Por Roberto Mansilla Blanco
*El rompecabezas del Cáucaso, bisagra entre el Medio Oriente y las grandes potencias, volvió a moverse con la revolución armenia.
GALICIA.- La renuncia del ex presidente armenio Serzh Sargsyan el pasado 23 de abril tras numerosas protestas en la capital Ereván, y el ascenso del líder opositor Nikol Pashinyan cómo primer ministro tras una controvertida votación parlamentaria del pasado 8 de mayo, retrotrae las expectativas trazadas por las denominadas “revoluciones de colores” que, con notable apoyo occidental, proliferaron en el espacio euroasiático ex soviético durante la década de 2000. En el contexto actual, la pacífica “revolución armenia” puede alterar los pulsos geopolíticos desde el Cáucaso hasta Asia Central y Oriente Medio, alterando las esferas de influencia de EEUU y Rusia, principalmente.
Sin menoscabar la legitimidad de estas protestas en Armenia y los cambios políticos que con ello se puedan derivar, resulta visible que esa sensible región, teñida de intereses petroleros, vive ahora un nuevo capítulo en la reproducción de las anteriormente conocidas “revoluciones de colores” que, desde Ucrania y Georgia hasta Asia Central, modificaron el mapa geopolítico euroasiático durante la década anterior.
El contexto actual euroasiático posee igualmente las expectativas de Washington por alejar la tradicional influencia rusa en la región del Cáucaso Sur. Con todo, las repercusiones de lo acaecido en Armenia pueden claramente trasladarse dentro del actual contexto euroasiático, desde el Cáucaso hasta Asia Central e incluso Oriente Próximo.
Por tanto, la “revolución armenia” de abril pasado, nominalmente observada en los medios europeos como una nueva y pacífica “revolución de terciopelo”, y la posterior entronización de Pashinyan como nuevo primer ministro, son factores que reflejan inevitablemente la crisis de legitimidad existente en la política armenia y el descontento ciudadano hacia el establishment de poder instaurado por Sargsyan, porque su remoción se debió a las protestas más numerosas y persistentes realizadas en el país caucásico desde su independencia de la URSS en 1991.
Una inestabilidad regional
El contexto actual con Pashinyan al frente del gobierno, interpreta numerosas incertidumbres que confirman un panorama de fragilidad política interna con evidentes repercusiones de inestabilidad regional. En diversos medios se especula que la inestabilidad armenia repercuta en una especie de reproducción del “síndrome ucraniano”, ahora repetido en el corazón del Cáucaso. La similitud con las crisis ucranianas de 2003 y 2014 puede ser el referente para el caso armenio de hoy día.
Escenarios similares también se vivieron en la vecina Georgia en 2003, con la “revolución de terciopelo” que llevó al poder al controvertido y hoy nacionalizado ucraniano ex presidente georgiano Mikhail Saakashvilii. El mismo fue posteriormente depuesto por corrupción en 2011, tras una breve guerra con Rusia en 2008, que despedazó el Estado georgiano al imponerle la independencia de entidades de facto, como Abjasia y Osetia del Sur.
¿Una nueva “revolución de colores”?
La Armenia post-soviética siguió gravitando dentro de la órbita de influencia rusa en el Cáucaso Sur, en gran medida por los tradicionales lazos culturales, políticos e incluso religiosos existentes entre ambas sociedades. Armenia forma parte de la Unión Económica Euroasiática (UEE) impulsada desde 2015 por el presidente ruso Vladímir Putin, toda vez Moscú tiene una base militar en territorio armenio.
Armenia siempre fue en el Cáucaso la república de mayor actividad comercial nacional e internacional, con una nutrida diáspora influyente en occidente e con intereses comerciales ligados a grandes centros de poder financiero. La posición armenia con respecto a la Unión Europea comenzó a contrariarse ante las incertidumbres sobre el futuro de este proyecto de integración, toda vez que comenzó a observar con mayor interés la pujante alternativa cifrada en la Ruta de la Seda impulsada por China, así como a la ampliación de lazos comerciales hacia el extremo oriente. Con todo, China mantiene una posición de prudente expectativa ante la crisis política armenia.
Esto puede explicar el inicial silencio del Kremlin ante la elección parlamentaria de Pashinyan como nuevo primer ministro, a pesar de que ya el propio Putin se adelantó cómo uno de los primeros mandatarios internacionales en felicitarle.
Antes de asumir cómo primero ministro, Pashinyan se reunió con diputados rusos para garantizar la continuidad de los lazos armenios con Moscú, así como con la Unión Europea, EEUU y China. Un factor igualmente relevante fue el consenso de intereses establecido entre Pashinyan y el patriarca Aram I, como figura visible de la influyente Iglesia ortodoxa armenia, con la finalidad de solucionar la crisis política.
País equilibrista entre varios mundos
Con todo, las repercusiones políticas del cambio político en Armenia implican observar con mayor atención el desarrollo de nudos geopolíticos existentes, que se vislumbran serán más amplios. Los mismos podrían implicar una respuesta, en clave principalmente occidental, contra el eje Rusia-Turquía-Irán instaurado tras la cumbre de Sochi (noviembre de 2017) a causa del conflicto sirio, y que colateralmente podría afectar la posición geopolítica armenia.
Esto traduce obstáculos imprevistos para los imperativos estratégicos de Moscú en el Cáucaso Sur, en particular por los evidentes temores en Armenia de una mayor concreción de intereses por parte de Rusia con Turquía e Irán, tradicionales rivales armenios, que tendrán evidente implicación en Georgia, principal rival de Armenia en la región.
Este aspecto deja en el aire en qué medida se alterará (si es que existe algo previsto en este aspecto) el equilibrio militar regional ante contenciosos sin resolución, como el conflicto armenio-azerí en torno al enclave de Nagorno Karabaj.
Pendiente de cómo la “revolución de abril” en Ereván, capital de Armenia, puede influir en el desarrollo del irresoluble conflicto armenio con Azerbaiyán, lo que está por verse, es si esta eventual manifestación de las “revoluciones de colores” tendrá algún tipo de incidencia de cara a los regímenes autocráticos establecidos en el entorno euroasiático, particularmente con los establishments de poder en Azerbaiyán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Kazajstán, así como contextos más inestables como Kirguizistán. Todos ellos son países que gravitan en las respectivas esferas de influencia, tanto de cooperación como de competitividad, existentes entre Rusia y China.
Por tanto, el nuevo primer ministro armenio Nikol Pashinyan (42 años) puede erigirse como una apuesta pro-occidental que impulse un eventual relieve generacional en la política armenia, amparado en el papel de la juventud armenia en la revolución democrática que puso fin en abril al gobierno de Serzh Sargsyan, en el poder desde 2008. Esto explica la prudente expectación en Moscú y Beijing, más visible en el caso ruso por su tradicional influencia en la esfera caucásica.
Los lobbies entran en escena
En este sentido, la sucesión de acontecimientos en diversos ámbitos da a entender la reactivación de un pulso de esferas de influencias en el entorno euroasiático y de Oriente Próximo, en las que EEUU y Rusia vuelven a estar inmersos con sus respectivos sistemas de alianzas.
Debe por tanto observarse con atención cómo la crisis armenia podría suponer un efecto colateral en el desarrollo de los acontecimientos regionales, en este caso en Oriente Próximo. La decisión de Donald Trump (8 de mayo) de romper el pacto nuclear con Irán ocurre dentro de un contexto particularmente tenso dentro del conflicto sirio.
Un día después del anuncio norteamericano, mientras el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu se encontraba en Moscú invitado por Putin con motivo del desfile por el Día de la Victoria Patriótica (9 de mayo), fuerzas de defensa israelíes atacaron el sur de Siria, en retaliación por un ataque presuntamente organizado por las milicias Al Quds pertenecientes a la Guardia Revolucionaria iraní, sobre los Altos del Golán, territorio reclamado por Siria, pero militarmente ocupado por Israel desde la Guerra de los Seis Días (1967).
La ruptura del pacto nuclear con Irán y la ofensiva militar israelí en Siria revelan la concreción de intereses entre Washington y Tel Aviv, así como el retorno de la estratégica influencia del lobby israelí en la Casa Blanca. Un aspecto que puede igualmente verificarse en la eventual concreción de intereses (no siempre coincidentes) entre los influentes lobbies israelí y armenio, que gravitan dentro de la Casa Blanca.
En este sentido, un aspecto clave fue la presión del lobby israelí dentro de la administración de Barack Obama por la presunta venta de armamento a Irán realizada por el ex presidente armenio Sargsyan en 2010, entonces revelada por Wikileaks. En perspectiva geopolítica, en los últimos años Armenia e Israel han transitado por diversas etapas de intereses mutuos y discordantes.
Durante años, Tel Aviv mantuvo estrechos vínculos militares con Turquía (primer país musulmán en reconocer al Estado israelí en 1949) y Azerbaiyán, ambos rivales históricos de Armenia. Vínculos que se ven deteriorados últimamente por parte israelí con respecto a Turquía debido a la crisis siria, factor que presumiblemente puede implicar un mayor acercamiento entre Tel Aviv y Ereván. De hecho, en 2015, el lobby israelí apretó con fuerza en Washington para que la administración Obama reconociera oficialmente el genocidio armenio con motivo de su centenario.
En el apartado del equilibrio estratégico entre Washington y Moscú, en el que Israel, Armenia e Irán son igualmente actores colaterales, están en perspectiva las elecciones parlamentarias iraquís previstas para el próximo 12 de mayo. Las mismas anuncian la posibilidad de equilibrar la balanza regional entre Arabia Saudí e Irán dentro del escenario iraquí, y tendrán evidentes implicaciones para los intereses estratégicos de Estados Unidos y de Rusia.
Aparentemente observada como una crisis doméstica, la revolución armenia tiene implicaciones geopolíticas directas y colaterales mucho más amplias y complejas de lo que pudiese aparecer a primera vista.
Debe por tanto observarse con atención en qué medida el pulso de intereses euroasiáticos establecido entre Washington y Moscú tiene incidencia clave, en lo que está ocurriendo en el corazón caucásico.