradas relaciones con EEUU y, en otras latitudes, qué pasará con Venezuela. En perspectiva, este último período presidencial de Putin abrirá las puertas de su sucesión en el poder.

 Un giro copernicano

         Vladímir Putin asumió el pasado lunes 7 su cuarto y, según prometió en la campaña electoral, último mandato como presidente de Rusia. En el poder desde 1999 como primer ministro y presidente interino y desde 2000 como presidente electo (con un breve retorno al cargo de primer ministro entre 2008 y 2012 bajo la presidencia de su eterno delfín Dmitri Medvedev), Putin trazó en su discurso de investidura las líneas principales de su visión de futuro hasta el 2024, cuando finalice su actual período presidencial.

         Ante 5.000 invitados de las más altas autoridades de la Federación Rusa reunidas en el Gran Palacio del Kremlin en una fastuosa ceremonia de investidura, Putin habló de su compromiso con la “gloriosa y milenaria historia de Rusia”. Si la política exterior y la geopolítica fueron sus bazas principales en su anterior período, ahora Putin parece más bien dispuesto a concentrar su atención en la política interna.

         En este sentido, el mandatario ruso habló de “modernizar” y trabajar “por el progreso de Rusia”. Definió sus expectativas por “hacer todo para el futuro pacífico y próspero” del país eslavo. Un giro copernicano que anuncia algunos cambios sustanciales que definirán su nuevo período presidencial, donde la política exterior parece quedar en un segundo plano.

La imperativa sucesión

         Durante su discurso, Putin reforzó sus imperativos de “defender la soberanía y la independencia, la seguridad y la integridad del Estado y servir fielmente al pueblo ruso”. En principio, palabras y promesas ya conocidas en discursos anteriores y que Putin se ha asegurado por cumplir íntegramente en sus últimos años.

         Pero el giro previsible vino con su promesa de priorizar la política interna, en aras de “modernizar” el país. En este sentido, las palabras de Putin encierran un mensaje claro. Sabe que ha consolidado una estructura de poder sólida en torno a su persona, pero que esta estructura augura incertidumbres de mantenimiento una vez el propio Putin ya no esté en el poder después de 2024, en caso de cumplir su promesa electoral.

       

  La búsqueda de un sucesor, si éste no está ya previamente decidido, se convertirá así en una prioridad. Putin vuelve a formar tándem político con su inseparable primer ministro Dmitri Medvedev, pero las cábalas políticas en el Kremlin no aseguran que el propio Medvedev sea realmente su sucesor. Las acusaciones de corrupción en su entorno, principalmente esgrimidas por el líder opositor Andrei Navalny (de nuevo brevemente arrestado por protestas en las calles previas a la investidura de Putin) dejan ciertas dudas sobre el papel de Medvedev como eventual sucesor.

         Por tanto, Putin debe manejar diversas cartas eventualmente sucesorias. No se descarta que esa carta ya esté previamente decidida y sea una figura en la sombra que transite por el Kremlin. Son diversas las variables en este sentido y pueden pasar por el ya conocido “clan de San Petersburgo” con el cual Putin siempre se ha rodeado desde que llegó al poder, o bien alguien de los servicios secretos, el FSB, de su máxima confianza. La carrera por la sucesión ha comenzado.

         El otro factor es la modernización y el progreso de Rusia. Aquí se impone el factor económico. Rusia transita por dificultades motivadas por las sanciones occidentales, toda vez el sector petrolero sigue manteniendo una economía escasamente competitiva a nivel internacional. Y el avance emergente de China es un factor clave que Putin observa con atención.

         Durante su primera alocución ante la Duma (parlamento ruso) el martes 8, los planes de modernización para los próximos seis años se cifran en aproximadamente 127.000 millones de euros. En esa suma se cifran metas económicas para colocar a Rusia entre las cinco mayores potencias del mundo, la reforma de la seguridad social para avanzar en las expectativas de vida de la población (de 72 años en la actualidad para subir hasta los 78 años en 2024) y el aumento de las viviendas (cinco millones anuales). Mejorar la calidad de vida de los rusos se impone, así como una prioridad estratégica.

         Por otra parte, el plano político es gris en este sentido. Sea por presiones políticas o por detenciones tácticas, la oposición rusa está diezmada y sin verdadera capacidad de convocatoria. La abrumadora reelección de Putin en marzo pasado (76,5% de los votos) demostró la inexistencia de una oposición unida y efectiva. Sólo las eventuales protestas ciudadanas por la corrupción, impulsadas por Navalny desde 2017, han alterado levemente este panorama.

         Controlado el espacio político, Putin sabe que debe trabajar con eficiencia en el campo económico. Garantizar una economía sólida que desdibuje (al menos en apariencia) las visibles desigualdades socioeconómicas generadas desde su llegada al poder y tras el boom económico petrolero, potenciando una clase media robusta que garantice la continuidad de su proyecto.

         Otro factor estratégico es el demográfico. La caída de la tasa de natalidad en Rusia, que afecta principalmente a la población de origen eslavo, amenaza con modificar en un futuro el equilibrio étnico tradicional del Estado ruso.

         Desde 2011, diversos estudios demográficos alertan sobre la posibilidad de que las poblaciones no eslavas, principalmente de origen caucásico, tártaro y asiático y de religión musulmana, estén avanzando en el espacio demográfico ruso.

         Putin sabe que debe adelantar programas públicos eficaces para conseguir las metas de “modernización y progreso” prometidas en su discurso de investidura. De allí su énfasis por priorizar la política interna para su próximo mandato.

Qué pasa con el exterior

         El anterior período presidencial de Putin estuvo marcado por audaces iniciativas en materia exterior. La nueva doctrina de seguridad nacional impulsada desde 2012 busca modernizar el sector militar. Las intervenciones en Crimea y Siria anunciaron el retorno ruso al tablero geopolítico internacional. Las acusaciones de presunta trama rusa, principalmente en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, recrearon tensiones con Occidente propias de la “guerra fría”.

         En caso de concentrar más su atención en la política interna, Putin podría estar enviando otro mensaje al exterior, principalmente a Occidente. No frenar, pero sí ralentizar el ritmo. Putin ve consolidados varios de sus objetivos exteriores, con alianzas estratégicas con China, Irán y Turquía que medirán su consistencia en los próximos tiempos, principalmente en los volátiles escenarios de Oriente Próximo (con foco en Siria y el programa nuclear iraní) y Eurasia, con el avance del proyecto chino de desarrollo de la Ruta de la Seda así como la posibilidad de expansión de focos radicales islamistas.

         Otra lectura puede resultar de la posibilidad de que Putin observe una reacción más decidida y virulenta por parte de la administración Trump de recuperar espacios de actuación exterior, como Oriente Medio, donde Moscú ha tenido una estratégica influencia en los últimos tres años.

         El anuncio de Trump este martes 8 de sepultar el acuerdo nuclear con Irán suscrito por su antecesor Barack Obama en 2016, así como el inesperado giro de los acontecimientos en torno a Corea del Norte con la diplomacia “disuasiva” de Trump, podrían persuadir a Putin a buscar reacomodos con Occidente.

         Putin sabe que la troika de poder global conformada por EEUU, China y Rusia no se modificará en los próximos años. Pero para mantener el pulso, debe asegurar sus imperativos geopolíticos estratégicos, que pasan por el entendimiento con China y la contención consensuada con Washington y la OTAN en el espacio euroasiático ex soviético, así como en Oriente Medio, ante el retorno de la política de línea dura contra Irán y de la recuperación de la alianza de Washington con aliados tradicionales venidos a menos durante la era Obama, como son los casos de Israel, Arabia Saudita y Egipto.

         Otro dato importante que refuerza estas expectativas de Putin por concentrarse más en los asuntos internos, tiene que ver con su decisión, en marzo pasado, poco después de su reelección presidencial, de reducir el gasto militar ruso hasta el 2020 y de aplicar una política exterior de “diálogo constructivo” con el mundo.

         Queda un último y periférico eslabón: América Latina y, concretamente, Venezuela. La crisis nicaragüense, la calculada transición post-castrista en Cuba, el retorno electoral y político de una nueva derecha continental y la presión hemisférica del casi total desconocimiento internacional a las elecciones del próximo 20 de mayo en Venezuela, dejan al régimen de Nicolás Maduro en una precaria situación de aislamiento, levemente moderada en los últimos tiempos por el apoyo ruso y chino.

         Este contexto puede persuadir a Moscú y Beijing a manejar otros fait accompli, calculado en la posibilidad de que Washington esté avanzando en sus intenciones por recuperar sus espacios de influencia y de intervención en el hemisferio occidental, alejando así la presencia rusa y china.

         Paralelamente, y a pesar de presuntamente apoyar la implantación de la petromoneda en Venezuela, el Kremlin sabe que la crisis financiera venezolana es un barril sin fondo del cual muy difícilmente puede recuperar los préstamos e inversiones rusas en ese país, incluso a través de presumibles concesiones en torno al Arco Minero y las explotaciones petroleras y de gas natural tanto en la Faja del Orinoco como en la plataforma marítima del Esequibo.

         Por tanto, las promesas de Putin de priorizar la política interna para su próximo período hasta 2024 seguramente serán seguidas con atención (y preocupación) por parte del gobierno de Maduro. El aislamiento internacional de su gobierno podría incluso verse afectado por las nuevas directrices de Putin. Quedan seis años por delante para observar los acontecimientos.

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