Por Rafael Bayed
Nadie quiere a Nicolás Maduro por incompetente, caprichoso, engreído, soberbio y acomplejado, pero es un buen regente para los cubanos.
Desde que se convocaron las elecciones ilegales en Venezuela para el periodo 2018 al 2024, ya la mayoría del pueblo estaba claro en que era otra trampa del régimen para perpetuarse en el poder.
El régimen, por una estrategia de José Luis Rodríguez Zapatero y Jorge Rodríguez, había montado un tinglado y echaron a andar la maquinaria con voces pagadas para promover una elección legitimada.
Nicolás Maduro, ilegítimo en el periodo del 2013 al 2018, desesperado, drogado por la euforia, gritaba en sus mítines e intervenciones de cadenas de radio y tv, pidiéndole al pueblo 10 millones de votos, para reelegirse y arreglar el país. El pueblo sabía lo mentiroso y falso no solo de su palabra sino de su conducta, pues ni nai ni nai, el pueblo sabio (aunque sometido por la extorción y el miedo) sabía que él no iba a cumplir.
Muchas instituciones del quehacer venezolano alertaron que las condiciones del proceso que se avecinaba no eran trasparentes y mucho menos daban garantías de pulcritud.
La Iglesia Católica ordenó a todos sus miembros ir recogiendo opiniones entre sus feligreses, que es el 85 % de la población venezolana y el resultado arrojó que no hay garantías de trasparencia. Inmediatamente la Conferencia Episcopal Venezolana alertó que el proceso no daba garantía de trasparencia al igual que el resto del conglomerado del estudiantado universitario, y muchas organizaciones privadas, es decir, el país dijo que todo es una trampa y que las condiciones de la MUD no se cumplen.
Pero como en todas partes se cuecen habas, el régimen contaba con ventanas para convencer a algunos cercanos a dar la cara en el proceso, al extremo de que analistas, encuestadores, periodistas de opinión y politólogos que hasta ayer erran aparentemente profesionales, resultaron en su mayoría unos tarifados que ahora tratan de dar explicaciones de sus posturas sin mucha claridad.
No hubo una campaña institucional llamando a la abstención. Fue el régimen y los otros candidatos que enarbolaron la bandera de sostener que se llamaba a la abstención, buena jugada del G2 cubano.
El ambiente electoral estaba en las cadenas de secuestro del país por Maduro y los programas de opinión de algunas emisoras de radio y tv.
Del padrón electoral de 19 millones de votantes hubo un 71 % de abstención, votando solo el 29 %, de los cuales Maduro obtuvo el 40%, Falcón el 20 % y los demás no vale la pena ni mencionar, ni por ello se legitimó el régimen que logró una ilegitimación continuada.
Las oficinas de análisis situacional de los militares, del régimen y de los cubanos saben, porque ahí están las conclusiones. Nadie quiere a Nicolás Maduro por incompetente, caprichoso, engreído, soberbio y acomplejado, pero es un buen regente para los cubanos.
Inmediatamente, los órganos del régimen salieron con retóricas fabuladas a reconocer a un deslegitimado, y los voceros de la más brutal anarquía oficialista a posesionarse de los programas de opinión a defender un régimen corrupto voraz, traficante, violador de los derechos humanos, sin estructura de mando para seguir jugando a la guerra fría.